domingo, 1 de julio de 2012

"Escribo para no ser una víctima"

Hasta la publicación en 1983 de “La sonrisa del cordero”, David Grossman se había dedicado sin éxito a la literatura infantil. Hoy es considerado uno de los mejores escritores israelíes de todos los tiempos, y es eterno candidato al Nobel. En esta entrevista repasa sus orígenes, el trauma de las guerras y el oficio del buen escritor, y asegura: “Sólo la literatura nos permite llegar a sentir qué es eso de ser otro hombre”.

Por Rubén H. Ríos . Cultura -Perfil
30/06/12 -
"Escribo para no ser una víctima"Activista. Vive en Jerusalén, donde promueve el cese de hostilidades entre palestinos e israelíes.

La entrevista con David Grossman (1954) se llevó a cabo en el lobby-bar de un hotel tradicional de Retiro. La luz de la mañana entraba a través de las cortinas de los ventanales y Grossman, sentado de espaldas a los rayos luminosos, se difuminaba un poco. No bien le estreché la mano, percibí la mirada triste y cálida, y esas chispas móviles que da la inteligencia. Estaba (me pareció) algo distraído durante las fotos y después, mientras servían el café y conversaba con la traductora. En esos breves minutos, antes de encender el grabador, yo pensaba si debía o no referirme a su hijo muerto en la guerra, y de hacerlo, cómo lo haría. También me preguntaba si Máximo Soto, quien lo entrevistó previamente para Ambito Financiero –cuando llegué al hotel finalizaba su entrevista con Grossman– había tocado el tema. En esas inútiles dudas me encontraba cuando puse a funcionar el grabador.
Por eso me sorprendí cuando le pregunté si conocía la novela La vida entera, del escritor argentino Juan Martini. Tan sorprendido como yo, o más, Grossman respondió: “No, no conozco esa novela. Pero yo no le puse ese título, sino la editora. El título de mi novela en hebreo es Una mujer huye de la noticia. Me gusta La vida entera, pero más me gusta el nombre que yo le puse, aunque quizá suena bien en hebreo y no en otro idioma”. Le dije que el título en hebreo sonaba bastante bien en castellano y me devolvió una amplia sonrisa. A partir de ese momento empecé a sentirme más cómodo y aludí a que con esa novela, a diferencia de sus otros libros, había optado por el realismo. “Sí, y no sé por qué –reflexionó–.
Quizá porque quise dar testimonio de cada minuto de la vida en Israel, darles fuerza a los detalles del día a día. Sin embargo, hay algo surrealista en la idea de una mujer que decide huir de la noticia de su hijo muerto en la guerra”. Y algo también de Sherezade, comenté. Grossman asintió y agregó: “Incluso, me parece que la novela cita en algún momento a Sherezade. Pero tengo otra novela, Véase: amor, en la que un escritor judío tiene por sobrenombre Sherezade. Este escritor está en un campo de exterminio y cada noche él le cuenta una historia al comandante del campo. Parece que es un motivo fuerte en mí”.
Entonces comprendí que no podía eludir la muerte de su hijo menor, en las últimas horas de la segunda guerra del Líbano, en 2006, mientras Grossman escribía la novela acerca de una mujer (Orah) que recorre el territorio de Israel con la idea de que así evitará que un día alguien se presente en su casa para anunciarle que su hijo ha muerto en la guerra. La simetría entre esa mujer, Sherezade y él mismo era evidente y se lo sugerí. “Antes que nada quise contar una buena historia”, me replicó. “Ese es el primer impulso de todo buen escritor. Después me interesó narrar los cientos de momentos íntimos que puede haber en una familia y también la situación de conflicto en la que estamos inmersos en Israel. Y quise reflejar la fuerza de ese conflicto en la intimidad de una familia. No sé si así creía proteger a mi hijo, como lo hacía Orah. Empecé a escribir la novela más de dos o tres años antes de lo que le sucedió a Uri, y mi pensamiento no era defenderlo de la muerte sino acompañarlo durante su servicio militar. No tengo un pensamiento mágico, como Orah, pero incluso personas muy racionales tienen pequeñas obsesiones irracionales. Y quizá yo escribí esa novela para proteger a mi hijo, no lo sé. Según me parece, en ella el problema político no es central”.
Habíamos cruzado un umbral y, de a poco, a medida que yo sentía que desaparecía la barrera del idioma gracias al arte de la traductora (cuyo nombre lamentablemente no recuerdo), la entrevista se deslizó hacia la relación entre literatura y política. La mirada de Grossman se tornaba más alerta y se encendía su rostro. “Escribo –me dijo con suave energía– para no ser una víctima, aun en la situación humana más dura que tuve que pasar, aun cuando escriba sobre el enfrentamiento con la muerte, como en Más allá del tiempo. Cuando escribo, dejo de ser víctima. En una situación de guerra hay que poner toda la voluntad para no paralizarse, porque entonces nunca podrá uno trabajar por la paz. Si uno se convierte en una víctima, ha perdido lo mejor de sí. Y, a veces, el lenguaje que utilizamos para escribir una situación de transforma en nuestra cárcel”. El tono con el que Grossman hablaba me había conmovido, y le pregunté qué significa la literatura para él. Y respondió: “Para mí, el gran regalo de la literatura es que puedo vivir una vida absolutamente diferente a la mía. En general, no comprendemos lo que es ser otro hombre. Por medio de la literatura se puede llegar a sentir qué es eso de ser otro hombre. Como israelí, yo he escrito desde el punto de vista de los palestinos. Como judío, escribí desde el punto de vista de los nazis”.
La entrevista continuó en esa sala bañada de luz matutina unos minutos más, pero yo ya sabía por qué Grossman figuraba entre los candidatos al próximo Premio Nobel de Literatura.

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