jueves, 7 de febrero de 2013

Literatura argentina

Por Daniel Gigena | LA NACION

Premiado en 2011 por el Fondo Nacional de las Artes, con un jurado integrado por Samanta Schweblin, Romina Doval y Juan Sabia, A ciencia incierta, el primer volumen de cuentos de Luis Cattenazzi (Buenos Aires, 1977), entrecruza el realismo, el género fantástico y la fantasía científica con una inflexión levemente zumbona. Narradores perplejos o abrumados por las circunstancias, protagonistas o testigos de los acontecimientos -es decir que casi todos los relatos están en primera persona, lo que a la larga cansa un poco- remontan episodios en apariencia triviales que, como en las historias de Saki o las de Adolfo Bioy Casares, se van enrareciendo con el advenimiento de dobles, viajes temporales, espíritus y experimentos.
Situados en la Patagonia, el barrio de Almagro o la prototípica isla del científico loco (en el "El arte del doctor Moret", el loco en cuestión tiene, además, veleidades artísticas), los cuentos procesan estereotipos del género fantástico y de la crónica científica con sorna y elocuencia. La lengua a veces es desenfadada (en el comienzo de "Temporal", que relata un encuentro misterioso en un vivero porteño, se lee: "Porque se sabe: en Buenos Aires, las tormentas avanzan como una fuerza metafísica que corroe los cimientos de la civilización. En un minuto parece una moderna metrópolis, ochenta milímetros de agua más tarde ya no quedan vestigios de la transporte urbano, ni luz eléctrica"), y otras veces discurre apegada a la gravedad del asunto (la expiación de un asesinato en "Pater familias"). Hay cuentos muy buenos, por ejemplo "Las páginas de un muerto" (historia de un escritor a sueldo que oficia de médium entre un renombrado autor difunto y la ávida industria editorial) y "Ondas del espectro visible". Otros ingeniosos ("Temas ornitológicos" y los dos "Epistolares", que en el marco estricto de una correspondencia albergan affaires amorosos infectados por la literatura). También algunos fallidos, no tanto por la composición (a estas alturas, lo mínimo que se le puede exigir a un escritor profesional) como por lo previsible de un efecto calculado.
La escritura de Cattenazzi, impresionista y atenta al habla popular, se apoya en formatos familiares para el lector del género fantástico -que, hay que decirlo, hizo estragos en la narrativa argentina del siglo XX- como el diario de un náufrago, el caso periodístico o la confesión, y a partir de esa certidumbre el autor organiza las tramas. No por casualidad sus personajes recorren bibliotecas populares o privadas, aluden a Ray Bradbury o a Horacio Quiroga y atenúan o enfatizan rasgos del discurso literario: "Respecto al tono, me asistían algunas enciclopedias ilustradas y almibaradas del año cincuenta: descripciones grandilocuentes de pajaritos de veinticinco gramos, justo lo que yo necesitaba para urdir una semblanza. Porque eran eso, semblanzas, cuasi personificaciones, sensibleras, inocentes". A esa reflexión del protagonista del primer cuento de A ciencia incierta -otro escritor por encargo- se la podría considerar, con cierta distancia irónica, parte de la poética de este joven narrador, cuyos cuentos integraron antologías de horror y fantasía (entre ellas Urbania, compilada por Mariana Alonso), y que ha publicado relatos en el suplemento del diario Perfil y en revistas.

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