viernes, 13 de abril de 2012

"Ritos poéticos del comer y beber"

Los poetas Javier Cófreces y Eduardo Mileo escriben a cuatro manos un volumen que propone un original recorrido por las diferentes fuentes de la gastronomía.


LOS FRUTOS del APETITO
Por Javier Cófreces y Eduardo Mileo
Ediciones en Danza
233 páginas

Como lo hiciera con Alberto Muñoz en dos libros notables, Venecia negra y Tigre , Javier Cófreces (Buenos Aires, 1957) acomete una vez más la empresa de escribir un libro a cuatro manos. En este caso, su compañero de aventura es Eduardo Mileo (Buenos Aires, 1953), autor de libros de rara belleza clásica, como son Mujeres y Poema del amor triste . Los frutos del apetito , según se cuenta en el prólogo, fue escrito en realidad hacia 1993, pero recién vio la luz más de quince años después. El libro, que incluye una cuidada selección de imágenes, está dedicado a los alimentos y las bebidas, y en él convergen los poemas concebidos por esa tercera voz que implica la escritura en colaboración, en diálogo con citas que aluden a ese universo.
La estructura de Los frutos? propone un recorrido metódico a través de las diferentes fuentes de la gastronomía. Los cinco capítulos iniciales rinden cuenta de los panes, las carnes, los vegetales, los peces y el vino. Cada uno es precedido por una receta extraída de un improbable volumen francés publicado a comienzos del siglo pasado, que pone a prueba la imaginación, dado el carácter casi fantástico del procedimiento que formula. Luego, en páginas enfrentadas, se ofrece al lector un poema y su correlato en fragmentos tomados en su mayor parte de la literatura y citas que, como las recetas, dan rienda suelta a la especulación sobre su carácter apócrifo. Este ir y venir de los poemas a las voces que manan de los fragmentos crea una caja sonora en la que las voces se multiplican: la voz creada por el procedimiento de supresión de la voz personal de cada poeta produce resonancias nuevas en virtud de la lectura cruzada. Este efecto se amplifica, dado que en los poemas de esos cinco capítulos prima un registro objetivista, podría decirse de instantánea, o de pintura de bodegón, donde el texto renuncia al énfasis. Tal el caso de "En la pescadería": "En un acuario/ muy colorido/ donde hay corales/ y lenguas de agua/ la vista pasea sonoramente/ mientras los peces callan./ Otra es la vista de la pescadería:/ los peces callan también/ pero el silencio es frío./ Cuadros de una exposición/ en la que sobra el artificio/ y falta el mar."
Cierran el libro las secciones "Los frutos del cielo" y "Los frutos del infierno". En el primero, los poemas ganan en sensualidad, son expansivos, y el tono que adquieren es deliberadamente paródico. El capítulo final se compone de dos largos poemas en los que toman la palabra quienes se ven privados, justamente, de todo fruto. Es un contrapunto de dos voces, la del hambreado en la gran ciudad y en el campo, recreando en un caso el registro de lo que podría llamarse "realismo sucio", y en otro, la larga tradición de la poesía gauchesca. El tono político que adquiere esta última parte no contradice el espíritu de un libro que se propuso, y lo logra, cantar los placeres -y los pesares- del comer y el beber, la universalidad de los ritos que acompañan, desde la escena primitiva de la reunión alrededor del fuego, el arte de sentarse a la mesa..

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