Edit. SEIX BARRAL
por Mora Cordeu
La novela "Cuidado con el tigre", de Luisa Valenzuela, fue escrita en los años 60 y quedó sin publicar hasta ahora, cuando la autora sintió la necesidad de reflotarla, una decisión que arroja luz sobre una obra singular, marcada por el tema del poder, el erotismo y la violencia política.
Como si la memoria literaria necesitara de un período de resignificación, Valenzuela retoma un texto perdido, donde ya aparece una matriz política y los signos de un tiempo siniestro que se avecina, una percepción agudizada en toda su escritura.
Como si la memoria literaria necesitara de un período de resignificación, Valenzuela retoma un texto perdido, donde ya aparece una matriz política y los signos de un tiempo siniestro que se avecina, una percepción agudizada en toda su escritura.
Alfredo Navoni, un personaje que se debe a una causa y su relación con dos hermanas, Emanuela y Amelia, dan encarnadura a una historia en la que se recorta desde los márgenes una creciente efervescencia social como marco a ese grupo variopinto de militantes aficionados, alejados de todo profesionalismo y descriptos con una cierta sorna y ternura por la autora.
"No me interesan las cosas que vienen de la voluntad, del raciocinio, si escribo columnas, notas periodísticas, opino, pero en la literatura esto no puede funcionar, suena falso, tiene que venir de otro carril, asegura en una entrevista con Télam.
"Yo creía que había aprendido a escribir cosas políticas en "Aquí pasan cosas raras" (cuentos, 1975), que está basado en situaciones reales —observa—, después uno inventa, disfraza, combina personajes. Se trataba de una época más definida hacia el horror, la violencia y la muerte".
En "Cuidado con el tigre", menciona Valenzuela, "todavía la violencia no tenía necesariamente un final trágico, había una cuota de ingenuidad. Era la época de (Juan Carlos) Onganía, creíamos que era atroz y nadie se imaginaba lo que iba a venir. Era imposible...".
Al retomar la novela "me encuentro con los sueños de Alfredo Navoni —personaje que irrumpe también en "Cambio de armas" (cuentos, 1982)— y dije tengo que sacarlos porque están dichos y después decidí que no. Los reescribí un poco, pero son los mismos y se repiten".
Al volver a leerla se sorprendió. "«Ah, el colectivo que pasaba por ahí», «me había olvidado de ese café»... No me acordaba cómo fue escrita, sí que cuando la escribía me tocó la muerte del Che".
¿Corregiste después de tanto tiempo?
"Mínimamente. Guardé recuerdo del texto, en algún momento lo hice pasar en limpio, pero quedó... hace poco me pidieron algo para publicar y tenía un libro de cuentos. Entonces saqué esta novela, la miré, y dije: acá hay algo. Cambié un poco los sueños de Navoni, pero la estructura es la misma. No toqué casi nada. Yo no sé rehacer novelas".
Luisa Valenzuela nació en Buenos Aires, el 26 de noviembre de 1938. Trabajó como periodista en el diario La Nación y en la revista Crisis, entre otros medios.
Sus cuentos hasta 1999 fueron reunidos en el volumen "Cuentos Completos y uno más". En 2002 apareció una extensa antología de su obra, "El placer rebelde" con prólogo de Guillermo Saavedra.
Sus últimos volúmenes de cuentos aparecieron en España: "Tres por cinco", "Generosos inconvenientes" y "Juego de Villanos".
Ha sido traducida al inglés, alemán, francés, portugués, holandés, japonés y croata. Es Doctora Honoris Causa de la Universidad de Knox, Illinois y ha sido elegida miembro de la American Academy of Arts & Sciences de Cambridge (Massachusetts). Recibió la medalla Machado de Assis de la Academia Brasilera de Letras y obtuvo las becas Fullbright y Guggenheim.
"La intertextualidad muestra cómo empiezan a jugar los textos de uno mismo entre sí —analiza Valenzuela—, cómo se relacionan sin que uno se dé cuenta lo fui descubriendo a lo largo de 20 libros. El caos se va resolviendo solo".
"Descubrí que tengo personajes que son catalizadores. Navoni y Ava Taurel, la dominatrix —alude—, que vuelven porque mueven la acción aunque no tengan un papel importante ni mucho menos suceden cosas a su alrededor. Son «atractores» extraños".
Y después los personajes intrusos, que de golpe aparecen y van a dar la clave de resolución de la novela.
"Es fascinante, la única razón por la que escribo. Porque si yo sé dónde voy para qué voy a ir. Otros, desde un principio, tienen un plan determinado", agrega.
El tema del poder, acentúa, "es otra cosa que descubro tarde. En «Cola de lagartija» (novela, 1983) surge el poder omnímodo, aunque está presente desde la primera, «Hay que sonreir» (1966). Me molesta mucho cuando me catalogan de escritora feminista. Fui una feminista desde que nací y no quiero tener una etiqueta, eso me indigno desde chica, me parecía una aberración".
El tema del poder, repite, "comienza desde algo personal, hasta que se convierte en algo colectivo. A mí me saca de lugar, no entiendo la ambición de poder, entonces es una sorpresa. Se me va de mambo la cosa", interpreta la escritora sobre esta novela que anticipa los tiempos por venir con un tono paródico y humorístico, aunque la violencia sobrevuela todo el texto.
Acerca de sus razones para no publicarla, explica: "Una de las cosas que me daba miedo es que yo siempre fui descolocada ideológicamente, vengo de una familia burguesa, trabajaba en el diario La Nación, mis amigos eran de izquierda, me interesaba, pero yo no militaba. Estaba entre dos aguas, no porque no tuviera mi corazón en un lugar, sino que no me gustan los dogmatismos".
"Recuerdo que a Rodolfo Walsh le habían gustado mucho mis primeros cuentos de «Los heréticos» (1967), ahí lo conocí. «Me alegro», le dije, «pero mi ideología no está puesta en estos cuentos». «No», me contestó, «todo lo que escribís es ideológico aunque uno no lo haga a propósito, siempre esto va a aflorar por otro carri»".
"Fuimos amigos, algo muy lindo, le dediqué la novela «Realidad Nacional desde la cama»".
De «Cuidado con el tigre» no tengo ninguna memoria. Me acuerdo de esos años. ¿En qué momento me senté y la escribí? No lo sé, qué curioso...".
por Mora Cordeu
"No me interesan las cosas que vienen de la voluntad, del raciocinio, si escribo columnas, notas periodísticas, opino, pero en la literatura esto no puede funcionar, suena falso, tiene que venir de otro carril, asegura en una entrevista con Télam.
"Yo creía que había aprendido a escribir cosas políticas en "Aquí pasan cosas raras" (cuentos, 1975), que está basado en situaciones reales —observa—, después uno inventa, disfraza, combina personajes. Se trataba de una época más definida hacia el horror, la violencia y la muerte".
En "Cuidado con el tigre", menciona Valenzuela, "todavía la violencia no tenía necesariamente un final trágico, había una cuota de ingenuidad. Era la época de (Juan Carlos) Onganía, creíamos que era atroz y nadie se imaginaba lo que iba a venir. Era imposible...".
Al retomar la novela "me encuentro con los sueños de Alfredo Navoni —personaje que irrumpe también en "Cambio de armas" (cuentos, 1982)— y dije tengo que sacarlos porque están dichos y después decidí que no. Los reescribí un poco, pero son los mismos y se repiten".
Al volver a leerla se sorprendió. "«Ah, el colectivo que pasaba por ahí», «me había olvidado de ese café»... No me acordaba cómo fue escrita, sí que cuando la escribía me tocó la muerte del Che".
¿Corregiste después de tanto tiempo?
"Mínimamente. Guardé recuerdo del texto, en algún momento lo hice pasar en limpio, pero quedó... hace poco me pidieron algo para publicar y tenía un libro de cuentos. Entonces saqué esta novela, la miré, y dije: acá hay algo. Cambié un poco los sueños de Navoni, pero la estructura es la misma. No toqué casi nada. Yo no sé rehacer novelas".
Luisa Valenzuela nació en Buenos Aires, el 26 de noviembre de 1938. Trabajó como periodista en el diario La Nación y en la revista Crisis, entre otros medios.
Sus cuentos hasta 1999 fueron reunidos en el volumen "Cuentos Completos y uno más". En 2002 apareció una extensa antología de su obra, "El placer rebelde" con prólogo de Guillermo Saavedra.
Sus últimos volúmenes de cuentos aparecieron en España: "Tres por cinco", "Generosos inconvenientes" y "Juego de Villanos".
Ha sido traducida al inglés, alemán, francés, portugués, holandés, japonés y croata. Es Doctora Honoris Causa de la Universidad de Knox, Illinois y ha sido elegida miembro de la American Academy of Arts & Sciences de Cambridge (Massachusetts). Recibió la medalla Machado de Assis de la Academia Brasilera de Letras y obtuvo las becas Fullbright y Guggenheim.
"La intertextualidad muestra cómo empiezan a jugar los textos de uno mismo entre sí —analiza Valenzuela—, cómo se relacionan sin que uno se dé cuenta lo fui descubriendo a lo largo de 20 libros. El caos se va resolviendo solo".
"Descubrí que tengo personajes que son catalizadores. Navoni y Ava Taurel, la dominatrix —alude—, que vuelven porque mueven la acción aunque no tengan un papel importante ni mucho menos suceden cosas a su alrededor. Son «atractores» extraños".
Y después los personajes intrusos, que de golpe aparecen y van a dar la clave de resolución de la novela.
"Es fascinante, la única razón por la que escribo. Porque si yo sé dónde voy para qué voy a ir. Otros, desde un principio, tienen un plan determinado", agrega.
El tema del poder, acentúa, "es otra cosa que descubro tarde. En «Cola de lagartija» (novela, 1983) surge el poder omnímodo, aunque está presente desde la primera, «Hay que sonreir» (1966). Me molesta mucho cuando me catalogan de escritora feminista. Fui una feminista desde que nací y no quiero tener una etiqueta, eso me indigno desde chica, me parecía una aberración".
El tema del poder, repite, "comienza desde algo personal, hasta que se convierte en algo colectivo. A mí me saca de lugar, no entiendo la ambición de poder, entonces es una sorpresa. Se me va de mambo la cosa", interpreta la escritora sobre esta novela que anticipa los tiempos por venir con un tono paródico y humorístico, aunque la violencia sobrevuela todo el texto.
Acerca de sus razones para no publicarla, explica: "Una de las cosas que me daba miedo es que yo siempre fui descolocada ideológicamente, vengo de una familia burguesa, trabajaba en el diario La Nación, mis amigos eran de izquierda, me interesaba, pero yo no militaba. Estaba entre dos aguas, no porque no tuviera mi corazón en un lugar, sino que no me gustan los dogmatismos".
"Recuerdo que a Rodolfo Walsh le habían gustado mucho mis primeros cuentos de «Los heréticos» (1967), ahí lo conocí. «Me alegro», le dije, «pero mi ideología no está puesta en estos cuentos». «No», me contestó, «todo lo que escribís es ideológico aunque uno no lo haga a propósito, siempre esto va a aflorar por otro carri»".
"Fuimos amigos, algo muy lindo, le dediqué la novela «Realidad Nacional desde la cama»".
De «Cuidado con el tigre» no tengo ninguna memoria. Me acuerdo de esos años. ¿En qué momento me senté y la escribí? No lo sé, qué curioso...".
por Mora Cordeu
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