De paso por la ciudad, el autor de “Seda” habló con Clarín del fútbol y la felicidad.
Viaje fugaz, literario y futbolístico. Alessandro Baricco estuvo unos pocos días en Buenos Aires. Firmó libros en una librería ante una fila ordenada pero apasionada de fans: lectores fieles y conocedores de su magnetismo, surgido de los libros y de una presencia física que deja ver a un hombre seguro en su expresividad y humano en su totalidad. Este hincha del Torino de Italia, vino a ver el partido que Boca empató con Lanús desde la cabina desde donde lo transmitía Víctor Hugo Morales. Razones: un comentarista de fútbol es el protagonista de su próxima novela.
¿Qué importancia han tenido en su vida los comentaristas de fútbol? Esa pasión viene de lejos porque cuando tenía 10, 12 años, el fútbol no se veía. Se iba poco a la cancha porque era costoso. Todo era voz porque en la radio se oía todo. La voz del comentarista tiene algo divino, sacerdotal. El comentador veía, en cambio, uno no. Él podía decir lo que quería y uno no podía controlarlo. Nos pegábamos a la radio. Los domingos, aparecían las parejas en las plazas y el marido tenía la radio en la oreja. En sus ojos veías que estaba “mirando” el partido. Y esa es la marca, de algún modo, de la épica del fútbol. Me fascina.
¿Y hoy cómo se vive? Hoy es otra cosa porque ves todo. De todos modos sigue existiendo esa cosa fascinante, porque la mediación sacerdotal lo es y el comentarista sigue siendo una figura muy particular, es el hombre de los partidos de verdad. Y eso hace enloquecer a los hinchas.
¿Pero se puede conocer una cultura, un país, a través del fútbol? Hay un nexo profundo.
¿Y los italianos cómo son? Son astutos. Los italianos no piensan que se gana si se juega mejor. Piensa que se gana si se hace un gol más. Algo que los holandeses no piensan, los españoles tampoco. En Madrid, si el equipo juega mal y gana, no están contentos. No les gusta. A nosotros eso nunca nos pasó. Del mismo modo los ingleses tienen cierta idea de dominio del terreno, un dominio físico, que forma parte de su tradición.
Hubo una guerra en América Latina entre El Salvador y Honduras después de un partido. ¿Puede el fútbol convertirse en una pasión al punto de matar y morir? La cancha es un lugar popular en todos los sentidos. Un lugar violento, vulgar, irracional al que se carga con una enorme energía colectiva, más bien primitiva. No está totalmente fuera de la lógica el hecho de que alguien muera pero la guerra me parece demasiado. Sí, hay, por ejemplo en Italia, choques entre hinchas. Forma parte, además, de un ecosistema que debemos corregir.
Hablamos de las pasiones. ¿Qué cosas pueden hacernos felices hoy? ¿La literatura, la política?.
Felices... En definitiva, las cosas a las que debemos nuestra felicidad me parece que son siempre las mismas. Los modos para alcanzarlas son los que cambian; pero si hablamos de “felicidad” es algo que tiene que ver con la vida personal, con cosas pequeñas de la vida incluso. En ese sentido, no ha cambiado mucho. Nos divertimos más que antes.
¿Sí? Mi generación se divirtió mucho más que la de mi padre, por ejemplo. Estamos mucho más entretenidos, tenemos más material, más estímulos, pero la felicidad es otra cosa. La felicidad puede ser un momento de silencio junto a la persona que amas, es eso.
¿Y en qué es distinto este mundo del que usted imaginaba cuando era estudiante? No podía imaginar el cambio tecnológico. Pensaba con envidia en mi abuelo que había visto la llegada de la energía eléctrica, del teléfono, de la televisión y pensaba que yo nunca viviría cambios de ese tipo porque el progreso parecía que después de los grandes movimientos el mundo era ése. Y por eso miraba la existencia de mi abuelo como una existencia mágica. Porque había empezado con la lámpara de gas y había terminado con las halógenas. Y después en realidad eso me pasó también a mí. Porque llegado a cierto punto –yo tenía 20 años–, el mundo estaba totalmente bloqueado, quieto, no había grandes descubrimientos. Políticamente estaba inmovilizado por la Guerra Fría, era verdaderamente un mundo inmóvil. Y de golpe, tac: empezó a avanzar a una velocidad enloquecedora. Fue buenísimo, muy interesante.
¿Extraña algo del pasado? Sí, muchas cosas, pero en realidad soy un enamorado del presente y del futuro. Es algo instintivo. Me resulta mucho más divertido descubrir el futuro que recordar el pasado. Es mucho más excitante y fascinante. Después paso una buena parte de mi tiempo estudiando a Homero, o Beethoven pero siempre porque quiero llevarlos al futuro. Si tengo un vicio es el del futuro, no del pasado.
Que hermoso libro "SEDA", este blog ya lo ha comentado. Si aún no lo has leído, no te lo pierdas. Eli
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