miércoles, 10 de octubre de 2012

MITOS, FANTASMAS O ACTIVIDAD PARANORMAL EN LA TROCHA

Por ROBERTO CASTRO

Mica, la hija menor de Osvaldo, me había contado que una de sus amigas le había hablado de que algunas noches, en la estación de La Trocha, se escuchaban ruidos raros y hasta decían de que algunos habían visto encenderse una tenue luz.

-       Sí, como si se moviera gente – me dijo Mica, la hija de mi amigo.

-       No todas la noches, pero sí, algunas. Como de ...movimientos apurados, arrastrar de muebles y hasta de voces y chillidos de ruedas de acero frenando sobre rieles.

Varias nochecitas me acerqué al lugar con intenciones de inspeccionar el antiguo edificio cargado de recuerdos y anejado de cosas que malhabidos han ido retirando de a poco.

 

Costaba caminar entre las ruinas de lo que había sido, más si se trataba de una antigua estación del ferrocarril y hacerlo de noche.

Había tomado esa costumbre como queriendo rememorar en las sombras antiguos tiempos. La sombras ayudan a hacerlo.

Por el vecindario hablaban de ruidos extraños. Decían escucharlos en las noches más negras en la antiguas instalaciones. Golpes, zumbidos, pasos, arrastradas y algunos, hasta habían escuchado un especie de campana.

Varias noches acudí a esos lugares, no pretendiendo detectar o escuchar los mentados golpes, sino que más bien tratando de revivir antiguas vivencias. Allá por milnovecientos sesenta y pico, en el tren de las 15 y 30, varios muchachitos habíamos acudido a despedir al Padre Manuel que era trasladado a General Villegas, por más que habláramos con el Obispo para tratar de evitarlo.

El Padre Manuel era emblemático para los chicos de aquellos tiempos. Desarrolló una pastoral juvenil de alto vuelo. Logró que muchos de nosotros nos congregáramos en los fondos de la Catedral, para bajo su tutela, desarrollar una serie de actividades. Teníamos una pista para carrera de bicicletas (los fondos de por aquel entonces eran baldíos que supimos adecuar para nuestros eventos) que rodeaba una canchita de fútbol. Allí alternaban el ciclismo y el fútbol, bajo la atenta mirada del curita que arremangando su sotana pedaleaba y pateaba. Teníamos teatro de títeres, talleres de guitarra, de coro... Eso sí, monaguillos era lo que le sobraban, como también coreutas infantiles, procesionarios y hasta acompañantes en los servicios religiosos que se brindaban en las comunidades del interior del Partido faltas de curas.

El curita se había aquerenciado entre los muchachitos. Tras la iglesia, en un terreno baldío, arremangado de sotana y con todos nosotros, meta pala y rastrillo había nivelado el terreno que libre de cascotes, vidrios y elementos extraños se convirtió en una canchita de fútbol rodeada de una pista presta para carreras pedestres o de bici.

Allí nos reuníamos los fin de semana, desde el viernes no bien finalizadas las clases para armar flor de partidos y de carreras, entreverados con Padrenuestros, Avemarías y ayudas de misa en las cuales los vestidos de monaguillo tapaban parches y rodillas sucias.

Esa tarde me había presentado con mi hermanito de la mano vistiendo una rozagante camiseta de Rìver.

-         Miren, llegó “Pepiyo” -dijo Pedro.

Pepiyo era un jugador español que alineaba por aquel entonces en la huestes del Club Millonario.

A mi hermano todo el mundo lo conoció más por “Pepiyo” que por su nombre Jorge.

Esa tarde la carrera tenía muchísimos inscriptos de todas las categorías: 28, 26, 24 y 22. Yo en la más chiquita largaba como en la quinta fila detrás de Fermìn con una rodado 24. Largada la competencia meto la rueda de mi bici por la “cuerda” para sustraerle el puesto a Fermìn. Ya tenía prácticamente el puesto ganado, cuando se cierra y me hace aterrizar sobre la tierra. Embroncado tiré mi bici deteriorada al  fondo del patio y corriendo al galponcito de la herramientas me armè de un rastrillo y me acerqué al pelotón que ya llevaba transcurrida varias vueltas. Cuando frente a mí lo tengo a Fermín, de un envión meto el cabo del rastrillo entre los rayos de su bici. Volaron los rayos, llanta y goma. La horquilla clavada en el piso arroja por el aire a Fermín que va a dar con toda su humanidad contra el tapial de la comisaría. El Padre Manuel arremangando nuevamente su sotana me tiró un patadòn que si daba en el centro seguro habría producido un hematoma incomodo de asentaderas. Yo, rajé a mil.

En otra maratón ciclística de varias vueltas y con todas las categorías y edades participantes, por decantación y cansancio, dos llegaron a la final de la bandera a cuadros caída en manos  Padre Manuel: “el Garza” con la 28 y yo con la 22 entre los bulliciosos vítores de mi hinchada elevada sobre el tapial que daba a la Asistencia Pública.

La familia del curita era del lado de French. Cada tanto íbamos todos a darnos una vueltita por la chacra donde vivían sus padres

 

Al curita le llegó el traslado y por más que elevamos petitorios que incluyeron presentarnos hasta el mismísimo Obispo. No hubo caso, no tuvieron eco. Lo cambiaban nomás. Lo mandaban a Villegas.

Esa tarde estábamos todos en la estación, incluidos algunos de nuestros padres, el Padre Lino y otros curas.

 

La cuestión que por aquellos años, no recuerdo bien ni cuál ni qué día, emocionados despedimos al Padre. Sólo recuerdo que fue un día de otoño  por la falta de hojas en los árboles de la despedida. Recuerdo de ella que fueron muchísimas las monedas puestas sobre los rieles para que fueran marcadas con el pasar del tren.

Las noches con mi presencia en el lugar, continuaban pasando sin novedad.

Casi no me había dado cuenta de que el otoño nos arrojaba ese vacío de hojas arbóreas esa noche.

Sentado en el andén meditaba sobre ello cuando escuché el primer golpe. Era como si una puerta se cerrara. Luego siguieron los pasos y sonidos como si se arrastrara una bolsa. Todo empezó a dar vueltas y a iluminarse entre un viento áspero. Parecía que la noche desaparecía dándole paso a una tarde de otoño. De pronto, una tañido que rompe con el soplido del vendaval. La campana que suena alocadamente y un Jefe de estación de traje raído y de corte extraño que asomado por la ventanilla de venta de boletos que grita:

-         Pronto que viene el de las 15,30. Atrasado pero ya llega.

-         Preparen para subir a bordo rápidamente.

-         Ché ! Pibe...avisale al curita que se prepare...

Una luz centrada iluminó el lugar entre un torbellino de vapores y chillidos de fierros.

 

 

Cuando el tren se retira dejando una estela de humo, un chillido de fierros y una mortecina luz, miro los rieles y sobre uno de ellos veo una moneda de diez guitas machucada por el peso y el paso del convoy ferroviario.

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