Por Guido Carelli Lynch
Su libros recuperan la tradición judía y lo autobiográfico. Sus talleres eran famosos.
18/06/12
Ayer, a las 10.30, como todos los domingos, la escritora Alicia Steimberg iba a encontrarse con su amiga y colega Ana María Shua en Las violetas, la confitería clásica del barrio de Almagro. Así se lo confirmó por e–mail el sábado, a las 15, dos horas antes de que una descompensación cardíaca la invadiera durante un té con amigas. Steimberg murió poco después de ingresar al Hospital Italiano. Tenía 78 años.
Nació en Buenos Aires en 1933 y dedicó toda su vida a la literatura, escribiendo libros, formando colegas en sus talleres, traduciendo o durante su paso por la dirección del Libro de la secretaría de Cultura, entre 1995 y 1997.
En 1971 publicó el primero de sus 14 libros y el más recordado de todos: Músicos y relojeros , finalista de varios premios internacionales. En 1973 escribió La loca 101 y el mismo año ganó el Satiricón de Oro. “Para mí fue el encuentro con un modo de decir muy diferente al que estaba acostumbrado –tenía algo muy extranjero y a la vez muy argentino– con registros del humor coloquial, cierta locura, algo muy revelador, fresco e interesante”, la evocaba ayer Guillermo Martínez. El autor de Crímenes imperceptibles recordaba agradecido los consejos que Steimberg le regaló en sus inicios; no fue el único beneficiado. La rosarina Patricia Suárez –Premio Clarín de Novela– no olvida sus enseñanzas simples pero reveladoras. “Era como una Madre Coraje de la literatura. ´Primero hay que saber escribir bien´, decía. Era una mercera judía de la literatura”, relata Suárez, que una vez le preguntó cómo hizo para escribir su novela erótica Amatista (1989), que le valió una mención en el premio La Sonrisa Vertical, de la editorial Tusquets. Steimberg le enseñó cajones, con cientos de páginas viejas y le reveló un secreto simple, sencillo, genial: “Hay que guardar todo lo que uno escribe, porque un día lo escribís de otra manera”. En Aprender a escribir (2004) enseña algunas claves.
Shua, que escribió con Steimberg Antología del amor apasionado , recuerda que a su amiga le gustaba “irse por las ramas”, la asociación libre. “Por eso era tan original su escritura. No sabía qué vericuetos iba a elegir para contarte lo que te quería contar. Era una escritura de 24 horas sobre 24, todo el tiempo estaba inventando y creando”, dice Shua. Pero no lo aconsejaba. En 2004, en una entrevista con Clarín , dejó una advertencia para los jóvenes autores: “no sean escritores las 24 horas del día. Eso vuelve loco a cualquiera”. Tenía fe en el divague.
También se servía de lo autobiográfico, algo que también aparece en Músicos y relojeros . Esas eran, de hecho, las profesiones de sus antepasados judíos. El psiconálisis, la tradición judía y el terror se mezclan en sus historias.
Ganó una beca Fullbright en 1983 y el Premio Planeta del Sur (1992), entre otros. Hoy, sus restos serán velados, a partir de las 7 en Córdoba 3677. Quedan sus libros, sus enseñanzas, tres hijos, y un sinnúmero de autores que aprendieron a escribir con ella, en sus talleres o leyéndola.
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