martes, 28 de junio de 2011

MANUELITA ROLDAN

Por Israel Díaz Rodríguez

Diariamente tenía  Manuelita Roldán que caminar casi dos kilómetros y medio de su casa a la escuela del pueblo, vivía con sus padres en una casa con techo de hojas de palma y paredes de barro que sus padres habían construido con la ayuda de sus diez hijos. Su padre  un pescador conocido en el pueblo como “El Mono Roldán”, nadie le llamó nunca por su nombre de pila que a lo mejor ni siquiera lo tenía, pues era un típico indio Chimila y sabido es que estas tribus no hacían ceremonias de bautizo, al nacer el niño, los padres ya le tenían un nombre . Se llamará Toro Sentado si es hombre y Flor del Monte si es mujer.

 Manuelita asistía como todas las niñas de su edad a la escuela puntualmente, nunca faltaba, a veces llegaba empapada con la ropa pegada al cuerpo,  sus cabellos destilando agua  y los pies sucios de barro, pero siempre contestaba presente  a la hora de pasar lista la maestra.

Vestía ropa sencilla, adornaba su cabeza con un cintillo color rosa que le recogía sus cabellos negros de hebras gruesas como todos los de su raza, que su madre peinaba bien temprano en la mañana, su carita de luna llena estaba adornada por unos ojos grandes y vivaces de color negro,  nariz fileña,  Manuelita era de lo más atractiva, sobresalía ante muchas de las demás niñas de su edad, no obstante su estrato social, era admirada por los chicos de la escuela de varones y envidiada por  sus condiscípulas.

 Además, su rendimiento escolar era excelente, por ello, la maestra siempre la tenía en cuenta para todo acto importante que se ofreciera en la escuela, especialmente en las celebraciones que se hacían a mitad de año, por ejemplo el 20 de Julio, para las representaciones teatrales tipo comedia, discursos conmemorativos en  fechas magnas, ahí estaba Manuelita.

Como era de esperarse,  sus compañeras de colegio buscaban la manera de molestarla, como no podían ganarle en el rendimiento escolar,  no era fácil  competir con ella, entonces se buscaron una forma artera de humillarla no solo entre ellas mismas, sino que hicieron correr la voz, de que Manuelita despedía olores desagradables,  que sudaba mucho, y exhalaba  olor a pescado descompuesto.

La realidad era que el alimento básico en su casa era el pescado, pues su padre - el Mono Roldán - todas las mañanas antes de la 5.a.m. ya estaba en su canoa, con todos los aderezos de buen pescador  estos eran, anzuelos de todos los tamaños, arpones, flechas, atarrayas, nasa, una buena cantidad de tabaco negro para fumar y con el humo espantar a los mosquitos, así ataviado, se internaba en la Ciénaga de la Virgen muy rica en peces de todas las especies.

La directora del colegio en vista del ambiente hostil en que se desenvolvía Manuelita, un día reunió a todas las alumnas en el salón principal y les advirtió que no les permitiría a ninguna de ellas el que humillaran tanto a su condiscípula. Les habló de la situación económica, de las dificultades que tenía que vencer la niña para llegar todos los días puntualmente a la escuela, del esfuerzo que hacían sus padres para sostenerla a ella y a diez hermanos más que permanecían en la casa sin ir a la escuela, justamente por la carencia de dinero, pues lo que su padre  conseguía mediante la pesca, no era suficiente para cubrir los gastos de los niños, principalmente vestidos y zapatos. Que dieran gracias a Dios ellas, que tenían padres acomodados que les  proporcionaban  mas de lo indispensable para vivir cómodamente.

Al terminarse la reunión, Manuelita se quedó sola en el salón con la maestra, con los ojos húmedos y sollozando, se lanzó en sus brazos y, a  su manera le agradeció todo cuanto les había  dicho a sus condiscípulas.

 De regreso a casa, su madre  advirtió que estaba demacrada, y triste,  le preguntó:
 ¿Que te pasa?
 ¡Mamá, hoy fue mi último día en la escuela – respondió Manuelita -  ¿Por qué? – Preguntó su madre-
 Madre, tu no sabes lo difícil que ha sido para mí soportar durante todo el tiempo que he asistido a la escuela los desaires que me han hecho mis condiscípulas, me humillan, me desprecian, ninguna quiere sentarse a mi lado, no tengo una sola amiga, todo lo he callado para no preocuparlos a ustedes, pero ya no puedo más.

La maestra intervino  hoy – prosiguió Manuelita - y les llamó la atención  de manera fuerte, si bien con ello me sentí apoyada por ella, ahora temo que si antes me despreciaban, de ahora en adelante  me odiarán y harán todo cuanto les sea posible para amargarme aún más la vida, como verás, en ese ambiente  a mí me es imposible seguir.

Su madre se quedó muda, no encontraba palabras de consuelo para su hija, enjugó sus lágrimas, la abrazó fuertemente y le susurró algo al  oído.
Luego le preguntó: ¿Hija quieres que  vaya  contigo mañana al colegio?

No madre – repuso Manuelita – tu no tienes un traje adecuado, tu calzado está roto, tus cabellos en desorden, esto para mí no significaría nada, pues así mal vestida te he conocido, se cuanto amor encierra tu corazón, no me importa la vestimenta que lleves, pues eres mi madre y así te quiero, pero temo que al verte las niñas del colegio, comenzarán a burlarse de ti y eso jamás lo permitiría,  pues bien sabes cuanto te amo.

Desafortunadamente, debo ir al colegio mañana a recoger algunos útiles que no pude extraer de mi pupitre, lo haré dentro del mayor sigilo para que nadie me vea, traeré mis libros lápices y cuadernos, para seguir estudiando aquí en la casa.
La mañana siguiente cuando Manuelita llegó a la escuela a buscar los objetos escolares que no recogió el día antes, sus compañeras de clase la recibieron en la puerta de la escuela con un hermoso ramo de rosas blancas y una tarjeta que decía: “Perdónanos por todo el mal que te hemos hecho, recibe estas flores  para que de hoy en adelante, recuerdes que para nosotras eres eso: una flor”

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