martes, 8 de mayo de 2012

" EL VIGILANTE,LA VIUDA Y SU GATO


Por: Israel Díaz Rodríguez (Colombia)

Buenos días Macario – le digo al vigilante que estuvo de turno anoche – no muy buenos Don Jorge,  - me contesta algo malhumorado - lo cual se le nota por la cara que tiene, sus ojos enrojecidos con grandes ojeras. ¿Le pasó algo raro anoche? – Pregunto - No señor, la culpa la tienen esas benditas ranitas que escondidas en donde no pueden ser localizadas por lo diminutas que son, desde bien temprano en la noche comienzan a chillar y no cesan hasta al amanece y no me dejan dormir.

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Rigoberto el de mayor jerarquía entre ellos, aburrido con las benditas ranas, se atrevió a ponerle la queja a la administradora del edificio, como era de esperarse, esta le llamó la atención recordándole que era su deber vigilar y no dormir, le advirtió además, que  se exponía a ser despedido del cargo si volvía a quejarse  por la misma cusa.



Rigoberto pensó que él y sus compañeros tenían que terminar de alguna manera con las ranas, fue entonces cuando se le ocurrió la idea de conseguir un gato y de esta manera, liquidar a los pequeños batracios, esta idea se la comunicó a sus otros compañeros, quienes le dieron su aprobación.



Una de las inquilinas, la del piso quinto  una viuda que desde la muerte de su marido, un marinero que había perdido la vida en el mar del Japón donde su nave naufragó, vivía  sola y tenía como único compañero un hermoso gato el cual quería como a un familiar, pues le tenía todas las comodidades principiando por la comida que era exclusiva de las que venden para gatos, en una pequeña cunita bien abullonada dormía el animal en la misma  alcoba  al lado de su propietaria.



Solía el gato darse todas las tardes y a prima noche un paseo por los tejados del vecindario sin hacer daño ninguno, solo que de vez en cuando al encontrarse con una gata, tenía sus coloquios amorosos, pero aún así, nunca se quedaba en la calle durmiendo.



Pues una noche se le ocurrió al gato, a eso de las diez pasearse por el corredor oportunidad que aprovechó  Rigoberto que al verlo se dijo para sí, esta es la ocasión para poner en práctica nuestro plan, y sin más, con una cuerda amarró al gato y lo llevó justamente a donde las ranitas emitían sus chillidos.



Al amanecer, bien temprano del otro día, la propietaria del gato aún en ropas de dormir, se lanzó a la búsqueda de su gato, el cual había estado esperando durante toda la noche, pues como ya se dijo, no era lo habitual que durmiera fuera de su alcoba. Daba ella, gritos desesperados llorando y preguntándole a todo el mundo si no le habían visto por algún lugar.



El vigilante que había estado de turno la noche anterior que bien sabía,  el lugar en donde lo había llevado, fue a buscarlo y la sorpresa fue grande, el gato estaba tendido en el suelo tan largo como era, parecía muerto. La dueña puso el grito en el cielo y seguidamente lo llevó al veterinario, este lo examinó y constató que el animal realmente estaba sin vida, a petición de la dueña lo sometió a la autopsia y determinó que la muerte se debía a envenenamiento, pero que no podía concluir cuál había sido la sustancia causante de la muerte.



Recomendó mandar las vísceras y el cerebro al laboratorio de Medicina Legal en donde concluyeron que en realidad el gato había muerto envenenado, pero no podían decir qué clase de veneno, la dueña ordenó que mandaran las vísceras y el cerebro al mejor laboratorio de la capital, allí determinaron que el veneno provenía de un batracio raro que era poco conocido en la región.



Interrogados los vigilantes, confesaron que el gato se había comido las ranitas, un biólogo consultado, aseguró que estos bichitos tan diminutos, poseen como medio de defensa ante sus predadores, un veneno mortal, pues ese es su medio de subsistir. Así las cosas, todo quedó claro, el gato murió a causa del veneno de las ranitas.



Ante el juez, la propietaria del gato llevó la denuncia, el juez concluyó que la intención de los vigilantes, no fue matar al gato,  que el motivo de la muerte, fu el haberse comido las ranitas.

El pobre vigilante, fue sentenciado a purgar cinco años de cárcel, sentencia que apelada por un abogado de oficio,  fue rebajada a tres, ya que este – su abogado -  consiguió rebaja de la pena al argumentar que su defendido no tuvo como primera intención matar al gato, así que el delito fue clasificado como: “delito culposo”.

juliande80@yahoo.com

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