miércoles, 13 de julio de 2011

Libros en agenda

Novelas para días de urnas


Silvia Hopenhayn


Para LA NACION
Miércoles 13 de julio de 2011 | Publicado en edición impresa
 
 
En varios medios (sobre todo radiales) se ha mencionado en estos días la novela de José Saramago Ensayo sobre la lucidez , en la que los habitantes de su ficción desisten de votar con la excusa de una gripe generalizada, y en una segunda vuelta, el voto en blanco arrasa con más del 80%. Esta metáfora parece indicar un hartazgo de la clase política. Sin embargo, reivindicar el genio del escritor portugués no es necesariamente una forma ilustrada de plasmar el escepticismo y tampoco de justificar una división política más afecta a los prejuicios de clase que a la diferencia de propuestas.
También podría esgrimirse como carta "culta" la brevísima novela de Melville Bartleby, el escribiente , cuyo lema, modestamente lúcido, reitera su protagonista cada vez que le solicitan algo: "Preferiría no hacerlo". El condicional de la disculpa da cuenta de la autenticidad de su elección. En la Argentina no hay opción. Hay que hacerlo. El "preferiría" está penado.
Entonces, más vale tener algo con que entretenerse. Por disparatada que parezca la alegoría, recomiendo para la fila de las próximas urnas -y hasta por fuera de esta circunstancia inhóspita de la votación obligada- la lectura de la primera novela en la que aparece Sherlock Holmes, Estudio en escarlata , cuando el detective se encuentra con el ex combatiente y empobrecido Dr. Watson en un laboratorio. Sorprenden los buenos modos que Watson y Sherlock Holmes, dos hombres de pensamiento disímil y origen opuesto, sostienen para convivir en el célebre apartamento número 221 B de la calle Baker, en Londres, a fines del siglo XIX. Establecen para eso una suerte de pacto inicial en el que cada uno exhibe su ambición y su debilidad. Quizá la figura de Sherlock conserva en nosotros un rasgo de autosuficiencia que excluye su veta sumamente humana, fundamental para el éxito de las siguientes novelas que protagoniza. Basta verlo frente a Watson, cuando le dice: "Veamos, ¿qué desventajas tengo? Hay veces que me entra la melancolía, y me paso días y días sin despegar los labios? Y ahora, ¿tiene usted algo de que acusarse? Cuando dos personas van a empezar a vivir juntas es conveniente que sepan mutuamente lo peor de cada una de ellas". Watson le confiesa sus cuitas de manera curiosa: "Me molestan los estrépitos, porque mi sistema nervioso está quebrantado". Con humor, Sherlock lo interpela con una pregunta: "¿Incluye usted el tocar el violín en la categoría estrepitosa?". El humor es amigo del intercambio. Sobre todo si se trata de tener en cuenta al otro más que en denostarlo.
Con esta novela en la que se inicia la relación de la gran pareja de la literatura de enigma, se podría imaginar una campaña en la que los políticos se pregunten en voz alta, como lo hace Holmes frente a Watson: "Veamos, ¿qué desventajas tengo?"; al tiempo que el periodismo, en vez de contar los minutos que tiene cada uno para hacer su megalómana campaña, opta por preguntar: "¿Tiene usted algo de que acusarse?". © La Nacion

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