Alejandro Schoffer Kirmayer
IV FUNDACIÓN DE BUENOS AIRES
Vivo en Buenos Aires, en la calle Guatemala donde los árboles son abundantes. Es final de otoño y estos árboles están cansados después de un año de mucho sol, lluvias y contaminación.
En las calles de alrededor: Malabia, Paraguay y Scalabrini Ortiz están rehaciendo las calzadas, destruyendo baldosas. El suelo tiembla en Palermo mientras, inclinado hacia la calle en mi balcón -con copa de vino en mano- escucho un piano, que suena a las tres de la mañana o a las cuatro de la tarde, que viene de la casa del vecino. Bebo y observo las marcas del tranvía en el empedrado. Empieza a anochecer, llevo dos copas de vino y de repente me doy cuenta de que hay un único árbol al que no se le han caído las hojas. Además descubro que este árbol, plantado en mi acera, tiene la fruta del aguacate o palta (como prefieran llamarlo) y que está cerca, muy cerca, tan cerca que casi se lo puede tocar. Me tomo de golpe el vino y trato de alcanzar una palta de color verde, pero me es imposible.
Debo decir que soy español, de Madrid. No sé si se habrán dado cuenta. Hace un año y medio vivo en Buenos Aires.
Me quedo contemplando el árbol. Es como un árbol mágico, pienso, sirviéndome más vino en la copa. Hace tiempo perteneció a alguien, quizás a un argentino o a un italiano o a un alemán o más atrás a un compadrito, o quién sabe si no a un japonés. En Argentina no se sabe.
Entro en la casa después de cuatro o cinco copas de vino y miro los cuadros de mi abuelo. El piano ha dejado de sonar. Mis ojos se cierran y la almohada bonaerense espera impaciente mi cabeza. De repente la voz de alguien, gritando “Dale Booo”, me despierta. Debe haber sido mi subconsciente que está más activo que el viento, pienso. El piano suena de nuevo. Me levanto y tropiezo con mi zapatilla talla 45, continúo y al llegar al salón me detengo porque mi abuelo está sentado haciendo caras; mira su pintura. Mi abuelo está ahí, pintando su propia pintura que está en la pared y sonríe. Pone caras y sonríe y me empiezo a reír. Me sujeto de la pared porque pierdo el equilibrio y me doy cuenta de que no hay necesidad de sujetarme, porque el equilibrio de repente no existe. Sí, no existe y el que está ahí es mi abuelo, no hay duda. ¿Pero cómo mi abuelo? Si él está muerto. No entiendo nada.
Él, León o Arie, mi abuelo, sigue poniendo caras y continúa pintando, dando pinceladas a su propio cuadro que está en la pared de mi casa. Su cuadro, mi casa, sus caras, el árbol. Mi casa, su casa, mi abuelo León, pero yo nunca lo llamé León, lo llamé abuelo o no lo llamé porque vivía lejos, en Caracas, aunque estuvimos cerca cuando vino a vivir a España y me enseñó a jugar ajedrez y al fútbol y ahora está cerca, muy cerca, en Buenos Aires, donde él nació, está en la calle Guatemala donde ahora vivo yo, en mi casa donde sus cuadros están y estarán para siempre. Me acerco y él con su pincel en la mano me mira -tiene las cejas marcadas. Está estático- y me sonríe:
-¡Dale Boooo! – Dice de repente.
-¿Pero qué haces aquí? ¿De verdad eres tú?
-Claro, che. ¡Estoy acá en Buenos Aires, con vos! ¿Cómo te va? ¡Dale Boooo! ¿Un ajedrez?
Voy a por el ajedrez y mi abuelo vuelve a hacer caras, recogiendo sus pinceles. Si uno sueña no tiene imagen de sí mismo así que, para confirmarlo, me miro en el espejo del baño y veo que soy yo, Alejandro. Soy yo como siempre me he visto en el espejo, ese yo al que pusieron un nombre, al que le pusieron ropa…aquél que tuvo un abuelo y ahora él está detrás. Miro por el espejo y veo que va a la terraza. Observo el cuadro que ha estado pintando. No está pintando su cuadro, está dibujando el árbol de afuera, el árbol cuyas hojas lo resisten todo y da palta. Me doy la vuelta y mi abuelo entra en la casa con una palta. Mi abuelo sí la ha alcanzado.
-Che, Ale, ¡juguemos al ajedrez que hace tiempo que no juego!
Coloco las fichas. Él está frente a mí en silencio, mirando el tablero. En su mano la palta da vueltas:
-Tenés que fundar Buenos Aires por cuarta vez -dice-. La IV Fundación de Buenos Aires.
-¿Cómo?
- ¡Tenés que hacer la IV Fundación de Buenos Aires!
-¿Por qué? ¿Qué locura es esa?
-Porque sos la cuarta generación de argentinos de nuestra familia, che. Porque son 200 años de la Argentina y porque acá hay que refundarlo todo de nuevo, todo el tiempo.
-¿Cómo, cómo? Pero ¡qué dices! Además, yo soy hispano-argentino-boliviano. ¡Todo esto es una locura!
Nos quedamos mirando.
- ¿Por qué yo? –Digo.
-¿Vos crees en mi? – Dice. (Piano de fondo).
-¿Vos crees en mi?- (Piano de fondo).
Sigo mirándolo.
-Te voy a enseñar algo –dice –. Salgamos.
En el camino nada me queda claro. Creo que lo mejor es que me deje llevar y ver qué sucede. ¿Yo tengo que crear la IV Fundación de Buenos Aires? No tengo ni la menor idea de cómo voy a hacerlo. En el colectivo vuelvo a ver el reflejo de mi imagen y la de mi abuelo en los vidrios de las ventanillas y confirmo que no estoy soñando. Nos bajamos en Plaza Miserere y nos quedamos parados en una esquina. Mucha gente desconocida pasa con prisa. ¿Qué haremos aquí? ¿A quién esperaremos? Mi abuelo está con una mano en el bolsillo y en la otra sujeta la palta. De repente me mira y mira un quiosco y allí es hacia donde nos dirigimos. Una vez dentro a mi abuelo lo sorprende todo producto que ve.
-¡¡OH!! ¡¡Mantecol!! ¡¡OH!! ¡¡Vauquitas!! ¡¡OH!!!....¡¡¡No lo puedo creer!!!
Un señor sale del fondo del quiosco. Debe ser el vendedor y lleva un libro en la mano. Mi abuelo al verlo se queda en silencio y se le cae la palta al suelo.
-¿Qué tanta sorpresa? ¿Por qué tanta sorpresa? ¿No son de acá ustedes? –Dice el hombre.
-No -dice mi abuelo.
-Sí, él sí, yo no –digo yo.
-No, yo no soy de acá. Vos, Ale, tampoco y usted, Jorge Luis Borges, ¡tampoco!
-¿Borges? ¿Cómo que Borges? –Grito yo, que ya no comprendo nada. Miro hacia la calle, rascándome la cabeza, y un viento fuerte pasa. A continuación, una señora corriendo y gritando. Mi abuelo y Borges que no son, pero que al mismo tiempo son y que no son de Buenos Aires, pero al mismo tiempo lo son, se quedan mirando. Se miran con los ojos vidriosos y no pestañean, nada se mueve, nada es nada pero al mismo tiempo es todo porque en los espejos me veo, porque se escucha el viento pasar y a la señora de antes se la escucha lejos pero cerca. Recojo la palta y la aprieto fuerte. Mi abuelo le da la mano al supuesto Borges y los dos siguen en la misma postura y tienen una media sonrisa. Borges con la otra mano continúa sujetando el libro que no suelta. Luego se separa de mi abuelo y pasa detrás del mostrador.
-Entonces nadie es de acá. Ni usted, ni yo, ni Alejandro. Muy típico de Buenos Aires ¿no cree? Acá todos somos de todos los lugares del mundo y yo vendo productos argentinos que se venden en cualquier quiosco. Yo, amo la lectura y qué decir de la escritura.
- ¿Entendés, Ale, por qué tenés que fundar por cuarta vez Buenos Aires? – Interrumpe mi abuelo.
- ¿Así que la IV Fundación de Buenos Aires? ¡Mirá vos! Para mi la III Fundación Mítica de Buenos Aires está en Palermo… Las dos primeras son históricas, la de Mendoza, la de Garay.... Palermo… Muchas veces paseo por allá y ¡qué diferente está todo! Lleno de turistas…Guatemala, Serrano, Malabia, Gurruchaga… ¡ay ay ay! Guatemala, Serrano, Malabia, Gurruchaga… ¡ay ay ay!
Borges no para de repetir aquellas calles y me sorprendo al escuchar el nombre de la mía. Mientras las menciona, las escribe en un papel y luego besa el libro que tiene en la mano. Mi abuelo hace sus caras y lo mira y yo aprovecho para darle la palta. Me alejo un poco de ellos y me asomo a la calle para ver y pensar si lo real existe. Dos rabinos caminando hablan hebreo, la señora de antes recoge la ropa que vende y grita en guaraní a su hijo que la ayude. A continuación no se ve nada más y algo que pasa dentro del quiosco hace que vuelva la cabeza: veo que la palta cae al suelo y a continuación el libro de Borges se cierra.
-¡¡Mi nieto Alejandro tendrá que fundar Buenos Aires por IV vez y va a ser aquí!! En este barrio, en Once.
-No señor, no no no. Para nada, usted está equivocado, León –dice Borges.
-¡Mi nieto Alejandro tendrá que fundar la IV Fundación de Buenos Aires, Borges!Usted lo sabe, ¡¡Borges!!
Los gritos de mi abuelo hacen que mucha gente se asome. Todos empiezan a llegar: argentinos, bolivianos, coreanos, peruanos, italianos, la señora que gritaba a su hijo y los dos rabinos. Todos creen que Borges es Borges y no tratan a mi abuelo de loco. Giro la cabeza y la vuelvo a girar hacia las personas de los países del mundo y hacia Borges y mi abuelo que sigue repitiendo la misma frase a un ritmo constante: “¡Mi nieto Alejandro tendrá que fundar Buenos Aires por IV vez, Borges! Usted lo sabe, ¡¡Borges!!”.
La gente asomada a la tienda empieza a gritar caóticamente: “¡Borges! ¡¡Borges!! ¡¡Borges está acá!! ¡¡Vengan todos!!” Resulta que todos ven lo que yo veo, y Borges es Borges. La gente de los países del mundo comienza a entrar al quiosco de Borges en dirección a él y entonces, mi abuelo trata de abrirse paso y sale de la tienda. Lo sigo. Argentina, Bolivia, España, yo, mi abuelo, Buenos Aires, un italiano, un peruano, su rastro, lo pierdo, lo sigo pero está lejos, camina pero su caminar es correr y me es inalcanzable aunque su calva es vistosa porque sus canas brillan con un blanco puro en Buenos Aires. Consigo no perderle el rastro y veo que después de caminar, es decir, él caminar y yo correr, entra en el subte de la línea B, en Pasteur, y sube al tren sin pagar. Se baja en Malabia y comienza a andar por Villa Crespo. Trato de hablarle. ¿Qué le pasa? No me contesta. Él sigue y ahora camina como nosotros, bueno a lo mejor hay un lector que camina corriendo como mi abuelo. No me dice nada y mira la palta, ya no pone caras.
-¿Por qué estás así abuelo? ¿Porque yo no quiero hacer la IV Fundación de Buenos Aires? ¿Es por eso?
Él sigue sin contestar. Continúa mirando la palta, prácticamente no pestañea.
-Está bien, la voy a fundar. Pero en el lugar que yo quiera. ¿Eso te parece bien? León, necesito tu ayuda, yo no sé qué tengo que hacer, ¿he de invitar a gente? ¿A mis amigos? ¿Avisar a la familia?
Mi abuelo sin contestar, mira la palta verde y comienza a caminar como antes, deprisa, es decir corriendo, y yo vuelvo a ir tras él. No sé a dónde se dirige pero parece seguro. De repente tropiezo y me tuerzo el tobillo y he de sentarme perdiendo las canas blanco puro de la calva de mi abuelo. Al rato trato de ponerme en pie y, en cuanto empiezo a pisar fuerte y a caminar despacio, escucho las voces de mucha gente que viene detrás de mí. Es Borges el que grita mi nombre, encabezando la marcha. A su lado vienen los italianos, peruanos, bolivianos, la señora con su hijo y los dos rabinos. Todos vienen corriendo, sonriendo y gritando mi nombre. En la calle la gente me mira. Empiezan a salir de sus tiendas y a asomarse desde sus casas. Borges me da un alfajor Jorgito. Le digo gracias y me pregunta:
-¿A dónde vamos Alejandro?
Miro a todos los que me miran sonriendo. No sé a dónde llevarlos, no sé qué hacer con ellos cuando ni siquiera sé dónde está mi abuelo. Creo que ni sé dónde me encuentro yo, sé que en Villa Crespo pero no sé las calles y no sé qué contestarles. Parezco el salvador de algo pero no sé de qué. Simplemente me dijo mi abuelo que tengo que hacer en Buenos Aires la IV Fundación y no sé qué está pasando. Decido caminar hasta encontrar un cartel que dice: Malabia. Comienzo a caminar y a caminar. Miro a los lados en busca de mi abuelo y ni rastro de él. Junto a mí, Borges viene sonriente y canta. Sí, canta el tango Sur, algunos también cantan con él. Caminando llegamos a mi calle, a la calle con las marcas del tranvía en el suelo, a la calle donde los árboles son grandes y hay uno, justo donde vivo yo, que da palta y no se le caen las hojas nunca. Llegamos y miro hacia arriba, ahí está mi abuelo, con la palta en la mano y nos saluda desde el balcón. Al rato vemos que se mete dentro del departamento y a continuación sale a la calle donde estamos todos.
-¿Por qué acá? Explicame. ¿Cómo acá? Es un departamento nuevo, ¡ni siquiera es viejo! –Dice mi abuelo abriendo una de las paltas-. En el Once están todos los paisanos y en Villa Crespo vivió la familia, pero acá…
No sé qué decirle. A nuestro alrededor hay jaleo, mucho jaleo y me es imposible hacerlos callar. Borges está apartado sonriendo y con el libro abierto. Me mira. Mi abuelo me repite lo mismo. La gente comienza a alborotarse y a pedir respuestas que yo no puedo dar, porque no soy Dios ni soy Moisés, pero si mi abuelo y Borges están aquí empiezo a pensar que sí puedo dar respuestas. De pronto sé qué decir. Sé por qué estoy en Argentina.
-¡En mi generación vuelvo a fundar Buenos Aires! –digo.
Del cielo cae una palta, al segundo otra…y luego otra…Todos gritan eufóricos y contemplan la calle Guatemala como si la vieran por primera vez.
Borges, que continúa apartado, me mira y cierra su libro.
Alejandro Schoffer Kirmayer
Buenos Aires, Agosto de 2010
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