lunes, 12 de marzo de 2012

Un mapa genuino y el caldero del boom latinoamericano

Por Matilde Sánchez

La obra expone la incesante errancia de la familia, entre Europa y los EE.UU.
En noviembre de 2011 Chile se estremeció ante el suicidio de Pilar Donoso, única hija de José Donoso, el novelista nacional e integrante de la generación de los años 70. Adoptada en la primera infancia en un orfanato madrileño, a los 44 años era madre de tres hijos y abuela, y venía de una búsqueda infructuosa de su familia biológica. Dos años antes se había destacado con su primer libro.
Cuando en 2009 salió Correr el tupido velo , el ensayo que es a la vez una biografía paterna y la radiografía de una familia trasterrada, Pilar fue celebrada por los autores más consagrados de América latina, y apadrinada por su misma agente literaria, Carmen Balcells, y un eficaz aparato promocional. Se convirtió en una suerte de postdata del boom literario.
En El País , el premio Nobel Mario Vargas Llosa escribió que su prosa conduce al lector por “todos los pliegues y repliegues de la vida de una familia, con inusitada sinceridad y, al mismo tiempo, con tanta elegancia que todo lo que hay en sus páginas de sufrimiento y desgarro queda atenuado y embellecido”. En la revista Letras libres , Jorge Edwards: “En el libro domina una sensación de permanente huida, de inadaptación progresiva y siempre radical. Si creemos que los tres personajes, por fin, van a descansar, y que así vamos a descansar nosotros, nos equivocamos. Es una historia de ilusiones, de imaginaciones febriles, que tocan de cerca el delirio.” En 2003, los papeles privados de José Donoso, autor de la espléndida novela El obsceno pájaro de la noche , habían sido revelados en un dossier periodístico que indignó a su hija. Pero su propia versión es mucho más que una réplica a la caída del pater familias: describe el caldero literario, recrea aspectos soslayados, como la acuciante inestabilidad económica incluso de los autores más leídos, y el modo en que la guerra fría irrumpió en este gran polo cultural en Europa, extremando posiciones.
Particularmente interesantes son las páginas que cuentan los tráficos y la sociabilidad en la que se gestó el boom, un hito posible porque Barcelona era una fiesta latinoamericana. Una famosa velada en casa del poeta español Luis Goytisolo, con los bailes de los matrimonios, es digna de ser filmada (y es hora de lamentar que la censura franquista haya impedido que prosperara una adaptación de Luis Buñuel, para quien Donoso era el maestro de una irracionalidad natural, cercana al surrealismo). Entre los exiliados y otros artistas que, como el propio Donoso, habían huido del provincianismo de sus ciudades, algunos aún no habían tomado partido ante las luchas de liberación. El chileno comenzaba a experimentar las fatigas del destierro, poco después de que se produjera el éxodo masivo a España. Pilar sigue en esto el diario de su padre. Escribe José: “Recuerdo esas desespesperadas fiestas en que las dueñas de casa trataban de fabricar los platos autóctonos de cada país: el asado argentino, el pastel de choclo chileno... Lo que en realidad estaba sucediendo era una fiesta de expatriados”. Gran admirador de la literatura in inglés, parecía seguir a James Joyce –“ya que no podemos cambiar el país, cambiemos de tema”–, y acabaría huyendo también de “los latinos que conformaban un grupo cerrado y reiterativo”.
En julio de 1970, en carta a sus padres desde España, muestra una lucidez política asombrosa, ve todos los riesgos: “Yo estaría muy por un gobierno revolucionario pero salvador Allende me parece lo último de lo último y no votaría por él por ningún motivo. No sé qué gente lleva; si lleva a Carlos Altamirano me parece horrible... Para mí sería un motivo más para no volver a mi patria. Si sale Allende, ¿no habría un golpe militar de derecha casi inmediatamente?” La familia volvió a Chile en 1980.
Al correr el velo se ven otras imágenes. Y allí aparecen los Vargas Llosa de visita a la casa de piedra de Calaceite, donde el golpe de Pinochet sorprendió a los Donoso. Allí vivieron entre 1971 y 1974; allí el escritor se aislaba en el altillo para componer Casa de campo, mientras su mujer, María Pilar, pasaba su peor depresión y la niña andaba a su aire por las calles tortuosas, que su memoria designa como la única patria

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