Por Juan Cruz Ruiz. Clarin
La primera novela de Mario Vargas Llosa ya forma parte de la colección de clásicos de las Academias
25/06/12Es novela, ha sido cine, y es sobre todo la primera memoria de Mario Vargas Llosa, premio Nobel de Literatura.
La ciudad y los perros , que primero que nada fue premio Biblioteca Breve, apareció en Seix Barral, atraída por la mano maestra de Carlos Barral, hace medio siglo, y sigue tan campante en las más diversas ediciones. Eso le encanta al autor, sobre todo porque ese libro y el conjunto de su obra, le han permitido ser parte de la Pleiade, la más famosa colección de clásicos del mundo, y aparecer en la serie que las Academias de la Lengua dedican a los autores indiscutibles del español.
Ahora aquella memoria del cadete que fue Vargas Llosa, engrosa, con Miguel de Cervantes, Pablo Neruda, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes y Gabriela Mistral, la colección de clásicos que las Academias publican con la editorial Alfaguara que es, por otra parte, la que publica a Vargas Llosa desde mediados de los 90.
El pasado miércoles, en la Real Academia de la Lengua, en Madrid, este hombre de 76 años que nació a la vida como si ya tuviera un lápiz en la mano, con una vocación que parece de fuego, estaba pensativo pero locuaz, feliz y cansado, asombrado a estar en esa lista, pero sobre todo a que La ciudad y los perros siga viva y esté ahora sin erratas, en una edición que combina la novela misma con textos de Javier Cercas, José Miguel Oviedo, Darío Villanueva, Marco Martos (el peruano que preside su Academia), Víctor García de la Concha y otros prestigiosos lectores de esta y de las restantes obras del autor de La fiesta del chivo .
Estaba como un muchacho con libro nuevo. Y lo dijo de pie, en un discurso que duró casi una hora, en la que habló de lo que había sucedido con el libro al terminarlo, cómo la censura española trató de convertirlo en un texto mojigato desprovisto de cualquier “incorrección” que molestara a la dictadura franquista, y cómo las propias autoridades peruanas decidieron quemarlo, molestas porque la novela era una burla del poder militar representado por el más famoso colegio mayor de Iberoamérica, el Leoncio Prado, adonde el padre de Mario había enviado a su hijo para que éste se dejara de mariconadas literarias.
En su texto, Cercas pone en contexto aquella primera novela: entraba Vargas Llosa en aquel 1962 central en la literatura hispanoamericana, algunos años antes de que aparecieran las obras mayores de García Márquez y Cabrera Infante, y al tiempo que aparecía Rayuela de Cortázar, poco después de que Carlos Fuentes publicara La muerte de Artemio Cruz y de que Alejo Carpentier viera publicado El siglo de las luces .
Pero Vargas Llosa no estaba en Madrid, donde empezó a escribir el libro cuando era un becado peruano en la Complutense, para hacer una novela que tuviera esta trascendencia y tantos honores. Estaba, simplemente, cumpliendo un dictado de la conciencia, y lo hacía escribiendo un libro que tenía su raíz en su propia experiencia, en su memoria. Como otros que luego escribiría, y también como sus cuentos, Los cachorros , La ciudad y los perros , que tuvo varios títulos antes, era una carta de batalla contra la violencia del poder, basada en los recuerdos de sus años en el Leoncio Prado.
Le pregunté cómo era el sitio donde escribió, en Madrid, La ciudad y los perros . Me contó que no había máquina de escribir, sino bolígrafo, una resma de papel blanco, y tiempo. Entonces ya había decidido que él no sería un escritor de domingos, que haría que su vida girara en exclusiva en torno a la literatura, y escribiría todos los días, a un horario muy reglamentado, sin más concesión las que se sigue tomando, unas horas para el cine, la gente, la familia y la lectura. Pero entonces estaba solo, bajo una modesta luz cenital, escribiendo en una especie de mesa camilla, con el amparo de su vocación y alimentado por una memoria que le dictaba, a su manera, lo que le había ocurrido de adolescente en el cuartel escolar en el que había vivido.
Nunca pensó que La ciudad y los perros , ahora rebautizada en sede académica, llegara a estar viva medio siglo.
En el volumen conmemorativo los académicos y los críticos explican por qué ha sobrevivido ese libro que ahora es un clásico: porque lo extrajo de la vida misma y fue capaz de expresar, en un castellano que ahora parece de cristal de roca, lo que había vivido en las épocas en que conoció la pena, el dolor y el miedo.
Ahora, dice, cuando escribe sigue sintiendo la misma inseguridad de entonces, la misma sensación de que escribe para orientar su pena hacia una confesión.
Cuando Vargas Llosa tenía treinta años, Luis Harss, el autor de Los nuestros, dijo de él: “Hace apenas cuatro años, con sólo dos obras a su nombre —una colección de cuentos y una novela— ya se destacaba entre nuestros escritores jóvenes. Lo distinguían el talento y la dedicación. Era un inspirado, tenía fuerza, fe, y furia creadora”. Cuando cumplió setenta, le pregunté qué titular quería para su vida entonces. Dijo: “Sigue andando”.
Ahí estaba, andando, hablando de la razón por la que sigue escribiendo, como cuando estaba en aquella pensión de Madrid.
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