miércoles, 27 de febrero de 2013

LIBROS REEDITADOS

La montaña mágica

Por Thomas Mann Edhasa,
1056 páginas.

ADN.Cultura


La montaña mágica es uno de esos libros inabarcables: en esta epopeya de Thomas Mann se dan cita decenas de temas, de referencias, de universos; el maestro alemán vertió en esta novela un inmenso caudal de sabiduría y de conocimientos, haciendo de la aventura —estática y casi inmutable— de Hans Castorp un microcosmos en el que se puede encontrar de todo.
El punto de partida de la peripecia del libro es mínimo: Hans acude al sanatorio Berghof, en las montañas suizas, para acompañar durante tres semanas de agosto a su primo Joachim, aquejado de una leve enfermedad pulmonar. Lo que en principio se antoja como una estancia breve y de placer pronto se convertirá en una suerte de reclusión: el doctor Behrens, gerente del sanatorio, diagnostica al protagonista una infección en el pecho y le “receta” una estancia de seis meses; ese tiempo se extenderá sine die debido a la frágil constitución de Hans, aunque puede que haya algo más que le retenga en el Berghof además de sus propias dolencias.
Dentro de ese pequeño mundo del sanatorio suizo se congregan una miríada de personajes que sirven a Mann para poner de relieve diferentes temas: desde la filosofía, representada por el italiano Settembini y su némesis Naphta, hasta el amor, encarnado en la figura de la rusa Clawdia, de la que el protagonista se prenda y a la que nunca puede alcanzar. La constante contraposición de elementos es un motivo que el escritor alemán utiliza en el libro como fuente de energía narrativa; así, por ejemplo, hay personajes que se enfrentan de algún modo, como el racional Settembrini y el espiritual Naphta, o el estricto Joachim y el disoluto (en lo psicológico) Hans. Otro tanto sucede con otros elementos: la enfermedad y la salud batallan de manera constante en el establecimiento médico, ya que la muerte y la vida se entrecruzan en una armoniosa conjunción; la libertad y la reclusión también coexisten dentro del Berghof, cuyas medidas de reposo pueden ser tan draconianas como vaporosas… Todas estas dicotomías van haciendo de la novela un juego de espejos, de contradicciones y de incertidumbres que, lejos de despistar al lector o sumirle en la desesperación, provocan un apasionado interés por el microcosmos que Mann construye en el libro.
Aunque quizá la dicotomía más palpable y la que más importancia tiene dentro de la novela es la de la ciencia y el espíritu; no es tanto que La montaña mágica confronte concepciones antagónicas, sino más bien que juega con sus diferencias y sus nexos de unión para construir un modo de ver la realidad. Dentro del sanatorio Berghof la mediciona tiene un papel fundamental, ya que el doctor Behrens aplica sus técnicas con pasión y juicio (exagerados), pero la llegada de Hans nos abre los ojos a la importancia de la mente frente a la enfermedad; no desde un punto de vista homeopático o psicológico, sino como método para oponer la vida, las pasiones y el juicio a la decadencia del cuerpo; Settembirni, de hecho, afirma en algún momento que un cuerpo enfermo es algo despreciable. «¿Y la vida?», se pregunta Hans por boca del omnisciente (e intrusivo) narrador, «¿No era quizá también una enfermedad infecciosa de la materia?»
La parálisis social que se extendió por Europa antes del inicio de la Primera Guerra Mundial se ve fielmente reflejada en la pluralidad de personajes y opiniones que Mann hace aparecer a lo largo del libro. Todas las contradicciones comentadas se suman a la variedad de rostros e ideas que el protagonista observa en el sanatorio y que sirven al escritor para reflejar el caótico estado de un continente que estaba a punto de explotar. El final del libro, abierto a la incógnita del marasmo que se avecinaba, deja claro, por otra parte, la futilidad de la peripecia del protagonista y de todos los personajes: la vida arrastra a cualquiera sin tener en cuenta nada, al igual que la enfermedad asola el cuerpo sin reparar en caracteres, opiniones o disposiciones.
La montaña mágica es una novela de proporciones inabarcables, que, precisamente por ello, depara momentos de belleza y genialidad incomparables. La grandeza de los maestros no defrauda jamás.
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