El Hombre Nervioso estaba idem. Prendió su cuarto cigarrillo en media hora y miraba el reloj impaciente, faltaba menos de un minuto para la hora pactada y ya creía que llegaría tarde la otra parte. Sentía que estaba perdiendo el tiempo pudiendo hacer otras cosas, que sus otros compromisos se iban a atrasar, que debería después andar dando explicaciones cuando en realidad él estuvo en punto y la ot...ra parte no. Volvió a mirar el reloj y todo este pensamiento le consumió el minuto que faltaba. Miró hacia el lado de la puerta pero no vio a nadie. Sobre el filo del primer minuto de impuntualidad, apareció ella. La Mujer Paciente no se disculpó por ninguna tardanza, llegó en punto. Calmándolo le dijo que no se preocupara por los demás, que debía aprender a confiar. Le vio el bolso al Hombre Nervioso y le dijo “Bueno…vamos. Conmigo no fumes más, eh”, y le tiró el cigarrillo que tenía el Hombre en la boca. Enamorado, el Hombre Nervioso se dejó llevar desde ese día por la Mujer Paciente. Ella lo invitó a su casa para convivir. No supe más de ellos. Bueno, sí. Un día lo vi en la calle al Hombre llevando, Pacientemente, a la hija de ambos de la mano. Se lo veía bien. Tranquilo. Paciente.
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