domingo, 6 de noviembre de 2011

"FUEGOS EXTRAÑOS ". por Marcelo Monforte

Bandadas de niños y niñas corrían a los basurales para conseguir ruedas de autos y camiones, por supuesto las más deseadas eran las de tractores aunque resultase imposible trasladarlas; luego se los veía venir haciendo rodar las gomas por las vías abandonadas entre una algarabía con cierto sabor a festividad por lo rescatado, ya que para junio y julio escaseaban estos insumos abandonados en el basural del pueblo, por los preparativos minuciosamente organizados de las fiestas de san Juan y San Pedro; las cuales se tenían muy presentes en el barrio participando los familiares con mucha dedicación.
Había que armar  el muñeco como principal protagonista, que en algún sentido reemplazaba a un ser humano, en el caso concreto se le daba la forma del vecino más odiado y se lo izaba en un poste derecho para exhibirlo en lo alto y ridícula rizarlo entre las llamas devoradoras.
Todos participaban en el armado del muñeco que iba a ser sacrificado, se buscaba en el baúl de la abuela pelucas, trajes viejos, zapatos enmohecidos, se le rellenaba la cabeza con pasto seco dentro de una tela cocida en forma de pelota, luego se trataba de producir el rostro deseado; se le dibujaba la nariz o se le ponía una zanahoria, se le delineaba una boca sonriente hasta con sorna, y unos ojos saltones como sorprendido de morir tan joven. Entonces la híbrida creación resultaba ser una victima que expresaba la felicidad de niños y la cara hipócrita del vecino.
El problema consistía en que el muñeco vivía en la casa semanas antes de las fiestas fogosa, y es lógico como pasa con una mascota, cierto encariñamiento se fue apoderando de la situación familiar y cuando ya era un integrante más de la familia hubo negación para quemarlo. Pero la vida es así decía el abuelo que mirando con añoranza la ropa que vestía el muñeco le trajo el recuerdo de romerías y bailongos pueblerinos en frescas noches de verano. Ahora es ropaje de un muñeco que resumía toda la expectativa de esas noches invernales, el abuelo se conformaba diciendo que el fuego purifica. Consume lo viejo de la historia del hombre, lo que ha usado como tapujo para tapar vergüenzas y felonías.
Yo recuerdo estas fiestas tan excitantes, donde explosivos de todo tipo, el olor a quemado en el ambiente, ruedas consumiéndose hasta el otro día, humo negro y espeso, el ¡viva San Juan, Viva San Pedro! Resonaban por todas las hendiduras del barrio y trepaba por la curiosa noche del testigo. No puedo olvidar las miradas fijas en el fuego que subía por los pies del muñeco, ardiendo crepitosamente por su relleno de trapos secos y trapos viejos combinado una mezcla de humos raros. Ese fuego bailoteante que achucharraba al muñeco abrazaba las sombras de los ejecutores-espectadores imponiendo el único momento de silencio en la fiesta primitiva; por momentos me parecía notar que el muñeco gritaba, alaridos de locura, quise socorrerlo pero alguien me detuvo.
Pasaron los años, alejado del barrio y su experiencia vital, indagando en el estudio hallé en los libros de historia la quema de los primeros cristianos por los adoradores del sol, la paganizad  del mitraismo se remontaba a la antigua babilonia, a los sacrificios del Dios Moloch, que su angurrienta boca de fuego se tragaba a los recién nacidos, en el mitraismo romano a los cristianos se los ataba en los postes y se los quemaba al son de las arpas y la mirada indulgente de los emperadores que se inspiraban para recitar poemas los alaridos de las victimas, hasta hoy se inundan mis ojos de los fuegos extraños de la infancia.

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