Si Jorge Luis Borges hubiera ganado el Premio Nobel de Literatura, ¿cómo lo habrían reflejado los medios de comunicación? Aunque en su época no existían aún las redes sociales e Internet no había alcanzado ni la extensión ni el poder que tiene hoy, diarios, revistas y TV habrían dedicado, por lo menos, una semana entera al tema hasta agotar la paciencia del público y del ganador.
¿La literatura infantil y juvenil sigue siendo la Cenicienta del circuito literario? Cada vez menos, sobre todo cuando se afianza con títulos best-sellers en el mercado, pero eso no significa que se le dé aún la real importancia que tienen sus textos y sus escritores. Como escribió el propio Borges en el prólogo a Los libros de Alicia (Ediciones de la Flor, 1998), "quien escribe para niños corre peligro de quedar contaminado de puerilidad; el autor se confunde con los oyentes".
El Hans Christian Andersen, que es bienal y se concede desde 1956, es un reconocimiento a una "contribución duradera a la literatura infantil y juvenil" no sólo del escritor sino también de la literatura del país del que proviene. Si pensamos que, en América latina, Brasil ya lo había alcanzado en dos oportunidades (Lygia Bojunga Nunes, en 1982, y la reconocida Ana Maria Machado, en 2000), este galardón nos estaba faltando en el cuadro de honor, y la Argentina ha hecho desde siempre suficientes méritos para obtenerlo. Lo más cerca que habíamos estado fue cuando, en 1994, María Elena Walsh recibió una Mención Honorífica "Highly Recommended", en el Congreso del International Board on Books for Young People (IBBY, por sus siglas en inglés), realizado en Sevilla (España), y cuando en dos ediciones consecutivas (2006 y 2008), Isol fue finalista en la categoría "Ilustrador".
Celebremos, pues, junto con María Teresa Andruetto, este premio tan esperado.
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