miércoles, 11 de abril de 2012

“EL FUSILADO "

Por Roberto Castro
Director del Archivo y Museo Histórico "Julio de Vedia" de 9 de Julio (Prov de Bs As)

Relato histórico


Con porte marcial, el Oficial de Policía Agustín Aguerrido, se presentó ese mediodía de fines de Octubre, en la fonda de Bernardo Sathiq. Aproximándose  al mostrador con sus ojos arrojando miradas entre lo parroquianos presentes y su cuerpo titubeando al pasar cada mesa de madera ocupada por alguno de ellos, fue recibido por un movimiento de cabeza de Don Bernardo que de detrás del mostrador marcaba de esa manera a la persona que seguramente estaba buscando la autoridad.

En los más oscuro de la sala, en un opacado rincón un paisano joven revolvía nervioso las verduras que entreveradas con un caracú ya soplado posaban en el fondo de  un plato hondo medio vacío de sopa.

Cuadróse el oficial frente a la mesa y la figura del comensal que casi instantáneamente  levantando los ojos le decía:

-         Si, ya sé, hermano, me van afusilar!.

El Coronel Mariano Espina, al mando del Batallón “Victoria” había recuperado el pueblo para el gobierno el 25 de Octubre. Las represalias sobre los sediciosos estaban a punto de ser efectuadas. De a poco los revolucionarios que habían tomado el pueblo para la causa “Mitrista” guiados por Policarpo Caro derrocando a Don Nicolás Robbio, iban siendo detenidos. Don Pastor Dorrego, Don Anastacio Prieto, Don Hermenegildo Berdera, Don Manuel Lafulla, el Dr. Zavaleta  y otros cuantos, iban cayendo en los calabozos de la comisaría que compartía el edificio con el Juzgado de Paz y la Municipalidad, sobre la calle Independencia frente a la plaza.

Sentado frente al escritorio de la sala del edificio que había establecido como cuartel general, Espina repasaba la lista de detenidos y de los nombres que le habían sugerido como rebeldes. Carpo Caro, el insurrecto cabecilla, se le había disparado para el lado de la Laguna del Cura, presto a incorporarse las tropas de Mitre que de Juárez se aproximaban a la zona. Con él habían marchado algunos de sus lugarteniente que hacían las veces de “oficiales”. Gente de mala entraña aquellos famosos criminales como “el Pato Picazo” o ““El Pestaña Blanca” habían seguido al caudillo Caro. Pero... en el listado que Espina leía y releía, faltaba uno. Un joven también de averías enrolado en las fuerzas mitristas seguidor de Carpo acusado además  del delito de asesinato de una mujer por los pagos del Chacabuco.

-         A ver, oficial! - con fuerte voz exclamó el coronel a la vez que su puño golpeaba el trajinado escritorio.

Al instante un milico se cuadraba frente a él.

-        Acá me falta un sedicioso. Un tal Josè Córdoba de los pagos de Santa Rosa del Bragado que además de revolucionario tiene captura recomendada. Se fue con Caro  o aún anda por aquí?

-        No sé, mi Coronel, pero enseguida le averiguo. 

No tardó más que un instante en volver con la respuesta:

-    Parece que aún está por aquí.

-         Ya mismo me lo encuentran y me lo traen.

El batallón “Victoria” de Espina no le hacía por menos en cuanto a sus integrantes. Sus filas también estaban formadas por gente de baja calaña.

 José no ofreció ninguna resistencia. El milico no tardó en esposarlo y tomándole de un brazo ambos marcharon por esas pocas calles de tierra que lo separaban de la comisaría.

Apenas unos minutos estuvo el reo frente a Espina. Sin interrogatorio. Pocas palabras. El Coronel ya tenía dispuesto el castigo: sería fusilado. De inmediato fue puesto “en capilla” y sin titubear mandó llamar al cura para que le prestara los últimos auxilios religiosos, cosa que José aceptó con beneplácito.

Silenciosamente vació lo recibió un calabozo un tanto alejado de los que guardaban otros mitristas detenidos, no sin antes haber sido engrillado  fuertemente.

Mientras se reforzaban las guardias y en los edificios que rodeaban la plaza se apostaban centinelas, no sea que hubiera alguna tentativa en favor del detenido, contra uno de los eucaliptos más gruesos de los que circundaban la plaza, frente al juzgado, se mandó construir un banquillo de ladrillos a manera de patíbulo.

Sentado frente al Cura Vicario, chupando un cigarro que le habían encendido, José hacía resonar sus dedos torciéndolos, señal de que estaba haciendo una fuerza extrema para mantenerse tranquilo.

Levantó la cabeza y mientras exhalaba para arriba el humo a la vez que sus ojos posaban en un sucio crucifijo instalado sobre los barrotes de la puerta, rompió el silencio que se había instalado luego de las palabras de aliento expresadas por el padre Podestà.

-         Mire padre, yo con Dios  no ando nada bien-dijo entre lágrimas – también se que todos nacimos para una vez morir, lo mismo con una balazo, una puñalada o de cualquier otra forma.

-         Vea, señor – continuó muy conmovido- dígale a los familiares de mis víctimas que me perdonen y que le pidan a Dios,resignación. Hoy  mi compañera  es la muerte; ya yo no soy José Córdoba sino un alma en pena.

 Esa última noche durmió poco; caminaba de a ratos, de a ratos rezaba. Cómo a eso de las tres de la mañana logró quedarse dormido. A  las seis lo despertaron para prepararse, desayunar  y recibir los últimos sacramentos.

         
Tomó con gusto el desayuno de mate cocido con media galleta que le llevaron, después volvió a rezar.

-         Se que me voy. Lo que no sé es si me voy con Jesús o con mandinga- le dijo al guardia que lo acompañaba mientras se arreglaba su ropa.

Á las nueve menos cuarto, se presentó el Capitán…., espada en mano, a notificarle que había llegado la hora de partir. Antes había firmado, al pasar por mesa de entradas,  un acta en que constaba que recibía al reo José Córdoba, para ser ejecutado.
En seguida, saliendo de la celda, la guardia estaba formada en el zaguán. Ya afuera, la escolta que marcaba el paso al son del tambor se encontró con   una  multitud que esperaba la salida del reo.
Pocos instantes después, el oficial mandó echar fusil al hombro a la guardia, por delante de la cual pasó Córdoba, erguido y firme, aunque intensamente pálido.
Iba asido por el  brazo por la mano del cura; lo seguían los  milicos que por sorteo habían sido elegidos para formar el pelotón de fusilamiento.  Al llegar a la puerta medio como en punta de pies esbozó una especie de saludo a la población : “salud, señores”. En semicírculo hacia el patíbulo, los  vecinos presentes y los los demás presos engrillados y obligados presenciar la ejecución, recibieron la despedida.
En medio del más profundo silencio un oficial instalado en la plaza leyó:
-“José Córdoba, natural de Bragado,  reo del delito de sedición  y asesinato en la localidad de Chacabuco, ha sido condenado a la pena de muerte, que va a ejecutarse. Si alguno levantase la voz pidiendo la gracia, o de cualquiera otra manera ilegal tratase de impedirlo, será castigado de acuerdo a las leyes”.

Firmado: Coronel Mariano Espina.
Redobló el tambor...

Al fondo, la Pirámide de Mayo del centro de la plaza, vigilaba.  Junto a un eucalipto estaba clavado el banquillo, una especie de taburete hecho de ladrillos.

No se supo bien quién fue el que atinó a acercarle un vasito de aguardiente. El lo llevó a la boca con su dos manos engrilladas de cadenas colgando y la tomó sin hacer ni un gesto.
Dio algunos pasos mas al frente, siempre rodeado de los guardias y el sacerdote que se interponían entre él y el patíbulo. En seguida llegó al terrible taburete.
Entre tanto la escolta que debía ejecutarlo se había retirado algunos metros.
Ya cerca al patíbulo, de pie, hacia el lado derecho, se quedó únicamente acompañado del padre Domingo.
Tocó a silencio el clarín, y Córdoba con voz fuerte y entera y con ademanes enérgicos dijo:

- : “Hermanos míos, que esto sirva de escarmiento. Dentro de unos minutos estaré yo delante de Dios que es el dueño de todo. Tengo que darle cuenta del mal que he hecho. Sea él quien decida mi castigo “
Acabó de hablar, y se sentó resueltamente en el banquillo.
La escolta que se había retirado, volvió silenciosamente y se colocó a unos pocos pasos de Córdoba.
Siguieron unos segundos de horrible angustia, mientras llegaba quien lo amarraría.
El Capitán, encargado de la ejecución le puso una venda sobre los ojos, y mientras la amarraba por detrás de la cabeza dijo algo que nadie entendió. Amarrada la venda, dejó lugar al padre que junto a él dijo una última plegaria.
Brillo el arma desembanastada en manos del capitán. Los tres soldados de la primera fila echaron rodilla en tierra y con los otros tres  detrás erguidos preparados, tendieron sus fusiles hacia aquel desdichado.

 Sonó la descarga.
Córdoba dio un ligero salto, inclinó la cabeza sobre el pecho, echó el busto hacia la derecha, con la camisa blanca desabrochada y rota por la balas. Del costado izquierdo asomaba  una herida grande. Con el brazo derecho colgando  boqueó dos o tres veces, echó la cabeza hacia atrás y estiró su pierna derecha. De inmediato el oficial apoyando el caño del revólver en su cabeza, efectúa el tiro de gracia. Lo sigue  el sacerdote  que enderezando el cuerpo  musita un rezo. Se acerca el doctor, lo ausculta, y lo declara muerto.

-         No tenían derecho para matarlo así ! - atina a gritar Anastacio Prieto a la vez que recibe una golpiza por un oficial que cesa  ante la intervención de  su hermano Raymundo y varios vecinos en su defensa. Dos hermanos divididos por la política.     

El cuerpo del fusilado queda tirado hasta el mediodía, hasta que despojado de los

grillos, lo retiraron para efectuar su sepultura en el Cementerio Nuevo.

El Cura Vicario de Santo Domingo de Guzmán de 9 de Julio, Don Domingo Podestá, los Testigos Don Manuel Barrera de 21 años del Cuartel Nº1 y Don Emilio Carballeda de 46 años del Cuartel Nº1 firman el Acta de Defunción de José Córdoba, natural del país, de Bragado.

El “Negro”Tollo, se salvaría de correr igual suerte que Córdoba y podría volver a dirigir la banda local. Los presos políticos amenazados vuelven al juzgado y días después remitidos en carretas a Mercedes, adónde permanecerán en la cárcel hasta después de La Verde.

Mitre que es vencido en el combate de “La Verde” pasa con su tropa derrotada por 9 de Julio con rumbo a Junín, dónde se rinde.

Había terminado la Revolución Mitrista de 1874.

No hay comentarios:

Publicar un comentario