“Siempre tuve muy mala entraña para mirar la historia”
Por Daniel dos Santos
Dice que la educaron para leer entre líneas. Empezó a escribir historias noveladas de mujeres, que narran amores correspondidos y de los otros, ambientadas en tiempos de la Revolución.
01/06/12 - 02:05
Qué lejos. En 1824, Manuela Saénz le escribe a su esposo, el inglés James Thorme: “No es grano de arroz que te haya dejado por el general Bolívar”. La frase podría probar por lo menos dos cosas opuestas: que la mujer trataba de levantarle el ánimo al marido abandonado o que ejercitaba con sabia pasión la crueldad epistolar, posibilidad por la que me inclino. Al mismo tiempo, Manuela escribía: “Le guardo la primavera de mis senos, general, y el envolvente terciopelo de mi cuerpo (que son suyos)”, de lo que podría deducirse ahora una única verdad: que a Bolívar no había que levantarle ningún ánimo más. Fueron estas dos cartas las que llevarían casi doscientos años después a otra mujer, Silvia Miguens, escritora de catorce novelas históricas, a intentar superar con la dosis de ficción que le permite ese género literario, el relato de esta heroína ecuatoriana de armas llevar, que fue condecorada como generala del ejército libertador.
Pero, claro, la realidad no resulta siempre tan estimulante.
¿Los hechos históricos actuán como freno o como incentivo a la hora de escribir?
Muchas veces como freno porque me colocan en la disyuntiva de elegir tal o cual episodio real, pero a partir de allí me escapo por la tangente como para armar la novela.
En otras palabras, ¿elige lo que le sirve y lo demás lo desecha?
Tomo lo que me conmueve, porque me da ternura o bronca.
¿Un ejemplo?
No soportaba que Mariano Moreno hubiera firmado la sentencia de muerte de Santiago de Liniers, un personaje que le cae bastante simpático a los argentinos por encabezar la resistencia a las invasiones inglesas. No soportaba que ese señor que supuestamente encarnó lo más puro de la revolución, lo más legalista, haya sido un revolucionario bien a lo bestia, que andaba siempre armado. Otra cosa que no me gustó de Moreno -que descubrí al escribir la novela sobre su esposa Guadalupe Cuenca- es que la haya dejado sola cuando se fue de viaje, en un verdadero tembladeral.
No sé si resultó un tembladeral, pero cuando se separó de su primer marido, Silvia Miguens hizo lo que hacen muchas mujeres a los cuarenta: emprender lo que el matrimonio y los hijos habían impedido, en el buen sentido, antes. Ella comenzó un taller literario. El segundo que probó fue el de Dalmiro Saénz. Ahora cuenta lo que le dijo él, didáctico: “¿Querés escribir? Escribí. Poné el culo en la silla y no lo saques de ahí”. Y aunque le dio resultado parece no haber sido sencillo.
“Fue dura la época de mis primeros libros. No teníamos muchos recursos y vivía en un departamento bien chiquito con mis dos hijos. Me ponía el walkman y me sentaba frente a la computadora. Detrás pasaba el fútbol y todo lo demás. A la mañana hacía una olla así grande de comida y les decía: ‘con esto tienen que arreglarse todo el día’. Y a veces no tenía ni para fotocopias”.
Miguens nunca fue a la facultad, pero a los nueve años, en un cuartito de la terraza de su casa, en un barrio obrero de Lanús, “jugaba a escribir”, como ella misma dice. Después, de una tía viuda le llegaron los doce tomos de una versión para adultos de Las mil y una noches, que leyó sin método abriendo aquí y allá. Y La razón de mi vida, de Evita, y un libro del actor Carlos
Thompson que se llama “Todo es dios” y que define como “retorcido”, opinión que debía tener también su madre, ya que se los escondió. En la adolescencia, jugó con más seriedad a escribir algunas poesías. A los veinte se casó con un chico de su mismo barrio, pero que había conocido como celador de su división y que alguna vez le puso amonestaciones por olvidarse el distintivo del colegio.
¿Cuál personaje de los que escribió le hubiera gustado ser?
Me gustó más moverme con Manuela. Pero no me da el pinet (el cuero). Además de ser una mujer muy fuerte, tuvo un final conmovedor. Murió sola en un puerto de Perú, víctima de una epidemia y fue cremada en una fosa común.
¿Y cómo lo contó?
No podía contarlo así, y me salió un final muy onírico, en el que ella termina relatando su propia muerte, aunque no la nombra.
Cuando escribe ¿piensa que está falseando la historia?
No. Hago una novela y nunca un ensayo. Me parecería muy aburrido. Pero siempre he tenido muy mala entraña para mirar la historia como para mirar la realidad. Creo que pertenezco a una generación que fue educada para leer entre líneas.
Aunque no haya, claro, amores ilegales desde el punto de vista del sentimiento ¿le atrae más contar relaciones que se dan fuera del matrimonio?
No siempre. En el caso de Juana Manso le inventé un romance porque no podía creer que una mujer que se le había plantado a Sarmiento, que había hecho esos viajes y con esa personalidad no hubiera tenido otra relación luego de que su esposo la abandonara por otra mujer. Es una licencia que me permití para que pasara un buen momento.
La hija del almirante Guillermo Brown, Elliza, no se casó nunca, pero es el personaje del próximo libro de Miguens. En realidad más que una historia del ser de carne y hueso es una leyenda de su fantasma, que aún circula -la leyenda, no el fantasma, se supone- por Buenos Aires.
-¿Prefiere contar historias de mujeres que de hombres?
Por lógica de género, me motivan más las de mujeres. Tal vez porque están más ocultas. Aunque no se pueden contar la historia de ellas sino se cuentan las historias de los hombres que las rodearon.
Y usted que escribe tanto sobre el amor ¿cómo lo definiría?
Como difícil de encontrar y más difícil de mantener. Pero todavía a esta altura de la vida pienso que estar enamorada es el momento más lindo. Por lo menos, mientras dura. Obstinadamente sigo creyendo en la pareja, aunque a mí no me funcionó las dos veces que me casé.
01/06/12 - 02:05
Qué lejos. En 1824, Manuela Saénz le escribe a su esposo, el inglés James Thorme: “No es grano de arroz que te haya dejado por el general Bolívar”. La frase podría probar por lo menos dos cosas opuestas: que la mujer trataba de levantarle el ánimo al marido abandonado o que ejercitaba con sabia pasión la crueldad epistolar, posibilidad por la que me inclino. Al mismo tiempo, Manuela escribía: “Le guardo la primavera de mis senos, general, y el envolvente terciopelo de mi cuerpo (que son suyos)”, de lo que podría deducirse ahora una única verdad: que a Bolívar no había que levantarle ningún ánimo más. Fueron estas dos cartas las que llevarían casi doscientos años después a otra mujer, Silvia Miguens, escritora de catorce novelas históricas, a intentar superar con la dosis de ficción que le permite ese género literario, el relato de esta heroína ecuatoriana de armas llevar, que fue condecorada como generala del ejército libertador.
Pero, claro, la realidad no resulta siempre tan estimulante. ¿Los hechos históricos actuán como freno o como incentivo a la hora de escribir?
Muchas veces como freno porque me colocan en la disyuntiva de elegir tal o cual episodio real, pero a partir de allí me escapo por la tangente como para armar la novela.
En otras palabras, ¿elige lo que le sirve y lo demás lo desecha?
Tomo lo que me conmueve, porque me da ternura o bronca.
¿Un ejemplo?
No soportaba que Mariano Moreno hubiera firmado la sentencia de muerte de Santiago de Liniers, un personaje que le cae bastante simpático a los argentinos por encabezar la resistencia a las invasiones inglesas. No soportaba que ese señor que supuestamente encarnó lo más puro de la revolución, lo más legalista, haya sido un revolucionario bien a lo bestia, que andaba siempre armado. Otra cosa que no me gustó de Moreno -que descubrí al escribir la novela sobre su esposa Guadalupe Cuenca- es que la haya dejado sola cuando se fue de viaje, en un verdadero tembladeral.
No sé si resultó un tembladeral, pero cuando se separó de su primer marido, Silvia Miguens hizo lo que hacen muchas mujeres a los cuarenta: emprender lo que el matrimonio y los hijos habían impedido, en el buen sentido, antes. Ella comenzó un taller literario. El segundo que probó fue el de Dalmiro Saénz. Ahora cuenta lo que le dijo él, didáctico: “¿Querés escribir? Escribí. Poné el culo en la silla y no lo saques de ahí”. Y aunque le dio resultado parece no haber sido sencillo.
“Fue dura la época de mis primeros libros. No teníamos muchos recursos y vivía en un departamento bien chiquito con mis dos hijos. Me ponía el walkman y me sentaba frente a la computadora. Detrás pasaba el fútbol y todo lo demás. A la mañana hacía una olla así grande de comida y les decía: ‘con esto tienen que arreglarse todo el día’. Y a veces no tenía ni para fotocopias”.
Miguens nunca fue a la facultad, pero a los nueve años, en un cuartito de la terraza de su casa, en un barrio obrero de Lanús, “jugaba a escribir”, como ella misma dice. Después, de una tía viuda le llegaron los doce tomos de una versión para adultos de Las mil y una noches, que leyó sin método abriendo aquí y allá. Y La razón de mi vida, de Evita, y un libro del actor Carlos
Thompson que se llama “Todo es dios” y que define como “retorcido”, opinión que debía tener también su madre, ya que se los escondió. En la adolescencia, jugó con más seriedad a escribir algunas poesías. A los veinte se casó con un chico de su mismo barrio, pero que había conocido como celador de su división y que alguna vez le puso amonestaciones por olvidarse el distintivo del colegio.
¿Cuál personaje de los que escribió le hubiera gustado ser?Me gustó más moverme con Manuela. Pero no me da el pinet (el cuero). Además de ser una mujer muy fuerte, tuvo un final conmovedor. Murió sola en un puerto de Perú, víctima de una epidemia y fue cremada en una fosa común.
¿Y cómo lo contó?
No podía contarlo así, y me salió un final muy onírico, en el que ella termina relatando su propia muerte, aunque no la nombra.
Cuando escribe ¿piensa que está falseando la historia?
No. Hago una novela y nunca un ensayo. Me parecería muy aburrido. Pero siempre he tenido muy mala entraña para mirar la historia como para mirar la realidad. Creo que pertenezco a una generación que fue educada para leer entre líneas.
Aunque no haya, claro, amores ilegales desde el punto de vista del sentimiento ¿le atrae más contar relaciones que se dan fuera del matrimonio?
No siempre. En el caso de Juana Manso le inventé un romance porque no podía creer que una mujer que se le había plantado a Sarmiento, que había hecho esos viajes y con esa personalidad no hubiera tenido otra relación luego de que su esposo la abandonara por otra mujer. Es una licencia que me permití para que pasara un buen momento.
La hija del almirante Guillermo Brown, Elliza, no se casó nunca, pero es el personaje del próximo libro de Miguens. En realidad más que una historia del ser de carne y hueso es una leyenda de su fantasma, que aún circula -la leyenda, no el fantasma, se supone- por Buenos Aires.
-¿Prefiere contar historias de mujeres que de hombres?
Por lógica de género, me motivan más las de mujeres. Tal vez porque están más ocultas. Aunque no se pueden contar la historia de ellas sino se cuentan las historias de los hombres que las rodearon.
Y usted que escribe tanto sobre el amor ¿cómo lo definiría?
Como difícil de encontrar y más difícil de mantener. Pero todavía a esta altura de la vida pienso que estar enamorada es el momento más lindo. Por lo menos, mientras dura. Obstinadamente sigo creyendo en la pareja, aunque a mí no me funcionó las dos veces que me casé.
Me encanta que escribas sobre historias de mujeres, que son las más olvidadas por la historiografía oficial y sobre todo me ha encantado que escribieras sobre Manuela Saénz, la heroína ecuatoriana de nuestra independencia, mujer autónoma, liberada, feminista, internacionalista.
ResponderEliminarUn saludo para ti y muchas felicitaciones por tu trabajo.
Jenny Londoño López