jueves, 10 de mayo de 2012

¡ MILAGRO ! ¡ MILAGRO ! ¡MILAGRO !


                     Un cuento callejero

    

           Autor  Hugo Vásquez  Caez (Colombia)

 En la ciudad de Magangue, situada en la margen izquierda del caudaloso río de la Magdalena, vivía una familia compuesta por tres hijos varones y sus padres,   a quienes les tocaba trabajar mucho para poder sobrevivir.


Un mal  día,  de esos en que la aurora no despierta con sus bellos colores y el sol se asoma en el horizonte como regañado, presagiando un drama para alguien, el hijo menor de esta familia - llamado Carlos - tuvo un grave accidente y poco tiempo después murió.


Este drama hizo que Manuel, el hijo mayor, palpando la tragedia que los rodeaba resolviera viajar a otra ciudad para buscar un buen trabajo y lo logró. Se fue a Bucaramanga, una próspera urbe al noreste de Colombia y  abrió un negocio de productos naturales donde involucró a toda la familia, su hermano Diego José le enviaba las plantas que  su papá Armando y su madre Eloisa cultivaban con cariño para que Manuel las usara con confianza en su trabajo.

 El  negocio creció mucho y con rapidez, lo que le permitía a Manuel enviarles con marcada puntualidad dinero a  sus padres y al hermano para que vivieran holgadamente.

 Los años pasaron y un día Manuel  resolvió visitar a sus familiares.  El negocio marchaba muy bien y  lo iba a dejar en manos de colaboradores  honestos, de manera  que hacia este viaje sin preocupación.

El recorrido era bastante preocupante por la distancia, las carreteras en muy mal estado y los vehículos muy vencidos por el tiempo. De Bucaramanga se dirigió a Calamar un puerto a orillas del río Magdalena, hasta aquí llegó por vía terrestre, para continuar su viaje se embarcó en una canoa con motor fuera de borda y antes de llegar a Magangué frente a un pueblo llamado Tacaloa, el motor de la débil embarcación se dañó; el dueño de la canoa, le dijo que el daño era muy grande y no tenía los elementos apropiados para repararlo, recomendándole que en el pueblo buscara la forma que lo ayudaran para llegar a su destino.

En el puerto de Tacaloa había un señor de nombre,  Arcadio Díaz, a quien le contó su drama y éste le dijo que no se preocupara,  por que su negocio era ir a Magangué con frecuencia para comprar en el mercado y abastecer las tiendas de su patria chica y  que ya tenía los animales listos para salir.

El viaje de Tacaloa a Magangué fue  ameno, el guía era muy atento, Manuel   venía  pendiente del tabaco que se estaba fumando Arcadio, ya que cuando se montó al burro que lo iba a trasportar, le preguntó que  tiempo demorarían en el trayecto y este  le contestó: ¡Un tabaco! ¿Cómo así señor Díaz? Arcadio buscó en la mochila donde tenía sus cosas personales, sacó un tabaco y le dijo: Observe bien, lo prendo ahora y cuando se esté terminando es porque estamos entrando a la ciudad.  Esta sentencia se cumplió con exactitud.

Manuel se sorprendió al ver los adelantos urbanísticos de su querida tierra, muchos y bonitos edificios, las calles pavimentadas, un activo tráfico pero ordenado porque  respetaban las señalizaciones, lo que no se había modificado nada era la temperatura ambiental  y recordaba que sus padres le decían que había épocas de tanto calor,  que si tiraban un huevo al piso se fritaba.   

Al llegar a la casa paterna, fue como él lo presentía: una gran sorpresa y una indescriptible alegría. En familia hablaron de todo hasta altas horas de la madrugada. Al día siguiente Manuel les informó que iba  a sacar los restos de Carlos para ponerlos en un osario.

Comenta Manuel que al llegar al  cementerio se le presentaron dos señores ofreciéndole sus  servicios. Les dijo: necesito sacar los restos de mi hermano que reposan en esta tumba para llevarlos a un osario en la Iglesia. ¿Cuánto vale ese trabajo?, el más avispado le dijo doscientos mil pesos, está bien, contestó Manuel. Les entregó todo el dinero y les comunicó,  que estaría en el “Siglo XX”  un bar a 20 metros de distancia del cementerio y  que le avisaran cuando terminaran.

 Los sepultureros abrieron la tumba y  se sorprendieron porque estaba vacía, el más serio  de los dos dijo, voy avisarle al señor Manuel y a devolverle su dinero.

¡Cómo se te ocurre semejante tontería!, le dijo su compañero. Tu sabes que en este cementerio hay mucho hueso sin enterrar y yo soy un experto en formar un esqueleto, así que vamos a buscar los huesos y cuando tengamos listo y bien armado el esqueleto le avisamos, esa plata que nos dio no la  devolveremos.

 Buscaron la carabela, los huesos de la cara, la columna vertebral, las costillas, los omóplatos, el esternón, las clavículas, los cúbitos, los radios, los huesos de la mano, los de la cadera, los fémures, las tibias, los peronés y los huesos de los pies.  Armaron el esqueleto con una técnica que parecía obra de un anatomista. Le avisaron a Manuel y cuando  vio el esqueleto comenzó a dar gritos de felicidad y decía: ¡Esto no puede ser! esto es un ¡MILAGRO! ¡MILAGRO! ¡MILAGRO!



 Los sepultureros asustados por tanta expresión de felicidad le  preguntaron: ¿qué le pasa señor? Y Manuel les contestó, mi hermano Carlos hace muchos años tuvo un accidente y le amputaron la pierna derecha y ahora el esqueleto está completito, esto es un verdadero ¡MILAGRO! ¡MILAGRO! ¡MILAGRO!

No hay comentarios:

Publicar un comentario