jueves, 27 de septiembre de 2012

ImaginariaRevista sobre literatura infantil y juvenil
N° 321 - Buenos Aires, 25 de septiembre de 2012
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Clown

Quentin Blake (guión e ilustraciones)
Londres, Jonathan Cape, 1995 / Red Fox, 1998 (Random House Group).

Los juguetes en estado de reposo pueden convertirse en objetos sin vida o, por el contrario, ser artífices de su propia ficción, o sea, de su propia vida. No ser jugado por alguien puede ser una invitación a jugar-se. Si el reposo al que aludimos es el supuestamente final, obligado por la condición de “juguete considerado inútil y tirado a la basura”, encender la chispa de la ficción pasa a ser cuestión de vida o descanso definitivo.
En esta historia contada sólo por medio de imágenes, suerte de película muda que avanza y se lee en forma de libro, Quentin Blake da vida ficcional a un payaso de juguete y de ese modo emprende un juego doble: el de una bella y elocuente narración de aventuras y el de la formulación estética de la pregunta por la relación vital entre los humanos y sus juguetes.
Tras ser arrojado a la basura junto a otros juguetes un payaso cobra vida y se lanza a la ciudad vertiginosa con un único plan: rescatar a sus compañeros de su condición de desecho. Por su aspecto y su espíritu alegre y práctico aparenta ser un payaso absolutamente alejado de los estereotipos de la melancolía o de la torpeza cómica. Los encuentros con posibles niños salvadores lo llevan a revivir a cada paso la cruda sensación del descarte que en todos los casos es impulsado por adultos. Como cuando es rescatado por una niña que acompañada por su niñera lo lleva a su casa y su madre rica y superficial lo arroja despreciativamente por la ventana. O cuando luego de correr el riesgo de ser atacado por un perro al que logra distraer con eficaces acrobacias es lanzado por el aire por un joven skinhead. Esta vez cae en un departamento desolado donde una niña agobiada trata de calmar infructuosamente el llanto de su hermanito bebé a quien cuida mientras su madre trabaja. Tras divertir al pequeño y a su hermana el payaso decide ayudarla a limpiar la desordenada y humilde casa, preparar la comida y asear al bebé. De ese modo logran apurarse para rescatar a los juguetes desechados y volver antes del regreso de la madre que muestra su alegría por la sorpresa de las tareas tan bien resueltas, mientras sobre la cama se alinean felices los juguetes salvados y el payaso, primero de la línea, lanza un guiño cómplice a la niña.
La narración gráfica alterna escenas sin marco, como un modo de dar agilidad y dramatismo al suceder de las acciones, con escenas enmarcadas, de mayor tamaño, que por lo general representan momentos claves de la historia. El estilo poco complaciente de Quentin Blake, con sus trazos en tinta rebeldes y libres y sus acuarelas certeras y a veces inquietantes, alimenta la ilusión de que leer ilustraciones que narran es como leer una escritura transfigurada.
La alternancia entre la posición de ser juguete (desechado o rescatado) o “ser jugado” y la participación activa tanto del propio destino lúdico como el de la cofradía son representadas plásticamente por la fresca gestualidad del payaso, que siempre sabe cuándo conviene dejarse llevar y cuándo desplegar su chispeante autonomía. Cuando eso ocurre una mirada del personaje al mundo de los niños de la historia y otra al mundo del lector nos invita a ser cómplices de que el juego (la posibilidad siempre abierta de la ficción) puede continuar.

Reseña extraída, con autorización de la autora y los editores, de Bloc. Revista Internacional de Arte y Literatura Infantil Nº 6 (Madrid, Invierno de 2010).

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