El agua corre por el cordón de la vereda y arrastra papeles, una manzana
mordida, tapas de botellas plásticas de todos los colores, hasta un encendedor
perdido y que tal vez todavía anda.
Qué fría está, aunque no me saqué los zapatos la siento entre los dedos
de mis pies.
Voy a agacharme para sacar el encendedor, para ver si todavía tiene
chispa cuando se seque.
No quisiera mojarme mucho los pantalones, tengo miedo que más tarde no
salga el sol y el frío me haga mal. Los pies sí, qué bien les va a hacer una
lavadita. Tengo una tijera algo cachuza dentro de una bolsa. Ahora que es
temprano y no anda mucha gente me sentaré en un banco de la plaza para cortarme
las uñas.
Ya pasaron los que tienen llave y abrieron el portón de rejas, sólo
estoy yo y durante el día siento que soy la dueña del lugar.
Voy a sacarme los zapatos. A ver dónde los pongo, se tienen que secar.
Son más grandes de lo que necesito, pero no importa, así no me hacen doler. Un día
los encontré adentro de un canasto que hay en el frente de un edificio con
muchos departamentos. Claro, la
gente tira lo que no le sirve, a mí me gustaron porque son rojos. Cómo brillan
mis zapatos rojos. Los voy a poner parados sobre el borde de la fuente de la
plaza, total hoy no anda y no salpica. He perdido uno de los elásticos que los
sujetaban vaya a saber dónde. Con este papel de diario va a alcanzar para
secarme los pies.
Tengo hambre, dónde habré dejado el pan que me regalaron ayer. La señora
de la panadería tiene un hijo que se toma todo lo que encuentra, yo no entiendo
por qué lo hace, si tiene una madre tan linda con trabajo y todo.
Al carro del supermercado lo encontré en una esquina, se ve que el chino
se descuidó y se lo quitaron, a mí me vino al pelo, cuelgo la bolsa de comida
de un lado, la de ropa del otro lado para repartir el peso y, en el medio voy
poniendo lo que encuentro para después vender, casi seguro.
Hasta que se sequen los zapatos, me sentaré como los indios.
Sí, el encendedor anda, qué suerte, hoy ando de buena racha.
Tito el cartonero, me da monedas por las latas de gaseosas vacías que
encuentro. Las aprieto con el pie, bah, salto sobre ellas y quedan bien chatas,
así entran más en la bolsa. Un día junté un montón y el Tito me felicitó.
Por qué será que esa señora tan bien vestida que ahora se acerca hacia mí,
esconde los ojos. Y ese paquete, será para mí. No se anima a mirarme, le dará
vergüenza o le daré miedo.
No estoy enferma, casi nunca me enfermo, sólo aquella vez que hizo tanto
frío y que el Lucho no me dejó entrar a la casilla porque estaba con otra
mujer. Se rió y dijo que no había lugar para mí.
Dónde está la señora, se fue y no sé por donde, y el paquete, ah, sí, allá
lo dejó sobre el otro banco, a ver si todavía se lo lleva alguien. Yo no me
meto con nadie pero ojo, que no me roben lo que es mío, como ese día cuando me
dijeron, tomá, esta plata es para vos, al bebé lo llevamos con una familia que
no tiene hijos, si lo pensás bien, te hacemos un favor y vos se lo hacés a él.
Ya salió el sol, miro y me toco los pies limpios y calentitos con las
medias que la señora me dejó.
María Isabel Foresi, nacida en Coronel Suárez, Provincia de Buenos Aires, Argentina.
Se desempeñó como docente del Nivel Inicial en ese distrito.
Descubre el placer por la escritura al participar de un Taller Literario en el Centro Cultural Rojas y actualmente participa del
Taller conducido por la Profesora Susana Sassi, también en Capital federal.
Agradece los comentarios que sus relatos producen en el blog.
Es su intención compartirlos con aquellas personas interesadas en la literatura y
conocer los sentimientos y sensaciones que los mismos susciten.
Me gustó. Corto, sencillo. te ubica en tiempo y espacio. con un significado profundo y real. Felicitaciones !! Eugenia
ResponderEliminarGracias Eugenia, me alegro que te haya gustado, trata de ser un mensaje optimista en una vida miserable
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