viernes, 25 de mayo de 2012

" EBANO Y NÁCAR "

POR GRACIELA GÓMEZ SALA

Graciela escribe este cuento a raíz de la visita al Museo Julio de Vedia de 9 de Julio (Prov de Bs As), donde se pueden apreciar varios vestidos de novias;uno de ellos negro. Datan de 1800.

Estefanía enjuagó su larga cabellera. Enroscó una toalla en su cabeza. Secó las gotas de agua de la porcelana del lavatorio y se miró al espejo. Dentro de un rato sería una bella novia vestida de negro. Así lo dictaban los últimos figurines llegados de Paris. Y su piel tan blanca…con un blanco en base a sacrificios. Ni hablar de exponerse al sol. Para eso estaban las sombrillas. Nada más elegante que una piel de nácar.

Se calzó las chinelas con borde de plumas. Y se ciñó en la robe de chambre de satén rosado. Buscó el vaporizador y se perfumó. Una lluviecita de violetas la roció. Sólo un poco, no quería empalagar.

Faltaban tres horas para la ceremonia, por eso decidió descansar algo antes. Quería lucir impecable. Temía que los nervios la traicionaran. Había tomado la decisión y aún no tenía confianza de si había sido la acertada. La vida le demostraba lo difícil que era elegir. Pero, ya estaba, ya había decidido.

Cuando escuchó los golpes en la puerta, la que daba al huerto, su corazón dio un vuelco. Se levantó de un salto y, casi sin aire, murmuró : ¡Victorino!

Como un soplo de verano entró Victorino. Envolvió a Estefanía en sus brazos de sauce. Bebieron sus besos de sandías jugosas. Y como en las parvas de heno: se amaron sobre el Tu y Yo hasta que el carrillón anunció las nueve.

Estefanía lo vio partir. Victorino se perdió entre los frutales, tras el aljibe. Ella fue hasta la fonola, le dio cuerda y eligió un disco. La ópera le pareció acorde a su estado de ánimo: mezcla de delicia y desasosiego. Ella ya había elegido.

A las nueve y veinte tocó la campanita y llamó a la mucama. Ésta le ayudó a calzarse las enaguas y, finalmente, el vestido negro. Contuvo la respiración para que pudiera prenderle los infinitos botones. Ella sola no podía. La empleada le calzó los zapatitos que especialmente le habían confeccionado en la capital. Las rueditas en los tacos le permitirían realizar los giros y contragiros que exigía el vals. Era su baile preferido.

Cuando quedó de nuevo sola, comenzaron las campanadas de las diez. Se miró por última vez en el espejo. Subió más el cuello del vestido para tapar el último beso de Victorino. Y salió.

Al llegar al pie de la escalinata pensó en retroceder, pero su padre la estaba esperando y ella ya había elegido. Entraron del brazo. Con paso lento caminaron entre la gente que les iba abriendo camino. Allá en el fondo, entre los nogales, estaba el altar bajo el gazebo. Hacia la derecha, su novio: Luis María. A la izquierda, el hermano del novio: Victorino. Ambos la miraban caminar hacia ellos: tan bella, tan blanca. Ébano y nácar.

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