Capitulo I
El ingeniero Julio José Mijares
con setenta y cinco años por cumplir, la vio por primera vez un día
que su esposa la contrató para que le
planchara unas camisas. Lo impactó tanto, que le dijo a su mujer que la llamara por lo menos tres
días a la semana para que le ayudara en las labores de la casa. Así quedó
convenido.
No era una mujer bonita, de
estatura mediana, en su cara, no había
armonía entre la nariz, la boca y la barbilla, de ojos pequeños y tristes, el
cuerpo más bien desgarbado con algo de
abdomen para su edad- unos veinticinco años- las piernas tan delgadas que apenas si le sostenían el
cuerpo. En términos generales, no tenía atributos físicos para llamar la
atención de ningún hombre, sin embargo al eminente ingeniero civil, lo impresionó profundamente.
La esposa del ingeniero, frisando los sesenta y cinco años una mujer
bella, elegante, de rostro blanco y
terso, labios finos, nariz casi
perfecta, sonrisa constante que dejaba
ver una dentadura blanca y pareja, distinguida al andar, su cuerpo conservado a
pesar de sus años, la esbeltez de la juventud. De finas maneras, que donde quiera que iba, llamaba la atención a
hombres y mujeres.
El ingeniero, respetuoso de su hogar, no se había atrevido
a hacerle insinuación ninguna y mucho menos manifestarle a la muchacha, cuanto era el deseo de estar con ella. En más de una
ocasión quiso hacerlo, pero se frenaba
al pensar que esto le traería una serie de problemas que acabarían con la
felicidad de su matrimonio.
Impaciente, cada vez que pasaba
por el lado de la joven, imaginaba cuan agradable sería que esta mujer le diera un abrazo fuerte, un cálido
beso en la boca, y quedarse con ella sin
límite de tiempo para experimentar reprimidas sensaciones.
A ciencia cierta, el ingeniero no buscaba ningún contacto de tipo sexual, eso era lo de menos, pero lo mortificaba esa idea fija, tanto interés
por aquella chica, y se preguntaba.
¿Por qué me gusta tanto la mujer
de ese camionero?
Lo que es más, muchas veces se reprochó a sí mismo, diciéndose que él
un hombre rico, culto, pulcro, educado,
a quien todo el mundo apreciaba, casado con una mujer admirada por
muchos, ¿porqué debía sufrir desvelos por aquella muchacha tan insignificante?
Él, que se acostaba todas las
noches en una cama con tendidos limpios
junto a su esposa perfumada con
lociones de rico aroma, debía estar deseando a una mujer cuyo marido era un
camionero casi analfabeta sucio de aceite, oloroso a sudor y gasolina que de seguro se acostaba sin hacerse el menor
aseo corporal.
Lo cierto era que le molestaba el pensar que fuera aquel hombre el que con toda libertad besara, abrasara y se fuera a la cama con esa mujer que él tanto deseaba.
La esposa del ingeniero, cuidaba
de él con un esmero que muchos
estarían dichosos de vivir con una mujer
de sus calidades, esto justamente era lo que a él, mas lo atormentaba, pues no
quería traicionar a su esposa ni de pensamiento, ojala ese día no se diera
nunca porque sería incapaz de seguir viviendo con semejante cargo de
conciencia.
Consumiéndose en semejante tormenta, un día sin medir las
consecuencias, le insinuó algo a la muchacha, la tomó del brazo, la atrajo
hacia sí, y le estampó un beso en la mejilla. La muchacha, campesina pura, fiel a sus tradiciones,
respetuosamente lo apartó con un suave
empujón y le dijo: “Yo a usted lo quiero
como si fuera mi padre, por favor no dañe ese cariño que le tengo, déjeme en paz, por Dios”
No hay comentarios:
Publicar un comentario