sábado, 6 de agosto de 2011

EL BARRIO QUE ME ESPERA

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Cuento - Autor: *Alejandro Casas



Me ocurría a veces que todo se dejaba andar, se ablandaba y cedía terreno, aceptando sin resistencia que se pudiera ir así de una cosa a otra. Digo que me ocurría, aunque una estúpida esperanza quisiera creer que acaso ha de ocurrirme todavía. Y por eso, si echarse a caminar una y otra vez por la ciudad parece un escándalo cuando se tiene una familia y un trabajo, hay ratos en que vuelvo a decirme que ya sería tiempo de retornar a mi barrio preferido, olvidarme de mis ocupaciones (soy corredor de bolsa) y con un poco de suerte encontrar a Josiane y quedarme con ella hasta la mañana siguiente” (El otro cielo, Julio Cortázar)

Mi barrio me espera. Sé que me espera. No tiene apuros. En él no hay urgencias que cubrir ni obligaciones perentorias. Está ahí, esperándome en un rincón de mi memoria y en algún lugar de mi alma (o en lo que sea que tengamos más allá de lo físico). Sabe que de tanto en tanto yo vuelvo. El regreso a ese lugar de la infancia en el que alguna vez fuimos felices nunca perece, es indeleble como la sonrisa de nuestra madre esperándonos a la salida de la escuela.
Yo lo miro desde estos otros días vertiginosos, perentorios y apremiantes y quiero volver y quedarme allí hasta que las obligaciones me llamen o las urgencias me requieran, como mi padre nos llamaba a la hora de cenar (entre las nueve y las nueve y cuarto en el invierno, y un poco más tarde en el verano). Pero no, el llamado de mi padre no tenía la misma urgencia de estos días de hoy.
Ahora mismo lo veo asomándose a la puerta cancel con un brazo levantado y lo escucho gritarnos a mi hermano y a mí que vayamos a comer.
Después de la cena volvemos a la calle (más precisamente a la esquina de la bicicletería de Forno) y seguimos charlando un rato que se hace más o menos extenso según sea verano o invierno. Hasta que el barrio se va silenciando lentamente como el final de una canción melódica. Y junto con el silencio viene la soledad. En las calles de mi barrio todos se fueron a dormir y la noche parece adquirir la forma de lo eterno. Es la hora en la que el tiempo se detiene.
Sólo estamos mi hermano, algunos amigos y yo. Y Bebucho, el perro que vive en la cochera de los abuelos de Cocolo Rolando, a la vuelta de mi casa. Negro, peludo y de mirada buena. Dicen que es hijo no reconocido de la perra de los Mujica y algo de razón deben tener porque son muy parecidos y, cada tanto, Bebucho anda hociqueando en la puerta de entrada a la casa de los Mujica.
Sentados en el umbral de la bicicletería hablamos de cualquier cosa, cualquier tema es válido para prolongar un rato más la ida a dormir: amores, desamores, fútbol, figuritas repetidas, relaciones sexuales que aún no conocemos.
Un auto dobla a toda velocidad en la esquina que da a la plaza Belgrano, de la avenida San Martín a la 25 de Mayo. Las ruedas chillan como arañazos que rasgan el silencio de la noche.
Es la Dodge GTX de Cocolo Rolando.
Nadie lo acompaña. Tampoco hay quien festeje su pirueta ni quien lo insulte por el bramido de su doble escape sin silenciadores.
Él se ríe. Festeja solo su maniobra. Pasa por delante de nosotros y nos toca dos bocinazos cortos y agudos. Y vuelve a doblar rumbo a la cochera. Pero esta vez un poco más despacio porque entra en una calle de una sola mano.
Bebucho lo reconoce. Alza la cabeza, estira el cuello y para las orejas. Se levanta y se despereza sobre las patas delanteras. Y sale trotando para llegar a la cochera antes de que Cocolo cierre el portón y lo deje afuera.
Vuelve el silencio a la calle. El barrio ya está durmiendo. Con mi hermano y mis amigos también nos vamos a dormir.
Desde esta otra noche de días vertiginosos las obligaciones perentorias me llaman. Mañana tendré que madrugar: un vencimiento de un plazo legal, un juicio complicado y otras rutinas.
Me desvelo. Estiro los minutos. Es la hora sin sueño.
Decido salir a caminar por las calles de mi barrio buscando la esquina de la bicicletería de Forno, las charlas interminables, la Dodge GTX de Cocolo y la plaza Belgrano.
Camino despacio. Alguien me sigue. Me doy vuelta. Es Bebucho que no llegó a la cochera antes de que Cocolo cerrara el portón y, como yo, anda buscando un lugar donde cobijarse.

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*Abogado, docente universitario y escritor. Autor del libro de cuentos Encuentros y de las novelas Boca de urna y As de espadas, cuatro de copas. Vive en 9 de Julio (Bs. As.)
Correo de contacto: alecasas@internueve.com.ar

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