El escritor puso sus diarios y el artista los ilustró; el resultado, un libro y una muestra.
Ricardo Piglia está pensando en publicar sus diarios. Quizás esa sea la noticia. Los escribe desde 1957. Algunas entradas aparecieron en la Revista Ñ y en El País, de Madrid. Ahora, una versión más extensa de sus últimos años en Princeton, donde enseña en la universidad local desde 1997, acaba de editarse con diez imágenes de Eduardo Stupía. Fragmentos de un diario, un libro-objeto editado por la Galería Jorge Mara La Ruche, se distribuirá en España y Argentina. “Esto es una forma de empezar a pensar en todo eso y a publicarlo, para ver qué pasa al publicar un diario. El autor se expone más que al publicar un relato”, dice Piglia.
Stupía está a su izquierda, en la galería Jorge Mara La Ruche, donde hoy se inaugura la muestra que consagra el libro, con los diez originales de Stupía que aparecen en él y otros doce trabajos. Son aproximaciones gráficas, no ilustran los diarios. “Los libros suelen ser el catálogo de las exposiciones, en este caso, la exposición documenta el libro”, asegura el pintor. A fin de año, la muestra estará en el Círculo de Bellas Artes de Madrid.
U na gigantografía de uno de los cuadernos con tapa de hule negro donde Piglia escribe sus diarios, preside la muestra. Ya no los fabrican. “Hay un tipo que los tiene en La Boca, en su sótano, y me los guarda. Es un fetichismo ridículo que tengo. Pero es un hilo conductor, por eso me gusta la foto”, se entusiasma Piglia.
Suele escribir sus diarios al final del día. Todavía lo hace a mano, en un bar, en un tren, donde esté. “Son un laboratorio donde se mezclan acontecimientos, posibilidades de relatos. No tengo un plan, me dejo llevar por cuestiones inmediatas. Por eso me gusta el trabajo de Eduardo, que fija la mirada en un instante”, asegura el autor, que viene de ganar dos premios internacionales –el Casa de las Américas y el Rómulo Gallegos– por su última novela, Blanco Nocturno . Stupía no escribe diarios. “Los bocetos son mi diarios y mis obras, esas que están allá”, dice, y señala el salón principal.
Juntos y por separado, plasman fragmentos de imágenes que se desordenan y que, a su vez, conforman un todo con aparente sentido. Como en las novelas. “El texto es irreductible y la imagen, también. Se suele pensar en los textos como epígrafes de las imágenes o que las imágenes revelan lo que el texto no puede. En esta muestra, dos materias conviven en un formato determinado”, asegura Stupía. Todas sus imágenes tienen el mismo tamaño (40 x 60), pocos colores, fragmentos de collage sobre un papel amarillento, que evoca el paso del tiempo y cierta degradación. Tienen que ver con su obra contemporánea. Nubarrones y figuras que no se completan. Coinciden en que la escritura y la pintura no son materiales fijos. Tampoco creen que las obras (o las personas) mejoren con los años. “Con el diario lo tengo claro –afirma el escritor-, uno avanza y retrocede”. Como lector, elige los diarios de Cesare Pavese y Franz Kafka, y visualiza el presente y futuro del género en los nuevos medios –los blogs y las redes sociales–. “Parecería que son el cierre del género, aunque nunca hay cierre”, dice. Por eso sigue escribiendo en sus cuadernos con tapa de hule, que sólo se encuentran en La Boca.
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