miércoles, 27 de abril de 2011

LA MAQUINA DE LEER


Leer: una de las operaciones más complejas. No es sorprendente que adquirir un
manejo de la máquina de leer sea difícil y, en períodos de mutación cultural, se
corra el riesgo de perder la máquina y la destreza para manejarla. Para decirlo
con algunas comparaciones evidentes: es más difícil aprender a leer que aprender
a conducir un coche o una bicicleta, jugar al tenis, cocinar comida china, andar
a caballo o tejer. Por supuesto, aunque vale la pena recordarlo, es más difícil
aprender a leer que a mirar televisión.
En lo escrito hay una clave de bóveda del mundo. Todavía no se ha inventado nada
más allá: los hipertextos, Internet, los CDROM y los programas de computadora
suponen la lectura, obligan a la lectura y no son más sencillos que los libros
tal como los conocimos hasta hoy. Quien afirme algo diferente nunca vio un CDROM
ni un programa de hipertexto, o quiere engañarnos haciendo barato populismo
tecnológico. Si el futuro son las computadoras, la lectura es indispensable.
Téngalo en cuenta quienes profesan la optimista superstición del futuro.
Pero no querría hablar del futuro, porque ya los suplementos de ciencia de los
diarios exaltan suficientemente el mundo maravilloso que nos espera. Querría
hablar del pasado y del presente. La lectura opera con una máquina del tiempo
que hasta hoy no ha igualado ninguna otra máquina: bajo la forma de página
impresa o de pantalla de computadora que imita o perfecciona la página impresa,
están el mundo que fue y el mundo que es. Hasta hoy, nuestra cultura (quiero
decir la cultura llamada occidental en sus diversas versiones) es visual y
escrita. Esto no la hace superior a las grandes culturas orales del pasado:
simplemente, marca su diferencia y el ser de su diferencia. Se puede valorar la
oralidad, pero no se puede volver a ella como instrumento básico de la
continuidad cultural. Se podrá prever un futuro donde la lectura resigne su
hegemonía frente a otras formas de transmisión, pero ese futuro todavía no ha
llegado y, si llega, llegará por la lectura y no a pesar de ella.
Es indiferente el soporte material de la lectura: ¿una página impresa, un
microfilm, la pantalla de una computadora, un holograma? En el límite, todos
exigen esa capacidad infinitamente difícil: interpretar algo que ha sido escrito
por otro. Leer es, siempre, de algún modo, traducir.
La máquina de leer pide ser accionada con sutileza. Pero admite que se la ponga
en marcha en las condiciones más libres. Difícilmente pueda ponerse en otra
máquina que sea, a la vez, tan complicada en su manejo y tan abierta a los usos
más personales, secretos, innovadores, transgresivos. La máquina de leer nos
permite prácticamente todo.
La máquina está allí: mucho menos servil que un televisor, mucho más compleja
que una computadora, pero también más esquiva porque exige más de quien la
opera. La máquina de leer, instalada en la larga duración de la historia, sigue
funcionando cuando otros instrumentos hoy sólo pueden ser vistos como
curiosidades en los museos de la técnica. La máquina de leer: una hipermáquina,
una nave espacial, una cápsula de tiempo, un espejo, un Aleph.”

SARLO, Beatriz, “ Intantáneas. Medios, ciudad y costumbres en el fin de siglo”,
Ariel, Buenos Aires, 1997, pág. 193

2 comentarios:

  1. Que bueno que te haya gustado el blog. Espero que lo sigas visitando. Gracias por el aporte del art de B Sarlo-
    Eli urso

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  2. Muy bueno el aporte de Tomas, un apasionado de la lectura. Doy fe....

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