escritores argentinos
Por Guido Carelli Lynch
No existe diálogo entre las dos entidades. Mientras algunos autores dicen no sentirse representados, otros lamentan que no haya conciencia gremial. Los presidentes de las sociedades que los agrupan explican sus diferencias.
0La historia del sindicalismo argentino sabe de fracturas irreconciliables. Los escritores no están ajenos a ellas. Por eso, deben optar por la histórica y en las últimas décadas desprestigiada Sociedad Argentina de Escritores (SADE) o por la joven Sociedad de Escritoras y Escritores de la Argentina (SEA). La mayoría de los autores consultados por Clarín , sin embargo, prefiere mantenerse al margen de las dos organizaciones gremiales del sector.
Los escritores tienen razones propias y diversas para explicar su no pertenencia. “Va a ser bastante difícil y va a llevar tiempo que los escritores vuelvan a reorganizarse”, asegura Vicente Battista, flamante secretario gremial de la SADE. Las idas y vueltas del autor de Sucesos argentinos son un reflejo de la suerte de ambas asociaciones. Empezó en la SADE, se borró y se esperanzó con la SEA, se volvió a borrar y regresó a una SADE con pocos escritores pero con las cuentas más saneadas. “Hay que responder con hechos”, se entusiasma Battista.
Otros son menos diplomáticos. “Nunca fui amigo de ninguna sociedad de escritores. No lo sentí necesario. Siempre la SADE me pareció un espacio gerontológico, y la SEA una entelequia que nació dirigida por un editor, y la verdad es que ningún editor puede representar nunca a ningún autor”, dispara Gustavo Nielsen, premio Clarín de novela. El autor de La otra playa se refiere al editor independiente, poeta y fundador de la SEA, Víctor Redondo, y a la la comisión directiva de la SADE en la que no hay menores de 50 años.
Marcelo Cohen y Edgardo Cozarinsky –miembros de la SEA, aunque de bajo perfil– defienden su pertenencia a la sociedad que impulsó la pensión de la Ciudad de Buenos Aires para escritores, un subsidio para autores mayores de 60 años que no tienen acceso a una jubilación y que hasta el momento han cobrado ochenta escritores, entre ellos, Alberto Laiseca. Otros autores, en cambio, cuestionan algunas declaraciones políticas de la institución que hoy dirige Graciela Aráoz. En los últimos años, la SEA se manifestó en contra de la “privatización” del Teatro Colón, de la Ley de Mecenazgo porteña y contra el intento de golpe de Estado en Ecuador. La opinión más polémica fue su declaración para condenar la incursión del ejército israelí en Gaza en 2009. “Es muy fácil hacerse el comprometido cuando se habla de un conflicto tan lejano; pero la SEA se cuidó muy bien de pronunciarse en muchos conflictos argentinos de esos años, que dividían a la sociedad”, dispara Leopoldo Brizuela, ex socio de la entidad.
Algunos ven con buenos ojos que las agrupaciones se expresen políticamente más allá de los reclamos sectoriales. “Sería bueno que los escritores pudieran recobrar una voz pública y potente sobre los asuntos principales del país”, se entusiasma Guillermo Martínez, que desconoce los principios de cada asociación. Martín Kohan, más cercano a la SEA, en cambio, opina que su función debería ser exclusivamente gremial.
Para el presidente de la SADE Alejandro Vaccaro, muchos autores no se acercan a las instituciones porque “los que más venden no tienen necesidades de agremiación”. Y reconocen su cuota de responsabilidad. “No hay conciencia gremial; porque pretender cobrar es poco cool ; o porque pelearnos entre nosotros parece ser la última cosa que garpa ”, se queja Brizuela. Para Kohan, los agentes literarios pueden ser muchos más eficaces que los gremios a la hora de perseguir los intereses de los escritores.
Las dos entidades, en tanto, volvieron a cruzarse después de que Vaccaro confirmara que la SADE intentará cobrar a partir de febrero derechos de autor colectivos, igual que otros colectivos gremiales de artistas como SADAIC. La SEA distribuyó un comunicado de prensa tildando de autoritario el proyecto, y –a pesar de las buenas intenciones que declaran sus presidentes– el diálogo entre las organizaciones es inexistente.
El problema, quizá resida, como aporta Martínez en que “es difícil que un escritor se vea a sí mismo como un trabajador regular con derechos que deben ser resguardados”. La mayoría, claro, vive de otra cosa
Otros son menos diplomáticos. “Nunca fui amigo de ninguna sociedad de escritores. No lo sentí necesario. Siempre la SADE me pareció un espacio gerontológico, y la SEA una entelequia que nació dirigida por un editor, y la verdad es que ningún editor puede representar nunca a ningún autor”, dispara Gustavo Nielsen, premio Clarín de novela. El autor de La otra playa se refiere al editor independiente, poeta y fundador de la SEA, Víctor Redondo, y a la la comisión directiva de la SADE en la que no hay menores de 50 años.
Marcelo Cohen y Edgardo Cozarinsky –miembros de la SEA, aunque de bajo perfil– defienden su pertenencia a la sociedad que impulsó la pensión de la Ciudad de Buenos Aires para escritores, un subsidio para autores mayores de 60 años que no tienen acceso a una jubilación y que hasta el momento han cobrado ochenta escritores, entre ellos, Alberto Laiseca. Otros autores, en cambio, cuestionan algunas declaraciones políticas de la institución que hoy dirige Graciela Aráoz. En los últimos años, la SEA se manifestó en contra de la “privatización” del Teatro Colón, de la Ley de Mecenazgo porteña y contra el intento de golpe de Estado en Ecuador. La opinión más polémica fue su declaración para condenar la incursión del ejército israelí en Gaza en 2009. “Es muy fácil hacerse el comprometido cuando se habla de un conflicto tan lejano; pero la SEA se cuidó muy bien de pronunciarse en muchos conflictos argentinos de esos años, que dividían a la sociedad”, dispara Leopoldo Brizuela, ex socio de la entidad.
Algunos ven con buenos ojos que las agrupaciones se expresen políticamente más allá de los reclamos sectoriales. “Sería bueno que los escritores pudieran recobrar una voz pública y potente sobre los asuntos principales del país”, se entusiasma Guillermo Martínez, que desconoce los principios de cada asociación. Martín Kohan, más cercano a la SEA, en cambio, opina que su función debería ser exclusivamente gremial.
Para el presidente de la SADE Alejandro Vaccaro, muchos autores no se acercan a las instituciones porque “los que más venden no tienen necesidades de agremiación”. Y reconocen su cuota de responsabilidad. “No hay conciencia gremial; porque pretender cobrar es poco cool ; o porque pelearnos entre nosotros parece ser la última cosa que garpa ”, se queja Brizuela. Para Kohan, los agentes literarios pueden ser muchos más eficaces que los gremios a la hora de perseguir los intereses de los escritores.
Las dos entidades, en tanto, volvieron a cruzarse después de que Vaccaro confirmara que la SADE intentará cobrar a partir de febrero derechos de autor colectivos, igual que otros colectivos gremiales de artistas como SADAIC. La SEA distribuyó un comunicado de prensa tildando de autoritario el proyecto, y –a pesar de las buenas intenciones que declaran sus presidentes– el diálogo entre las organizaciones es inexistente.
El problema, quizá resida, como aporta Martínez en que “es difícil que un escritor se vea a sí mismo como un trabajador regular con derechos que deben ser resguardados”. La mayoría, claro, vive de otra cosa
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