Por Juan Pablo De Santis | LA NACION
Feria del LibroViernes 20 de abril de 2012 |
veces los amigos nos prestan libros que jamás se nos hubiera ocurrido comprar. Así me ocurrió con Secuestrado por el pueblo , de Geoffrey Jackson, que me prestó el escritor Marcelo Birmajer, donde encontré una de las mejores escenas de lectura que he podido descubrir.
Jackson era el embajador de Gran Bretaña en Uruguay. El 8 de enero de 1970 fue secuestrado por un comando de Tupamaros, que lo mantuvo cautivo hasta septiembre. El embajador contó sus experiencias en un libro donde no hay una sola línea de autocompasión: narró todo, aun las penurias físicas, con humor y distancia, como si le hubiera ocurrido a otro.
Tenía miedo, pero además se aburría. Los captores en ocasiones le conseguían algún viejo libro: una Biblia, un ejemplar del Quijote , La montaña mágica de Thomas Mann? Sus guardianes estaban tan aburridos como él; Jackson esperaba la libertad, ellos el relevo. Pero hay un momento en que a uno de ellos le prestan unas cuantas novelas de Agatha Christie, protagonizadas por sus dos grandes detectives: Hércules Poirot y la señorita Marple. Y es en ese momento cuando la alegría invade por igual al prisionero y a sus guardianes y se ponen a festejar el hallazgo.
Y nombro otro libro prestado, esta vez por la periodista Laura Falcoff: la "biografía oficial" de Agatha Christie, que escribió Janet Morgan con el apoyo de la familia de la escritora y donde Jackson y los tupamaros se ganaron un lugar. Cerca del final leemos: "Resulta interesante señalar que la señorita Marple simbolizaba también la absoluta imparcialidad de la justicia para un sorprendente grupo de lectores: los guerrilleros tupamaros (?) No sólo fue sir Geoffrey quien halló consuelo en las obras de Agatha Christie durante su prolongado cautiverio, aferrándose a la señorita Marple y a Hércules Poirot como a inmutables puntos de referencia en un convulso firmamento, sino que sus secuestradores no tuvieron inconveniente de hablar de la señorita Marple, declarando que la veneraban tanto como a su propio caudillo revolucionario".
Poco importa que se considere a Agatha Christie una eterna exiliada de la "verdadera" literatura: no hay mayor gloria para un escritor que representar, para quien está prisionero, un instante de felicidad..
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