miércoles, 27 de junio de 2012

"NENA"

Autora GRACIELA GÓMEZ SALA


Graciela Gómez Sala, 6 de marzo de 2012


Pensó en Piru esa mañana al despertarse. Con lo lluvioso que estaba resultando el verano, los caminos estaban imposibles. Eran escasas las personas que podían entrar o salir del pueblo.



Como no era la primera vez que estaban aislados, Nena estuvo segura de que Piru estaría en Chivilcoy esperando que el tiempo mejorara. No tenía noticias de ella porque ninguno de los dos teléfonos del pueblo funcionaba. El del Dr. Vacarezza porque cayeron unas ramas sobre el cable que lo alimentaba y el de la estación del ferrocarril había enmudecido hacía unos meses y nadie había bajado de la capital para repararlo.



Así estaban las cosas esa mañana cuando Nena despertó y pensó en Piru. Lo último que había sabido de ella era que había adquirido en la capital un Citroën de dos plazas, descapotable. La promesa de venir a verla, manejando su propio coche, había tenido a Nena excitada. Sabía que sería la primera mujer en Alberti en andar en un vehículo así. Se imaginaba yendo las dos al Salado a tomar sol con los trajes de baño, esos “demasiado atrevidos”, como le decía su padre. Nena se sentía absolutamente bella con esa ropa que apenas le cubría desde las rodillas hasta un poco más arriba del busto.



Pero Piru había quedado varada en Chivilcoy y no se sabía cuándo podría llegar a Alberti.



Llegó la hora de la siesta; la tarde se estiraba lánguida. Los árboles sombreaban entrecortados. El silencio era interrumpido de vez en cuando por el canto de algún gallo tardío o los ladridos de unos perros defendiendo la posesión de una hembra. Era verano, hacía calor.



La luz exterior se filtraba a través de las persianas. Nena revisaba sus trajes en el ropero. Colgaba y descolgaba. Constataba su imagen en el espejo cada vez que sacaba una prenda. Después de varios ensayos se decidió por el vestido negro, el de gasa.



Primero fue al baño y llenó la bañera con agua fresca, el clima ayudaba. Algunas abluciones y cosméticos fueron dándole un aspecto luminoso: delineó  las cejas con el lápiz marrón, roció su melena con agua de rosas para marcar bien las ondas. Un  poco de polvo rojo para poner rubor a sus mejillas, un toque de rouge y… estaba casi lista.

Con sumo cuidado se calzó las medias de seda. Cepilló los zapatos de gamuza con punteras. Y, siempre con la enagua debajo para cubrir sus pechos, se puso el vestido de gasa. En lugar del pendantif, decidió adornarlo con el crisantemo de tela que había aprendido a hacer en la escuela nocturna de artes y oficios (única escuela a la que su padre le había permitido concurrir. “No está bien visto que las jóvenes estudien, eso es cosa de hombres” - le decía). Dos o tres abalorios más y, ahora sí, estuvo lista.

Caminó por todas las veredas de sombra, no quería que su atuendo se desluciera por culpa del calor. Al llegar al portal del Parque Municipal dobló a la izquierda, como quién va para el centro. Cuando le faltaba poco menos de una cuadra para la plaza, llegó a la casa de fotografías. 

Entró decidida, quería una foto de frente, cuerpo entero, donde sólo se destacara su figura.  El fotógrafo era nuevo en el pueblo y muchas jóvenes habían puesto sus ojos, y esperanzas, en él.

Nena se sentó en el sillón de madera tallada, cruzó sus piernas consiente de que sus rodillas estaban al descubierto, se sujetó de los bordes y clavó su mirada en el joven.  Se sentía hermosa.

Cuando ardió el magnesio y salió la foto, Nena quedó enceguecida, entonces él se ofreció para ayudarla a bajar tomándola de la cintura. Y ahí fue cuando Nena sintió el aguijón. Ahí fue cuando él se encendió como una braza. Algo los atravesó de arriba a  abajo. A los dos.

Hacía calor afuera, hacía calor en el edificio, hacía calor adentro de ellos.

Lo que sucedió a continuación quedaría grabado para siempre en la mente de Nena. Afuera, en el silencio de las calles de Alberti, el calor había replegado a sus habitantes en el interior de sus casas. Adentro del negocio, entre telones con fondos escenográficos de parques y glorietas, Nena y el fotógrafo se amaron sin frenos.

Confiando en el convoy 4052, el que llevaba las encomiendas a Once, decidió mandarle una copia de la foto del momento previo a su amiga. Cuidando de no salpicar la foto con la tinta negra de la pluma cucharita, se la dedicó: “A mi querida Piru, en prueba de cariño: Nena”

Ya le contaría todo cuando su amiga  lograra entrar al pueblo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario