martes, 22 de mayo de 2012

" EL INGENIERO Y LA MUJER DEL CAMIONERO"

Por ISRAEL DIAZ RODRIGUEZ (COLOMBIA)
Capitulo I


El ingeniero Julio José Mijares  con setenta y cinco años por cumplir, la vio por primera vez un día que  su esposa la contrató para que le planchara unas camisas. Lo impactó tanto, que le dijo  a su mujer que la llamara por lo menos tres días a la semana para que le ayudara en las labores de la casa. Así quedó convenido. 

No era  una mujer bonita, de estatura  mediana, en su cara, no había armonía entre la nariz, la boca y la barbilla, de ojos pequeños y tristes, el cuerpo  más bien desgarbado con algo de abdomen para su edad- unos veinticinco años- las piernas  tan delgadas que apenas si le sostenían el cuerpo. En términos generales, no tenía atributos físicos para llamar la atención de ningún hombre, sin embargo al eminente ingeniero civil,  lo impresionó profundamente.

La esposa del ingeniero, frisando los sesenta y cinco años una mujer bella, elegante,  de rostro blanco y terso, labios finos, nariz  casi perfecta, sonrisa  constante que dejaba ver una dentadura blanca y pareja, distinguida al andar, su cuerpo conservado a pesar de sus años, la esbeltez de la juventud. De finas maneras, que  donde quiera que iba, llamaba la atención a hombres y mujeres.

El ingeniero, respetuoso de su hogar, no se había  atrevido   a hacerle insinuación ninguna y mucho menos manifestarle a la  muchacha, cuanto era  el deseo de estar con ella. En más de una ocasión  quiso hacerlo, pero se frenaba al pensar que esto le traería una serie de problemas que acabarían con la felicidad de su matrimonio. 

Impaciente, cada vez  que pasaba por el lado de la joven, imaginaba cuan agradable sería que esta  mujer le diera un abrazo fuerte, un cálido beso en la boca, y  quedarse con ella sin límite de tiempo para experimentar reprimidas sensaciones. 

A ciencia cierta, el ingeniero no buscaba  ningún contacto de tipo sexual,  eso era lo de menos,  pero lo mortificaba esa idea fija, tanto interés por aquella chica,  y se preguntaba.

¿Por qué me  gusta tanto la mujer de ese camionero? 

Lo que es más, muchas veces se reprochó a sí mismo, diciéndose que él un hombre rico, culto, pulcro, educado,  a quien todo el mundo apreciaba, casado con una mujer admirada por muchos, ¿porqué debía sufrir desvelos por aquella muchacha tan insignificante? 

 Él, que se acostaba todas las noches en una cama con tendidos limpios   junto a  su esposa perfumada con lociones de rico aroma, debía estar deseando a una mujer cuyo marido era un camionero casi analfabeta sucio de aceite, oloroso a sudor y gasolina que  de seguro se acostaba sin hacerse el menor aseo corporal.  

Lo cierto era que le molestaba el pensar  que fuera aquel hombre el que  con toda libertad  besara, abrasara y se fuera a la cama con  esa mujer que él tanto deseaba.

La esposa del ingeniero,  cuidaba de él con un esmero que  muchos estarían  dichosos de vivir con una mujer de sus calidades, esto justamente era lo que a él, mas lo atormentaba, pues no quería traicionar a su esposa ni de pensamiento, ojala ese día no se diera nunca  porque sería incapaz  de seguir viviendo con semejante cargo de conciencia.

Consumiéndose en semejante tormenta, un día sin medir las consecuencias, le insinuó algo a la muchacha, la tomó del brazo, la atrajo hacia sí, y le estampó un beso en la mejilla. La muchacha, campesina  pura, fiel a sus tradiciones, respetuosamente  lo apartó con un suave empujón y le dijo: “Yo a usted lo quiero  como si fuera mi padre, por favor no dañe ese cariño que  le tengo, déjeme en paz, por Dios”

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