miércoles, 18 de julio de 2012

"LOCOLINDO "

por LEÓN BOUVIER

Recuerdo a Locolindo cuando pasaba a toda prisa en su carro de ruedas de auto y tirado por su petizo bayo. Todos los pibes del barrio nos emocionábamos cuando lo veíamos venir a lo lejos, revolcando a  sus numerosas latitas de conservas atadas, haciendo su gran nube de polvo detrás de sí, por el camino de tierra que entraba al pueblo. Locolindo argüía que eran las explosiones de su carro, por la alta velocidad que desarrollaba. Ingresaba a todo galope, de pie y gritándole  a su bestia, con su sombrero achatado hacia atrás y con sus ojos desorbitados y su mentón apretado, reflejando el vértigo que le producía  su infantil hazaña. Los vecinos cansados lo puteaban y lo mandaban al carajo, mientras corrían y si llegaban a  tiempo cerraban las ventanas y las puertas. Nosotros nos moríamos de risa al ver el polvoriento espectáculo, y saltábamos de alegría cuando advertíamos que se nos aproximaba. Nos parábamos tensos y expectantes a un costado de la calle. Cuando pasaba a los cohetes frente a nosotros, le gritábamos en jolgorio coro: ¡Cómo andás Locolindo!, y él con su exultante espontaneidad nos respondía: ¡Linnndo Liiinnndo! y se esfumaba tras de su nube de polvo.

   Éramos felices, y hoy creo que era el acontecimiento más esperado de nuestra hermosa infancia…la carrera veloz de Locolindo por el pueblo.

   No estoy seguro, pero creo que fue un verano de los setenta, cuando escuché que se comentaba con perplejidad y algo de descreimiento, que en un campo cercano, había aparecido unos círculos de pasto quemado y de perfecto delineamiento.  En todos los pagos vecinos y hasta la capital, se corrió la bolilla, que en nuestro desconocido pueblo habían aterrizado platos voladores. El pasquín regional, informaba con sensacionalismo todos los comentarios y opiniones de los expertos en Ovnis. No se hablaba de otra cosa, que de ellos y de sus antropomórficos tripulantes; hasta en el sermón del domingo se nos comunicó que serían criaturitas de Dios, que tomaban mate y chupaban vino. Cómo ocurre siempre, alguna noticia local y de más trascendencia, tapó el misterioso aterrizaje de los platillos voladores. Nadie más tocó el tema y poco después pasó al olvido.

    Hasta que algunos avistados vecinos, notaron que hacía un tiempo que Locolindo, no aparecía por el pueblo, corriendo y polvoreando los frentes de casas y locales.

   Fue en la almacén de Don Manuel, en donde escuché  que habían visto a Locolindo, juntando maderas, gomas en desuso, tarros de lechero y cuantas cosas que Uno se pueda imaginar. Que había hecho un montículo en su chacra, y que en la otra punta del campito estaba construyendo una extraña edificación, cómo si fuera un toldo de circo, o algo con forma circular.

   En la barbería fue en donde se  rescató la primera información, cuando apareció Locolindo a rasurarse la cabeza. Después el peluquero se encargó de propagar la averiguación al resto de su clientela, y  así me enteré Yo. Le había preguntado:

-¿En qué me andás entretenido Locolindo?, que se te ve poco…

-Es que me voy de viaje…me voy para conocer otros pagos…me voy a dar una vueltita por el Espacito -Dijo Locolindo, sonriendo y con los ojos cerrados cómo si tuviera gozando su proyecto.

-¿Dicís qui te vas al Espacio?...y que pago es ese- Dijo el Barbero.

-¡El Espacio! en donde están las lunas y las estrellas y los ovnis- Afirmó Locolindo con todo desparpajo.

   Dicen que le terminó de cortarle los pelos, con temor de que se le debocara el piante, y se le pudiera complicar la cosa dentro de la peluquería ¡uno no sabe cómo termina la cosa cuando un loco empieza a revirar!

   Lo importante era que ya se sabía en que andaba el tocado del pueblo, y pocas eran las menudencias, cómo ¡el de andar haciéndose un ovni para pasear por el espacio! Al final reconocieron que la llegada de los supuestos platillos voladores y del quemazón de los pastizales, había dejado una consecuencia…que el chiflado del municipio se identificara con los fantásticos relatos y visiones…y que al parecer se le hizo carne en él, hasta llegar el punto de querer hacerse una nave espacial.

   Todo el mundo por cualquier pretexto pasaba por frente a la chacra de Locolindo, para chusmear; y si se cruzaban las miradas, se decían: ¿Cómo andás Locolindo? y un ¡Linnndo Linnndo!

  No se hablaba de otra cosa del gran plato volador que se estaba construyendo. Unos palos a pique y apoyados contra el molino sostenían una gran lona en forma de cono, y por detrás sobresalían dos turbinas hechas de tanque de aceite, grandes ventanas y numerosas antenas. Los testigos se mataban de la risa por las cosas que le agregó en su interior. Parecía que el viaje iba ser largo, porque se pispiaba que le había adosado unos muebles, una cocina a kerosene y hasta un inodoro y muchos royos de papel higiénico.

   Pasaron los meses, y las últimas novedades eran que cada vez su nave interplanetaria más se parecía a una tienda de turco, con tantas cosas que tenía colgada: alpargatas, salamines, hormas de queso, bolsa de agua caliente, jaulones con ponedoras y otras con conejos. Además la había rematado con un corralito con una vaca lechera y una huertita con plantines de lechuga y otros de tomates.

   La intriga en el pueblo había crecido tanto, que se juntó una comisión de vecinos para que vayan a interrogar la enigmática locura del loco de Locolindo. Partieron en comitiva, junto con el redactor del pasquín local en su frente. Se plantaron en su tranquera y se metieron hasta el fondo del campo, sorprendiendo al diligente constructor. Cómo haciendo uso de su perspicacia, por haber confesado durante cuarenta años a sus fieles, el Cura le preguntó:

-¿Qué estás haciendo…una iglesia? che Locolido.

-No Padrecura, este es…( se quedó pensando y sorprendido)…este es…este es Mi Ovni-bús.

Repitió: Ovnibús.

-¿Ovnibús?...y qué es un ovnibús- Preguntó el cura desencajado por el extraño nombre.

-Un Ovnibús…es…es…un objeto volador no identificado y ómnibus a la vez. Que sirve para dar un recorrido por el espacio interior y exterior- Respondió con seguridad y con orgullo, porque en su corazón sabía que era él, el primer argentino que viajaría por el espacio.

-¿…y decime Locolindo…cómo lo vas a ser andar?...a nafta, a kerosene…o a leña- Preguntó el redactor del diario, buscando con sarcasmo ridiculizarlo ante los presentes.

   Locolindo, era muy loco…pero al parecer ya había solucionado su medio de propulsión, y con total desenvoltura respondió:

-Su propulsión…es…a pura inercia, como se dice a puro empujón…anda solo después del primer empujón…y no para nunca…va a dar una vuelta en su eje cada 24 horas ¡justito un día! ¡cómo lo hizo el Tatadios!

Se rieron, hasta que alguien interrumpió.

-Decime Locolindo, y por cuánto tiempo ti vas…por cuánto tiempo te vas de viaje.

-Pienso partir el primero de Enero y voy a estar de vuelta para la media noche del 31 de Diciembre…justito un año clavadito.

         Estaba tan convencido, que los presentes se quedaron mudos y de inmediato retornaron para divulgar las nuevas a sus vecinos.

         Los domingos, la vueltita del perro se había extendido desde la plaza principal hasta a lo de Locolindo. Todo el mundo esperaba ir a espiar que había hecho de nuevo el futuro astronauta.

          Con expectativas y grandes comentarios y bufonadas, esperaban el fin de año, para ir todo el pueblo al  gran despegue del Ovnibús de Locolindo. 

           Nunca me olvidaré: En sulky, camioneta, bicicleta y a pata. Salió tempranito todo el mundo al Cabo Cañaveral argentino. Mis amiguitos y Yo fuimos colados en el camión municipal.

        No había lugar contra el alambrado, formábamos fila de a tres. Mudos con la mirada clavada a la nave, esperando ver a su único tripulante.

        De repente, algo raro salió detrás del rancho de barro…era Locolindo, que salía empilchado de astronauta…¡cómo nos reímos! al verlo…por dios, todavía lo tengo en mis retinas: se había hecho un traje…las botas de gomas pintadas de aluminio, unas bombachas batarasas ajustadas a las piernas…el único saco que le conocíamos también lo había pintado de aluminio…y como escafandra se había enchufado en la cabeza ¡una regadera de zinc!, abierta en su frente y con una manguera que salía del pico y se unía  a un matafuego que llevaba en su espalda. Todos llorábamos de algarabía. Mis paisanos brutos…le gritaban de todo, ¡cómo lo cargaban! Locolindo, se fue acercando al gentío…era extraño a medida que lo hacía nos íbamos poniendo más serio. Se nos paró enfrente, y todos quedamos boquiabierto, cuando contemplamos sus transparentes ojos, inundados de lágrimas…mudo…pero su mirada expresaba todo: Su reconocimiento, su alegría, congoja, felicidad…¡todo!...y todos nos comenzamos a emocionar, porque sabíamos que no iría a ninguna parte…pero nos estábamos despidiendo…en el fondo…él era el chiflado del pueblo…¡Nuestro Loco! ¡Me entendés!  Les extendían sus manos para tocarles las suyas, y el que podía le decía alguna palabra de aliento, esperando en vano que nuestro astronauta digiera algo. En su regazo, le ponían bolsita con huevos duros, paquete de vela, alguna estampita…un almanaque…

      Locolindo, empapado de llanto y de sudor, se fue reculando mirándonos de frente hasta llegar a la oxidada puerta de heladera, que era por donde se ingresaba a su plato volador.

     Entró, y lo vimos que se sentó en la sala de mando. Se enchufó unos cables a la escafandra, miró por la ventana…¡y nos dijo todo! sin moverse…miró al frente, sonó un cencerro…y partió…

    Nos quedamos largo tiempo mirándolo, para ver si nos miraba. Fue en vano…estaba de viaje, y nosotros por más que supiéramos que no se había movido…había partido al cosmos, y recién volveríamos a tomar contacto exactamente a los 365 días, cero hora, cero minuto…

  Todo el mundo a su cuerdo mundo. Ese año hice el sexto grado, y debo confesar que lo extrañábamos, extrañábamos sus locuras, su baño de polvo y a su ¡Linnndo lindo!

    El año no pasó rápido, íbamos a su tranquera a mirar…y a beses  divisábamos su extraña imagen ambulando por su nave. Si teníamos paciencia y nos quedábamos hasta la noche, lo veríamos salir con su traje de astronauta y  con una larguísima soga anudada a su cintura, que lo unía a la escotilla del ovnibús, su único sostén espacial. Daba vuelta a su alrededor, iba a ordeñar la vaca, a recolectar huevos y a buscar sus lechugas y tomates. Si la noche estaba estrellada, se subía al molino y se sentaba delante de las aspas…¡qué espectáculo! parecía un astronauta enserio que volaba con su hélice detrás. Así se pasaba horas y horas contemplando el firmamento…se paraba y hacía continuas señales…: ¿A quién? vaya uno saber…a quien.

   Lo extrañábamos, pero igual lo seguíamos viendo, y para nosotros era mucho ¡muchísimo!



       Llegó el fin de año, y el 31 todo el pueblo pensaba ir a ver el triunfal regreso de nuestro loco astronauta.

     Yo estaba entre los primeros. El pasto estaba crecido alrededor del Ovnibús, y no se notaba sendero ni caminata pisada a su alrededor. Estábamos extrañados. Llegó la hora prometida, y al ver que no se habría la escotilla, corrimos en tropel a mirar dentro de la estática nave. Todo estaba ordenado, limpio…un huevo duro a medio comer y un mate cebado. Comenzamos a llamarlo: ¡Locoliiiindo!, acompañado de unos estruendosos silbidos y golpeteo de latas. No apareció. Miramos por el rancho y el potrero; alguien forzó la puerta y entró…todo esperamos afuera expectantes y con miedo.

      Al no aparecer, miramos a lo alto del molino…tampoco estaba, solo la soga que lo solía unir a la nave, se perdía en su punta y sin nudo aparente. Un comedido tironeó de ella con fuerza, mientras todos lo llamábamos…La soga cayó muerta al pie del molino…y ¡lo juro por mi vida!…todos, todos los presentes escuchamos la voz de Locolindo, que decía puteando:

-¡Quién fue el boboludo que me sacó la soga! ¡Quién fue!

Nos quedamos helados y rígidos. Alguien se animó a llamarlo…:

¡Loco…Locolindo…por donde andás!...loco…decinos ¿Dónde estás?

Nunca más se escuchó su voz…ni un movimiento…ni nada.
    Algunos salieron disparando, diciendo que eran cosas malas del Mandinga. Otros consternados repetían ¡Pobre el Locolindo! ¿qué le habrá pasado?…será un ánima o se nos habrá transformado en alma en pena…Se persignaron y salieron corriendo; yo también salí volando, y cagando de miedo no paré hasta el pueblo.
   Ni el Cura ni el Comisario, y los más instruidos dieron explicación que le había sucedido al loco del pueblo. Todos al principio guardamos la esperanza de volverlo a ver, entrando por el camino principal.
  Nunca más volvió, y con el tiempo todos se olvidaron de él.
  Crecí y  pasé de la niñez por la adolescencia sin darme cuenta. Cómo muchachote, me fui del pueblo.

           Ya gastado y medio golpeado por la vida, nostálgico…me acuerdo del loco…del ¡Locolindo!...No sé, que pasó con él. Puede ser que los marcianos se lo llevaron de verdad, que cayó al fondo del aljibe, o que este extraviado en alguna dimensión desconocida entre el espacio y el tiempo…No lo sé. Quizás no era de este mundo…o quizás tenía miedo en volverse cuerdo, y tener que habitar entre el vacuo y anodino mundo de los normales y ser medio infeliz. Repito: no lo sé.

   Lo que sí sé, es que nos enseñó que: Nosotros, Tu, Yo, también somos astronautas…¡que viajamos en un ovnibús!, que llevamos las provisiones y nuestros seres queridos en él. Que gira cada 24 horas, da una gigantesca vuelta por el infinito espacio alrededor del sol, cada 365 días…que se propulsó en algún instante de la eternidad con un ¡empujón inicial! y fue para siempre y suficiente…una nave llamada Tierra…¡Igual al Ovnibús de Locolindo!...Él lo sabía y lo intentó y  ¡logró navegar consiente por el espacio!      

         Siempre que regreso al falleciente pueblo, me corro a la famosa chacra de despegue del primer astronauta criollo y argentino. Nada queda de la nave, solo el molino oxidado con sus aspas ausentes y otras retorcidas. Una mano anónima y melancólica, ató una soga en su punta. Siempre me le acerco y la tiro con ganas, a la vez que grito con toda mi fuerza:
-¡Cómo andás Locolindo!...y me quedo expectante cómo cuando era niño, aguardando la quimérica e utópica esperanza de volver a escuchar: ¡Linnnndo Liiiindo!
                                                        
LEON BOUVIER, nacido 9 de marzo de 1950, porteño, es decir nacido en Bs As capital de Argentina. ávido lector (de todo, menos novelas), empresario. Estudios en La Plata de Ingeniería, incompletos y completados en USA, con un Bachelor.
Comenzó a escribir a los 57 años y como dice él "de repente un ¡clik!.... y piensa dedicarme el resto del tiempo que me resta a: Escribir ".
Ha escrito dos novelas:Vuelo al ser (mística e espiritual), inédita, y La Victoria y el Silencio de Hilario (Ficción, en un entorno de la rica Argentina del Centenario), editada en pequeña tirada, que sirvió para regalar a los amigos. Antes de fin de año, espera publicarla formalmente.
Participó en una antología para el Bicentenario..y lecturas públicas en la Feria del Libro 2012 y Casa de la Cultura de GEBA.
Además dos libros en editoriales, para salir, uno de cuentos (23 en total) y participación en una antología.
Una corta pero muy prolifera historia como escritor.



 
  ...y lecturas públicas en la Feria del Libro 2012 y Casa de la Cultura de GEBA.
Otro dos libros en editoriales, para salir, uno de cuentos (23 en total) y participación en una antología.
                                                                                                        

No hay comentarios:

Publicar un comentario