Por:
Israel Díaz Rodríguez (Colombia)
Buenos días Macario – le digo
al vigilante que estuvo de turno anoche – no muy buenos Don Jorge, - me contesta algo malhumorado - lo cual se le
nota por la cara que tiene, sus ojos enrojecidos con grandes ojeras. ¿Le pasó
algo raro anoche? – Pregunto - No señor, la culpa la tienen esas benditas
ranitas que escondidas en donde no pueden ser localizadas por lo diminutas que
son, desde bien temprano en la noche comienzan a chillar y no cesan hasta al
amanece y no me dejan dormir.
.
Rigoberto
el de mayor jerarquía entre ellos, aburrido con las benditas ranas, se atrevió
a ponerle la queja a la administradora del edificio, como era de esperarse, esta
le llamó la atención recordándole que era su deber vigilar y no dormir, le advirtió
además, que se exponía a ser despedido
del cargo si volvía a quejarse por la
misma cusa.
Rigoberto
pensó que él y sus compañeros tenían que terminar de alguna manera con las
ranas, fue entonces cuando se le ocurrió la idea de conseguir un gato y de esta
manera, liquidar a los pequeños batracios, esta idea se la comunicó a sus otros
compañeros, quienes le dieron su aprobación.
Una
de las inquilinas, la del piso quinto
una viuda que desde la muerte de su marido, un marinero que había
perdido la vida en el mar del Japón donde su nave naufragó, vivía sola y tenía como único compañero un hermoso
gato el cual quería como a un familiar, pues le tenía todas las comodidades
principiando por la comida que era exclusiva de las que venden para gatos, en
una pequeña cunita bien abullonada dormía el animal en la misma alcoba al lado de su propietaria.
Solía
el gato darse todas las tardes y a prima noche un paseo por los tejados del
vecindario sin hacer daño ninguno, solo que de vez en cuando al encontrarse con
una gata, tenía sus coloquios amorosos, pero aún así, nunca se quedaba en la
calle durmiendo.
Pues
una noche se le ocurrió al gato, a eso de las diez pasearse por el corredor oportunidad
que aprovechó Rigoberto que al verlo se
dijo para sí, esta es la ocasión para poner en práctica nuestro plan, y sin más,
con una cuerda amarró al gato y lo llevó justamente a donde las ranitas emitían
sus chillidos.
Al amanecer,
bien temprano del otro día, la propietaria del gato aún en ropas de dormir, se
lanzó a la búsqueda de su gato, el cual había estado esperando durante toda la
noche, pues como ya se dijo, no era lo habitual que durmiera fuera de su
alcoba. Daba ella, gritos desesperados llorando y preguntándole a todo el mundo
si no le habían visto por algún lugar.
El
vigilante que había estado de turno la noche anterior que bien sabía, el lugar en donde lo había llevado, fue a
buscarlo y la sorpresa fue grande, el gato estaba tendido en el suelo tan largo
como era, parecía muerto. La dueña puso el grito en el cielo y seguidamente lo
llevó al veterinario, este lo examinó y constató que el animal realmente estaba
sin vida, a petición de la dueña lo sometió a la autopsia y determinó que la
muerte se debía a envenenamiento, pero que no podía concluir cuál había sido la
sustancia causante de la muerte.
Recomendó
mandar las vísceras y el cerebro al laboratorio de Medicina Legal en donde
concluyeron que en realidad el gato había muerto envenenado, pero no podían
decir qué clase de veneno, la dueña ordenó que mandaran las vísceras y el
cerebro al mejor laboratorio de la capital, allí determinaron que el veneno
provenía de un batracio raro que era poco conocido en la región.
Interrogados
los vigilantes, confesaron que el gato se había comido las ranitas, un biólogo
consultado, aseguró que estos bichitos tan diminutos, poseen como medio de
defensa ante sus predadores, un veneno mortal, pues ese es su medio de
subsistir. Así las cosas, todo quedó claro, el gato murió a causa del veneno de
las ranitas.
Ante
el juez, la propietaria del gato llevó la denuncia, el juez concluyó que la
intención de los vigilantes, no fue matar al gato, que el motivo de la muerte, fu el haberse
comido las ranitas.
El
pobre vigilante, fue sentenciado a purgar cinco años de cárcel, sentencia que
apelada por un abogado de oficio, fue
rebajada a tres, ya que este – su abogado - consiguió rebaja de la pena al argumentar que
su defendido no tuvo como primera intención matar al gato, así que el delito
fue clasificado como: “delito culposo”.
juliande80@yahoo.com
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