lunes, 11 de julio de 2011

LOS NIETOS

Por Israel Díaz Rodríguez

Que bello son los nietos, verlos todos los días correr por la casa con sus piececitos descalzos tras el último carrito de juguete que le han comprado sus padres, observarles y festejarles todas sus travesuras incluyendo aquellas que por nuestra edad no nos son tan agradables, las respuestas que dan a cada pregunta que uno les hace las cuales ellos responden con sinceridad, pues si no han entendido lo que les hemos preguntado, sencillamente responden un seco: “no se de que me estás hablando o,   un desconcertante ¡no se!.

Los abuelos somos cómplices de ellos, justamente porque todo cuanto hacen o dicen, nos parecen geniales, si nos invitan a jugar con una pelota, nosotros los octogenarios que ya no hay hueso que no nos duela, que se nos dificulta agacharnos a recoger las cosas, sufrimos lo indecible cuando ante un deseo de ellos no los podemos complacer, pues ellos en su inocencia, no comprenden - como es natural - que no es falta de voluntad la negativa a tirarnos al piso para que juguemos, ¿como le hacemos comprender a estas delicadas criaturas que no es que no queremos sino que no podemos?

Abuelo – me dice Daniel – esto es fácil, haz lo que yo hago, tiéndete boca abajo en el piso, estira los brazos y las piernas como si fueras a nadar, entonces yo te tiro la pelota y tu me la devuelves sea con las manos, los pies o la cabeza, pero eso sí, no te vayas a parar porque pierdes.

Seguidamente entro a pensar, ¿si me acuesto en el piso como haré para poderme parar? Se me ocurre decirle que es mejor que nos echemos una partida de Dominó a lo cual él accede, él mismo busca la cajita de cartón en donde ha guardado cuidadosamente las fichas, las cuenta y exige ser él quien las revuelva sobre la mesa, además, dispone cuantas fichas hemos de coger cada uno, como es de esperarse, yo no hago sino seguirle la corriente.

Respiro hondo en señal de satisfacción por haberme librado de tener que tenderme en el suelo, empezamos a jugar, él escoge sus fichas en número de diez para cada uno y las restantes las deja en un lugar de la mesa bien amontonadas, comienza el juego y se pide la salida con el doble seis que cuidadosamente se ha reservado para él, no se cual será el truco para tenerlo siempre, las fichas las coloca en orden de pintas y con sus dos manitos, las oculta para que yo no se las vea, porque si me las ves, abuelo – me dice – con seguridad que me ganas.

Dos tres o cuatro juegos, no más, se aburre, dispone que ya no juguemos mas porque ya está bueno, entonces me pide permiso para encender el computador, le concedo el permiso y acordamos el número de minutos permitidos para jugar, se sienta en la silla delante del computador, con conocimiento correcto de cómo se enciende el aparato, busca la palabra juegos, abre el preferido que es el juego de  pool game (“buchácara”) lo observo y como tiene que jugar con un contrincante imaginario, espera pacientemente que aquel haga la jugada, como ya le toca su turno, observa la posición de las bolas, estudia la jugada y solo procede a hacerla cuando considera que va a acertar en hacer la carambola.

Veinte, treinta minutos y como lo hemos acordado, me pregunta si ya se le venció el tiempo, si le digo que ya es suficiente, me pide el favor de dejarlo unos cinco minutos más, como buen abuelo complaciente, naturalmente que le dejo, entre tanto me dedico a leer un libro pero eso sí, mientras él juega sin que se de cuenta, le estoy observando todos sus movimientos y oyendo sus protestas cuando las jugadas no le salen bien.

¡Que bellos son los nietos! Ojala no  crecieran, que fueran siempre así inocentes, traviesos, que no se fueran nunca de nuestro lado pues nos hacen la vida tan placentera endulzándonosla a cada instante, no importa que nos pidan que nos tendamos como ellos tan fácilmente en el suelo.

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