miércoles, 30 de noviembre de 2011

"KAFKA EN LA ORILLA " de HARUKI MURAKAMI

Kafka en la orilla, Maxi Tusquets Editoriales

 Kafka Jamura se va de casa el día en que cumple quince años. Le llevan a ello las malas relaciones con su padre (un famoso escultor convencido de que su hijo repetirá el aciago sino de Edipo) y el vacío producido por la ausencia de su madre; se dirigirá al sur del país, donde encontrará refugio en una peculiar biblioteca y conocerá a la misteriosa señora Saeki. Sus pasos se cruzan con los de otro personaje, Satoru Nakata, sobre quien se ha abatido la tragedia: de niño, durante la segunda guerra mundial, sufrió un accidente del que salió con secuelas y dificultades para comunicarse... salvo con los gatos.

Haruki Murakami es uno de los escritores japoneses más influyentes en la actualidad, tanto en su país como fuera de él.

Su generación de escritores fue influenciada por la literatura contemporánea norteamericana. Él mismo ha traducido a Tobias Wolff, Francis Scott Fitzgerald,  John Irving o Raymond Carver, a los que considera indudables maestros.

Murakami estudió literatura y griego en la Universidad de Waseda. Su primer negocio fue un club de jazz llamado "Peter Cat", una muestra de su gran amor por la música, uno de los grandes y necesarios referentes a lo largo de toda su obra.

Tokio Blues fue la primera de sus obras que despuntó, y su fama le convirtió en una verdadera estrella en Japón.

Tras pasar una larga temporada en Estados Unidos en el que escribió sus siguientes obras, Al sur de la frontera, al oeste del sol y Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, Murakami decidió volver a Japón tras el famoso terremoto de Kobe y el atentado terrorista con gas sarin al metro de Tokyo.

Sputnik mi amor y Kafka en la orilla, le valieron el definitivo espaldarazo internacional y un seguimiento fiel de una verdadera legión de lectores.

Sus dos últimas éxitos, After Dark y Sauce ciego, mujer dormida, han sido verdaderos fenómenos editoriales, con unas elevadas ventas en más de cuarenta países
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martes, 29 de noviembre de 2011

Laura Devetach : "Hay que alimentar los espacios poéticos con libros y arte"

VI Premio Iberoamericano SM Literatura Infantil y Juvenil "Cuento escondido" nació por la importancia que yo creo que tienen los pequeñas historias para los más chiquitos.......
Periquito es un personaje que me acompaña de la infancia.

Autobiografía

Seguramente, mientras yo nacía un 5 de octubre de 1936, mi mamá trabajaba atendiendo el notorio arribo y a la vez pensaba si mi abuela podría darse vuelta sola en la casa con tanto trajín. Seguramente lloraba al verme así, toda recién nacida y tan gritona y pensaba en mi nombre, mientras también pensaba en el almuerzo de mi papá.
Mientras escribo esto y tomo un mate con peperina y espero que vengan a retirar un paquete de una editorial y en el horno se dora una calabaza cortada en rodajas, a la manera de mi abuela, quiero compartir los mientras. Porque para mucha gente son una forma de vida, sobre todo si se es mujer, se trabaja con chicos y a una se le da por ser artista.
Mi vida tuvo, entre otras, dos facetas bien marcadas: la de laburante y la de artista. Muchos creen que quien anda escribiendo, pintando o cantando, muy laburante no es, porque el de artista no es trabajo. A veces se dio la buena y una pudo hacer un poco de televisión, teatro y libros. Otras veces, las más, fue el momento de los mientras, Mientras soy docente, cuido de la famlia, hago notas periodísticas o talleres, puedo también ser artista.
Me recibí de maestra con guardapolvos de tablas impecables y buenas notas. En 1956 fui a trabajar a un pueblo del norte de Santa Fe. Tenía un segundo grado con 56 alumnos que oscilaban entre los siete y los diecisiete años. Daba clases, según el día, en la sala de música, en ritmo de Febo asoma, o en una iglesia vieja que se había convertido en palomar. Y las palomas eran comilonas. Y nosotros estábamos abajo.
En esa época escribía lo que me saliera en papelitos sueltos o en un cuaderno de tapas duras que después se me perdió. Los papelitos jamás se pierden. Estudiaba Letras en Córdoba, así que viajaba casi veinticuatro horas para rendir. Eso no le gustaba nada al director.
Mis alumnos trabajaban casi todos en la cosecha del algodón y de la caña. Y nosotros teníamos la obligación de darles deberes. Un día reté a un gordito de rulos por no cumplir. Yo los perseguía, porque una maestra de verdad tenía que ser severa, qué tanto. Pero el gordito me dijo: ¡Qué deberes! Yo trabajo en el campo. A la escuela hay que venir a descansar.
Entonces inauguré los cuentos. Pero no podía usar la biblioteca porque el dire decía que los libros se gastaban. Llevé mis libritos de infancia, muchos, queridos, ajados. También les pedí a los chicos que contaran los cuentos que sabían. Y ese contar fue glorioso porque salieron el lobizón, el zorro, el Pombero, ánimas, asesinatos varios, adulterios en la familia, canciones de Italia, refranes, oraciones.
Nuestro pizarrón era la tierra del patio o la arena. Aprendí mucho. El guardapolvo planchado se me fue derritiendo con el viento norte y algunas lágrimas. A los chicos les dejé mis libros de infancia.
Me fui a Córdoba a terminar los estudios. Allí vinieron amigos, amores, hijos, profesión. Movidas y ricas épocas de final de los 50, 60 y 70 durante los que la vida de artista se encontró a veces con la del trabajo, y dar clases en la universidad significó para mí poder montar una obra de teatro.
Pero el panorama político venía complicado. En los 70 actuaban las Tres A y ya había personas muertas y desaparecidas. En 1976 llegó el golpe militar con más desapariciones de personas, quemas y prohibiciones de libros y manifestaciones artísticas, gente que se exiliaba. Con mi familia nos trasladamos a Buenos Aires.
Cada lugar en que viví me dio lo mejor que tenía, se metió en mis libros sin permiso. También están las marcas de la historia en todos los que escribimos durante esas épocas, aunque no se hayan mencionado siquiera las palabras proceso militar. Quizás alguien debiera investigarlo alguna vez.
Hoy trabajo desde cada lugar para que todos podamos leer más cuentos, novelas y poemas, es decir ficción y poesía, porque estoy convencida de que esta práctica agiliza otras formas de conocer y de pensar. En la ficción y en la poesía hay, además de ideas, nociones, sensaciones, emociones, que pueden llevarnos a leer y sentir la realidad de otra manera. A veces, a ver lo que no vemos y sin embargo está ahí.
Laura Devetach

Innumerables títulos para los más pequeños. Para tenerlos muy en cuenta.

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lunes, 28 de noviembre de 2011

FANTASMAS EN LA ESTACIÓN DE PATRICIOS Y OTRAS APARICIONES

¡ HOLA GENTE !

Les contamos que luego de la presentación del libro Fantasmas en la Estación de Patricios y otras apariciones (3, 4 y 8/12/2011, en Patricios)
realizaremos una segunda edición para todos aquellos que estén interesados en adquirir un ejemplar.
Como es nuestra primera experiencia como editores, y como se trata de una encuadernación artesanal,
necesitamos que todo el que quiera un ejemplar, se anote, así tendremos una idea más ajustada de cuántos ejemplares deberemos editar.
Si bien el precio aún no ha sido definido, estará al alcance de cualquier bolsillo (incluida la inflación)

Aprovechamos a contarte cuáles serán las actividades:

El 3 y 4 de diciembre celebrando nuestro 9° cumpleaños hemos organizado una fiesta popular en Patricios.
Se presentarán los grupos de teatro comunitario 3,80 y crece, de la Boca, Cruzavías, de 9 de Julio y Patricios Unido de Pie, de Patricios.
Mujeres de la Esquina, de 9 de Julio con nueva obra y el Teatro Integrado del Taller Protegido de 9 de julio.
Se suman los grupos musicales Praxis, Gabriela Bérgamo en tangos y blues, Reservado Gran Campeón y otros conjuntos. Después a bailar hasta que las velas no ardan...
Esperamos una representación del teatro comunitario de Rivadavia.
Charlaremos sobre sobre la ley de Puntos de Cultura y la posibilidad de formación de una red que reúna los grupos de teatro comunitario de esta región.
Presentaremos el primer libro de la Editorial "Patricios Unido de Pie": Fantasmas y otras apariciones en la estación de Patricios.
Conoceremos el accionar del grupo "Voluntad Juvenil", un montón de chicas y chicos de Patricios que , con gran energía y entusiasmo por su pueblo, están trabajando en el entorno de la Estación, mejorando, reparando, pintando y proyectando nuevas acciones.
Reuniéndonos en torno al arte, la música, el juego, imaginando lo imposible podemos cambiar este mundo! Bienvenidos a la fiesta!

Y el jueves 8, feriado, se festeja la patrona de Patricios. Ese día, dentro de los festejos organizados se entregarán los libros a los 34 escritores del lugar.

¡LOS ESPERAMOS!
Y recuerden anotarse para adquirir los libros.
Gracias.

PATRICIOS UNIDO DE PIE

Patricios, partido de 9 de Julio, Prov de Bs As
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sábado, 26 de noviembre de 2011

" BIEN !!! por JORGE LANATA

En un programa del viernes 24 por TN, Jorge Lanata, controvertido periodista manifestó el estar organizando una fundación con el nombre de sus padres para crear una biblioteca con sus libros que ascienden a más de 5000 tomos. Está destinada para que funcione en Avellaneda. Desde aquí felicitamos a este prestigioso escritor y lector que comparte su pasión con la comunidad.
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viernes, 25 de noviembre de 2011

Entre el diseño gráfico y el arte, cuando las tapas venden libros

La identidad estética Y la intuición son las apuestas  para decidir a los lectores
 
Una pregunta adivinatoria: si la tapa de la primera edición de Cien años de soledad hubiera sido otra –y no esas etiquetas casi escolares y las letras del revés– ¿qué destino hubieran tenido la historia del coronel Aureliano Buendía, el pueblo de Aracataca y Remedios la bella? Probablemente hubiera sido el éxito rotundo que fue, aunque al editor del libro se le hubiera ocurrido hacer una tapa con bloques de hielo. La cubierta de un libro puede ser, según se la mire, una pieza de arte y de comunicación. En todo caso, es la presentación de un libro, una suma que quizá condense la sangre, el sudor y las lágrimas de un escritor. Hay otro interrogante: ¿qué ves cuando me ves?.

¿Qué hace que un lector elija un libro entre cientos porque algo en la tapa, más allá del título o del nombre del autor, lo hace “pescar” ese libro y no otro? “El criterio se fija entre la búsqueda de un equilibrio entre el gusto personal, formado por el legado cultural, la experiencia e inquietudes personales, y un espacio más intuitivo”, dice Diego Bianki, director artístico y editorial del sello Pequeño Editor, que desde 2002 publica bellos libros para niños y no tanto, con un fuerte peso en el lenguaje visual y en la experimentación.

Para otros, se trata de comunicar una idea, una tarjeta de presentación para los lectores potenciales. “Lo primero que me pregunto ante un diseño o un boceto es qué comunica”, dice Pablo Avelluto, director editorial de Random House Mondadori. Y agrega: “Hay un detalle que muchas veces los diseñadores y nosotros, los editores, pasamos por alto: el/la comprador/a no ha leído el libro al momento de ver la tapa. De ahí que se trate del primer, sino el principal, aviso publicitario. Se utilizan recursos estéticos, incluso puede haber arte en la síntesis que implica la portada de un libro, pero no es, estrictamente, una obra de arte”.

Tipografías, fotos, ilustraciones, tapas casi blancas o negras. Mario Blanco, de editorial Planeta, llama “intérprete gráfico” a profesionales como el español Daniel Gil, un diseñador legendario de Alianza Editorial. “Muchísimos libros fueron exitosos aun con malos diseños en sus cubiertas, y pocas cubiertas exquisitas fueron suficientes para vender masivamente la edición de un libro”. Para Blanco, que también recuerda los diseños de la serie “Minotauro”, las tapas de Gil eran, por sí mismas, “un motivo de atracción”. En todo caso, lo que se busca –ya sea para un autor de culto o un escritor masivo– es una identidad estética. Y, en esa búsqueda, no da lo mismo lo masivo y lo de culto. Como dice Avelluto, “una novela de enorme éxito comercial en Europa puede convertirse en un texto de culto para un segmento minoritario de lectores en América latina”. En Alemania, cuenta el editor de RHM, a muchos escritores argentinos los presentan iconográficamente: tango, gauchos, el paisaje pampeano...

Que sugiera, que interpele al lector. El sello Eterna Cadencia se caracteriza por sus tapas claras, de una estética finísima. “Si la tapa lleva al lector a hojear el libro, aunque no conozca a su autor, si le sugiere algo interesante o le da curiosidad, habrá cumplido su primer objetivo. Una buena tapa sería aquella que el lector vuelve a mirar y encuentra nuevas conexiones o sentidos”, dice Claudia Arce, de la editorial Eterna Cadencia.

Blanco se pregunta qué hubiera ocurrido con esos diseños que son ícono, como el de la Coca-Cola si el logo, en lugar de ser rojo y blanco, fuera verde, por ejemplo. ¿Se vendería la exhorbitante cantidad de botellas que se consume cada día y en todo el mundo? “Una buena tapa –dice Julieta Obedman, editora del Grupo Santillana–puede ser decisiva para la venta de un libro. Y aunque no es una cuestión central, ayuda. En cambio, una mala cubierta puede provocar que el libro pase completamente desapercibido”.
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jueves, 24 de noviembre de 2011

LA AVENTURA DE UN LECTOR. Por Italo Calvino, traducción de Aurora Bernárdez

En el cabo la carretera del litoral pasaba por la parte más alta; abajo, en el fondo del acantilado y todo alrededor, el mar se extendía hasta el horizonte alto y esfumado. También el sol estaba en todas partes, como si el cielo y el mar fueran dos lentes de aumento. Allá abajo, contra la melladura irregular de los escollos del cabo, el agua batía tranquila, sin espuma. Amedeo Oliva bajó por una rampa de peldaños empinados con la bicicleta al hombro y la dejó en un lugar a la sombra, después de poner la cadena antirrobo. Siguió bajando la escalerilla entre desmoronamientos de tierra amarilla y seca y agaves suspendidos en el vacío, e iba buscando con la mirada el pliegue rocoso más cómodo para tenderse. Llevaba bajo el brazo una toalla enrollada y en medio de la toalla, el bañador y un libro.

El cabo era un lugar solitario: unos pocos grupos de bañistas se zambullían o tomaban el sol escondidos unos de otros por las anfractuosidades del terreno. Entre dos rocas que lo ocultaban a la vista, Amedeo se desvistió, se puso el bañador y empezó a saltar de una cresta a otra de los escollos. Atravesó así, brincando con sus piernas flacas, la mitad de la escollera, por momentos volando casi sobre las narices de parejas de bañistas semiocultas, tendidas sobre toallas de baño. Después de un bloque de arenisca, de superficie porosa e irregular, empezaban los escollos lisos, de contornos redondeados; Amedeo se quitó las sandalias y llevándolas en la mano siguió corriendo descalzo, con la seguridad del que sabe calcular a ojo las distancias entre roca y roca y tiene unos pies cuyas plantas no le temen a nada. Llegó a un lugar donde la pared rocosa caía a pico sobre el mar: la pared estaba atravesada a media altura por una especie de escalón. Allí Amedeo se detuvo. Sobre un saliente plano acomodó su ropa bien doblada, y encima puso las sandalias con la suela hacia arriba, para que una ráfaga de viento no se lo llevara todo (en realidad apenas soplaba una ligerísima brisa del mar, pero ese gesto de precaución debía de ser habitual en él). Llevaba consigo una bolsita que era un cojín de goma; sopló hasta inflarlo, lo apoyó en un punto, y desde allí hacia abajo, en un tramo del borde rocoso en ligero descenso, tendió la toalla. Se dejó caer boca arriba y ya abría con las manos el libro en la página señalada. Así pasó largo rato tendido en la roca, bajo el sol que reverberaba por todas partes, la piel seca (tenía el bronceado opaco, irregular, de quien torna el sol sin método pero es resistente a las quemaduras), apoyó en el cojín de goma la cabeza cubierta con una gorra de tela blanca, mojada (sí: había bajado hasta un escollo al nivel del agua para empaparla), inmóvil, sólo los ojos (invisibles detrás de las gafas oscuras) seguían por las líneas blancas y negras el caballo de Fabrizio del Dongo. A sus pies se abría una pequeña cala de agua verdeazul, transparente casi hasta el fondo. Los escollos, según la exposición, eran de un blanco calcinado o estaban cubiertos de algas. En el fondo había una playita de guijarros. Cada tanto Amedeo alzaba los ojos hacia el espectáculo circundante, los posaba en un centelleo de la superficie y en la marcha oblicua de un cangrejo; después volvía absorto a la página donde Raskolnikof contaba los peldaños que lo separaban de la puerta de la vieja o Luden de Rubempré, antes de meter la cabeza en el nudo corredizo, contemplaba las torres y los techos de la Conciergerie.

Desde hacía un tiempo Amedeo tendía a reducir al mínimo su participación en la vida activa. No es que no le gustara la acción; más aún, del gusto por la acción se alimentaban todo su carácter y sus preferencias; y sin embargo, de año en año, el furor de ser él quien actuaba iba disminuyendo, disminuyendo tanto que era como para preguntarse si alguna vez lo había sentido realmente. No obstante, el interés por la acción sobrevivía en el placer de la lectura: su pasión eran siempre las narraciones de hechos, las historias, la trama de las vicisitudes humanas. Novelas del siglo XIX, ante todo, pero también memorias y biografías y así sucesivamente hasta llegar a las novelas policíacas y a la ciencia ficción, que no desdeñaba pero que le daban menos satisfacción aunque sólo fuera porque eran libritos breves: a Amedeo le gustaban los volúmenes gruesos y sentía al abordarlos el placer físico que da hacer frente a un gran esfuerzo. Sopesarlos en la mano, apretados, espesos, sólidos, observar con un poco de aprensión el número de páginas, la vastedad de los capítulos; después entrar en ellos: un poco reticente al principio, sin ganas de hacer el primer esfuerzo de recordar los nombres, de seguir el hilo de la historia; después confiar en ellos, deslizándose por los renglones, atravesando el enrejado de la página uniforme, y más allá de los caracteres de plomo aparecía entonces la llama y el fuego de la batalla y la bala que silbando en el cielo caía a los pies del príncipe Adrei, ahora es la tienda atestada de estampas, de estatuas y Frédéric Moreau palpitante hacía su aparición en casa de los Arnoux. Más allá de la superficie de la página se entraba en un mundo en el que la vida, antes era más vida que la de aquí, de este lado: como la superficie del mar que nos separa del mundo azul y verde, grietas hasta perderse de vista, extensiones de fina arena ondulada, seres mitad animales mitad plantas.

El sol era ardiente, el escollo quemaba y al cabo de un momento Amedeo se sentía uno con la roca. Llegaba al final del capítulo, cerraba el libro poniendo como señal el folleto publicitario, se quitaba la gorra de tela y las gafas, se ponía de pie medio atontado, y con grandes saltos llegaba a la punta extrema del escollo donde a toda hora un grupo de chiquillos se zambullía y volvía a trepar. Amedeo se erguía en un peldaño a pico sobre el mar, no demasiado alto, a un par de metros del agua, contemplaba con ojos todavía deslumbrados la transparencia luminosa que se extendía bajo sus pies y de golpe se tiraba. Su zambullida era siempre igual, de pez, bastante correcta, pero con cierta rigidez. El paso del aire asoleado al agua tibia habría sido casi imperceptible si no fuese brusco. No reaparecía en seguida, le gustaba nadar debajo del agua, cada vez más hondo, rozando casi el fon-do, hasta faltarle la respiración. Le daba mucho placer el esfuerzo físico, imponerse tareas difíciles (por eso iba a leer su libro en el cabo, al que subía en bicicleta, pedaleando furiosamente bajo el sol meridiano): nadando bajo el agua, trataba siempre de llegar a una pared de roca que emergía en cierto lugar de la arena del fondo, cubierta de un espeso matorral de hierbas marinas. Volvía a la superficie entre esas rocas y nadaba un poco alrededor; empezaba practicando el crawl con método, pero gastando más fuerzas de lo necesario; en seguida, cansado de tener la nariz metida en el agua como un ciego, pasaba a una brazada más libre, «marinera»; la vista le daba más satisfacción que el movimiento, y poco después de la «marinera» pasaba a nadar de espaldas, cada vez de manera más irregular y con interrupciones, hasta detenerse para hacer el muerto. Giraba y se revolvía en aquel mar como en un lecho sin orillas, y se proponía como objetivo o bien llegar a un islote, o bien dar algunas brazadas, y no cejaba hasta no llevar a buen término su propósito; unas veces se dejaba estar indolentemente, otras avanzaba hacia mar abierto deseoso de tener el cielo y el agua a su al-rededor, a veces volvía a acercarse a los escollos que emergían alrededor del cabo para no perder ninguno de los itinerarios posibles del pequeño archipiélago. Pero mientras nadaba se daba atenta de que la curiosidad que iba creciendo en él era la de conocer la continuación —pongamos— de la historia de Albertine. ¿La encontraría o no Marcel? Nadaba furiosamente o hacía el muerto, pero su corazón estaba entre las páginas del libro que había dejado en la orilla. Entonces, con rápidas brazadas alcanzaba su escollo, buscaba el punto donde se treparía, y así casi sin darse cuenta se encontraba arriba, frotándose los hombros con la toalla de esponja. Volvía a encasquetarse la gorra de tela, se tendía de nuevo al sol y comenzaba el nuevo capitulo.

No era sin embargo un lector apresurado, famélico. Había llegado a la edad en que la segunda, la tercera o la cuarta lectura dan más placer que la primera. Y sin embargo, le quedaban todavía muchos continentes por descubrir. Cada verano, los preparativos más laboriosos antes de partir al mar eran los de la pesada maleta de libros: según la inspiración y los razonamientos de los meses de vida ciudadana, Amedeo escogía cada año ciertos libros famosos que quería releer y ciertos autores que afrontaba por primera vez. Y allí en el escollo los iba agotando, alzando a menudo los ojos de la página para reflexionar, jumar las ideas. En cierto momento, al levantar la vista, vio que en la playita de guijarros, en el fondo de la cala, se había tendido una mujer.

Estaba muy bronceada, era flaca, ni demasiado joven ni de gran belleza, pero le pegaba estar desnuda (llevaba un «dos piezas» sucinto y bien arrollado en los bordes para tomar todo el sol posible), y atrajo la mirada de Amedeo. El observó que, mientras leía, separaba cada vez más a menudo los ojos del libro y los alzaba en el aire, y ese aire era el que había entre la mujer y él. la cara de ella (estaba tendida en la orilla en pendiente, sobre una colchoneta de goma, y a cada ojeada Amedeo veía las piernas no carnosas pero armoniosas, el vientre perfectamente liso, el pecho exiguo pero quizá no desagradable aunque probablemente un poco marchito, los hombros algo huesudos, como el cuello y los brazos, y la cara oculta por gafas negras y por el ala del sombrero de paja), ligeramente marcada, era vivaz, perspicaz e irónica. Amedeo la clasificó como el tipo de mujer independiente, que veranea sola, que a los balnearios populosos prefiere la escollera más desierta y le gusta estar así poniéndose negra como el carbón: evaluó la parte de indolente sensualidad y de insatisfacción crónica que había en ella; pensó furtivamente en las probabilidades que ofrecía para una aventura de rápido desenlace, las comparó con la perspectiva de una conversación convencional, de un programa nocturno, de posibles dificultades logísticas, del esfuerzo de atención que es siempre necesario para trabar conocimiento aunque sea superficial con una persona y siguió leyendo, convencido de que la mujer no podía en realidad interesarle.

Pero o había pasado demasiado tiempo tendido en aquel lugar de la roca, o era que esos rápidos pensamientos le habían dejado una huella de inquietud, el hecho es que se sentía dolorido; las asperezas de la roca debajo de la toalla que le servía de colchón empezaban a resultarle incómodas. Se levantó para buscar otro lugar donde acostarse. Durante un instante dudó entre dos sitios que parecían igualmente cómodos: uno más alejado de la playita donde estaba la señora bronceada (inclusive al otro lado de un espigón de piedra que le impediría verla), el otro más próximo. La idea de acercarse y de que por sabe Dios qué juego de circunstancias imprevisibles se viera obligado a iniciar un diálogo e interrumpir por lo tanto la lectura, le hizo preferir en seguida el lugar más alejado, pero, pensándolo bien, se podría creer que él quería escapar de la señora recién llegada, y eso podía parecer poco elegante, de modo que optó por el lugar más cercano, de todos modos la lectura lo absorbía tanto que no sería desde luego la vista de la señora —que por lo demás ni siquiera era demasiado guapa— lo que pudiera distraerlo. Se tendió sobre un costado, sujetando el libro de modo que le ocultara la vista de ella, pero le cansaba mantener el brazo a esa altura y terminó por bajarlo. Entonces, la misma mirada que se deslizaba por los renglones, cada vez que tenía que volver al comienzo, encontraba, apenas más allá del margen de la página, las piernas de la veraneante solitaria. También ella se había desplazado un poco, buscando una posición más cómoda, y el hecho de haber alzado las rodillas y cruzado las piernas exacta-mente en la dirección de Amedeo, le permitía examinar mejor algunas proporciones de la señora, nada desagradables. En una palabra, Amedeo (aunque el filo de una roca le cortara la cadera) no hubiera podido encontrar una posición mejor: el placer que podía darle la vista de la señora bronceada —un placer marginal, un extra, pero no por ello despreciable ya que podía disfrutarlo sin esfuerzo— no perjudicaba el placer de la lectura, sino que se insertaba en su curso normal, de modo que estaba seguro de poder seguir leyendo sin tener la tentación de apartar la mi-rada.

Todo estaba en calma, sólo se deslizaba el fluir de la lectura a la que el paisaje inmóvil servía de marco, y la señora broncea-da se había convertido en una parte necesaria de ese paisaje. Amedeo contaba naturalmente con su propia capacidad para permanecer largo rato absolutamente inmóvil, pero no tenía en cuenta la movilidad de la mujer, que ya se levantaba, se ponía de pie, avanzaba entre los guijarros hacia la orilla. Se había puesto en movimiento —comprendió en seguida Amedeo— para ver de cerca una gran medusa que un grupo de chiquillos arrastraba hacia la orilla, empujándola con unas cañas. La señora bronceada se inclinaba hacia el cuerpo invertido de la medusa e interrogaba a los chicos; sus piernas se alzaban sobre zuecos de madera de tacones muy altos, incómodos para aquellas rocas; su cuerpo, visto de atrás como ahora lo veía Amedeo, era el de una mujer más agradable y más joven de lo que le había parecido antes. Pensó que para un hombre en busca de aventuras el diálogo de ella con los chiquillos pescadores habría sido una ocasión «clásica»: acercarse, comentar también él la captura de la medusa e iniciar así la conversación justo lo que él no hubiera hecho por todo el oro del mundo!, pensó para sí, sumiéndose de nuevo en la lectura. Claro que esta norma de conducta le impedía también satisfacer una curiosidad natural respecto a la medusa que era, por lo que se veía, de dimensiones insólitas, y de una extraña tonalidad esfumada, entre el rosa y el violeta. Curiosidad ésta por los animales marinos que, lejos de distraerlo, era coherente con el mismo tipo de pasión por la lectura; además, en aquel momento el interés por la página que estaba leyendo —un largo pasaje descriptivo— había ido disminuyendo; en una palabra, era absurdo que para defenderse del peligro de iniciar una conversación con la veraneante, él se vedase también impulsos espontáneos y bien justificados, como el de distraerse unos pocos minutos observando de cerca una medusa. Puso la señal, cerró el libro y se levantó: su decisión no podía ser más oportuna: justo en ese momento la señora se separaba del grupito de muchachos, disponiéndose a volver a su colchoneta. Amedeo lo notó mientras se iba acercando y sintió la necesidad de decir en seguida una frase en voz alta. Gritó a los muchachos:

—¡Cuidado! ¡Puede ser peligrosa!

Los chicos, en cuclillas alrededor del animal, ni siquiera levantaron los ojos: con los trozos de caña que tenían en la mano seguían tratando de levantarla y darle la vuelta; pero la señora se giró vivamente y se acercó de nuevo a la orilla, con aire entre interrogativo y asustado:

—¡Uy!, qué miedo, ¿muerde?

— Si se toca quema la piel —explicó él, y se dio cuenta de que se había dirigido, no a la medusa sino a la veraneante, que quién sabe por qué se cubría el pecho con los brazos en un estremecimiento inútil y sus miradas casi furtivas pasaban del animal boca arriba a Amedeo. El la tranquilizó y así, como era de prever, empezaron a hablar, pero no importaba, porque Amedeo volvería en seguida al libro que lo esperaba; le bastaba echar un vistazo a la medusa y por eso acompañó ala señora bronceada, que se inclinó en medio del círculo de chiquillos. La señora observaba ahora con asco, los nudillos de los dedos contra los dientes, y en cierto momento estando uno al lado del otro sus brazos se tocaron y tardaron un momento en separarse. Amedeo se puso entonces a hablar de medusas: su competencia directa no era mucha, pero había leído algunos libros de famosos pescadores y exploradores submarinos, de modo que —sobrevolando la fauna menuda— llegó en seguida a hablar de la famosa «manta». La veraneante lo escuchaba mostrando un gran interés y cada tanto intervenía, siempre a destiempo, como suelen hacer las mujeres.

—¿Ve esta mancha roja que tengo en el brazo? ¿No habrá sido una medusa? —Amedeo palpó el punto, un poco más arriba del codo, y dijo que no. Estaba un poco rojo porque se había apoyado en el codo mientras estaba echada.
Con eso, todo se terminó. Se saludaron, ella volvió a su lugar, él al suyo y reanudó la lectura. Había sido un intermedio que duró el tiempo justo, ni mucho ni poco, una relación humana no antipática (la señora era cortés, discreta, dócil) justamente porque apenas había comenzado. Pero en el libro encontraba una adhesión a la realidad mucho más plena y concreta, donde todo tenía un significado, una importancia, un ritmo. Amedeo se sentía en una disposición perfecta: la página escrita le abría la verdadera vida, profunda y apasionante, y alzando la vista encontraba una conjunción casual pero placentera de colores y sensaciones, un mundo accesorio y decorativo que no podía comprometerlo en nada. La señora bronceada, desde su colchoneta, le sonrió y le hizo un gesto de saludo, él respondió también con una sonrisa y un gesto vago y bajó en seguida la mirada. Pero la señora había dicho algo.
—¿Cómo dice?
—¿Lee, sigue leyendo?

—¿Es interesante?
—Sí.
—¡Que siga bien!
—Gracias.
No debía alzar más los ojos. Por lo menos hasta el final del capítulo. Lo leyó de un tirón. Ahora la señora tenía un cigarrillo en la boca y se lo señalaba con un gesto. Amedeo tuvo la impresión de que desde hacía ya un momento ella trataba de llamar su atención.
—¿Cómo?
—… cerillas, disculpe...
—Ah, no, no fumo...
El capítulo había terminado, Amedeo leyó rápidamente las primeras líneas del siguiente, que encontró sorprendentemente apasionantes, pero para abordar el nuevo capítulo sin preocupa¬ciones, había que solucionar cuanto antes la cuestión de las cerillas.
—¡Espere!
Se levantó, salió saltando entre los escollos, medio aturdido por el sol, hasta encontrar un gntpim de gente que fumaba. Pidió prestada una caja de cerillas, corrió hasta la señora, le

encendió el cigarrillo, volvió corriendo a devolver la caja, le dijeron:
—Quédesela, quédesela, por favor —corrió de nuevo hasta la señora para dejarle la caja, ella le dio las gracias, él esperó un momento antes de irse, pero comprendió que después de aquella pausa tenía que decir algo más y dijo:
—¿No se baña?
—Dentro de un rato —dijo la señora—, ¿y usted?
—Yo ya me he bañado.
¿Y no vuelve a meterse en el agua?
—Sí, leo otro capítulo y nado otro poco.
—Yo también, fumo el cigarrillo y me zambullo.
—Hasta luego, entonces.
—Hasta luego.
Esta especie de cita le devolvió una calina que —ahora se daba cuenta— no conocía desde que había advertido la presencia de la veraneante solitaria: ahora ya no le pesaba sobre la conciencia la idea de mantener con aquella señora una relación cualquiera; todo quedaba postergado al momento del baño —baño que de todos modos él se hubiera dado, aunque ella no estuviera— y ahora podía abandonarse sin remordimientos al placer de la lectura Al punto de no advertir que en cierto momento —cuando aún no había llegado al final del capítulo— la veraneante, terminado el cigarrillo, se había levantado y se le había acercado para invitarlo a bañarse. Vio los zuecos y las piernas rectas a poca distancia del libro, alzó la mirada, volvió a bajarla a la página —el sol era deslumbrante— y leyó de prisa algunas líneas, miró nuevamente hacia arriba y la oyó:
—¿No le estalla la cabeza? ¡Yo me zambullo!
Sin embargo, se estaba bien allí, leyendo y alzando la vista entre párrafo y párrafo. Pero como no jodía seguir postergando, Amedeo hizo algo que no hacía nunca: se saltó casi media página hasta el final del capítulo, que en cambio leyó con mucha atención, y después se levantó.
—¡Vamos! ¿Se zambulle desde la punta?

Después de tanto hablar de zambullirse, la señora bajó al mar con cautela desde un peldaño al ras del agua. Amedeo se arrojó de cabeza desde una roca más alta de lo habitual. Era la hora en que el sol todavía declina lentamente. El mar estaba dorado. Nadaron en aquel oro, un poco separados; por momentos Amedeo se hundía unas brazadas bajo el agua y se divertía pasando por debajo de la señora para asustarla. Decimos que se divertía: cosa de niños, claro está, pero por lo demás, ¿qué se podía hacer? El baño de a dos era ligeramente más aburrido que a solas; pero la diferencia era mínima. Fuera de los reflejos de oro, el azul del agua se ensombrecía, como si del fondo aflorase una oscuridad de tinta. Era inútil, nada igualaba el sabor a vida que hay en los libros. Mientras nadaba entre ciertos escollos hirsutos, semisumergidos, y dirigía a la señora asustada (para hacerla subir a un islote le rodeó las caderas y el pecho, pero de tanto estar en el agua, sus manos se habían vuelto casi insensibles, las yemas de los dedos estaban blancas y onduladas), Amedeo miraba cada vez más seguido hacia la orilla donde se distinguía la tapa del libro en colores. No había otra historia, otra espera posible que la que había dejado en suspenso entre las páginas donde estaba la señal, y todo lo demás era un intervalo vacío.

Pero de regreso ala orilla, el ayudarse a subir, secarse, frotarse mutuamente los hombros, terminó por crear una especie de intimidad, de modo que a Amedeo le pareció que en ese momento volver a su rincón sería poco elegante.
—Bueno —dijo—, me quedo a leer aquí; voy a buscar el libro y el cojín.
A leer, había tenido buen cuidado de advertir. Y ella:
—Sí, muy bien, yo también fumo un cigarrillo y leo un poco Annabella.
Tenía una revistilla de ésas de mujeres, y así los dos se pusieron a leer cada uno por su lado. La voz de ella le llegó como una gota fría en la nuca, pero sólo decía:
—¿Por qué se queda ahí, que es duro?, venga a la colchoneta, le dejo lugar.

La propuesta era amable, en la colchoneta se estaba bien y Amedeo asintió de buen grado. Estaban echados, él en un sentido y ella en el otro. La señora no hablaba, hojeaba las páginas ilustradas y Amedeo consiguió sumergirse por entero en la lectura. El ocaso era lento, de esos en que el calor y la luz casi no disminuyen sino que se van atenuando suavemente. La novela que leía Amedeo había llegado a ese momento en que se revelan los mayores secretos de los personajes y del ambiente, y uno se mueve en un Inundo familiar, y se alcanza una especie de paridad, de confianza entre el autor y el lector y se avanza al mismo paso, y uno no se detendría nunca.

En la colchoneta de goma se podían hacer también esos pequeños movimientos que los miembros necesitan para no entumecerse, y una pierna de él, en un sentido, se adhirió a una pierna de ella, en el otro. A Amedeo la cosa no le desagradaba y se quedó así; a ella por lo visto tampoco, porque no se movió. La dulzura del contacto se sumaba a la lectura y, en lo que respecta a Amedeo, la hacía más completa; en cambio para la veraneante debía de ser diferente, porque se incorporó, se sentó y dijo:
—Pero...
Amedeo tuvo que levantar la cabeza del libro. La mujer lo miraba y sus ojos eran amargos.
—¿Le pasa algo? —preguntó él.
—¿Pero no se cansa nunca de leer? —dijo la mujer—. ¡No se puede decir que sea usted un tipo sociable! ¿No sabe que a las señoras hay que darles conversación? —añadió con una semisonrisa que tal vez quería ser sólo irónica pero que a Amedeo, que en aquel momento hubiera dado cualquier cosa por no despegar-se de la novela, le pareció francamente amenazadora. «¡Quién me manda meterme en esto!», pensó. Ahora estaba claro que con aquella mujer al lado no podría leer ni una línea más. «Habría que hacerle entender que se ha equivocado», pensó, «que soy el tipo menos indicado para hacer de galán de playa, que soy un tipo al que es mejor no darle ninguna confianza.»
—¿Conversación? —dijo en voz alta—. ¿Qué conversación?—y estiró una mano hacia ella. «Bueno, si ahora le pongo las manos encima, se sentirá ofendida por un gesto tan fuera de lugar, quizá me dé una bofetada y se vaya.» Pero tal vez fuera su natural reserva, tal vez un deseo diferente, más dulce, lo que en realidad lo impulsaba, el hecho es que la caricia, en vez de brutal y provocativa, fue tímida, melancólica, casi suplicante: le rozó el cuello con los dedos, levantó una cadenita que ella llevaba y la dejó caer. La respuesta de la mujer consistió en un gesto primero lento, como resignado y un poco irónico —bajó la barbilla de costado, para retener la mano—, después, rápido, como en un calculado impulso de agresividad, le mordió el dorso de la mano.
—¡ Ay! --exclamó Amedeo. Se separaron.
—¿Así es cómo da usted conversación? —dijo la señora.
«Está bien», razonó velozmente Amedeo, «esta manera mía de dar conversación no le gusta, de modo que hasta de conversación y a leen», y ya se arrojaba sobre un nuevo párrafo. Pero trataba de engañarse a sí mismo: se daba perfecta cuenta de que habían llegado demasiado lejos, que entre él y la señora broncea-da se había creado una tensión que no se podía interrumpir; sentía que él era el primero en no querer interrumpirla, de todas maneras no conseguiría volver a la única tensión de la lectura, toda recogida e interior. Podía en cambio tratar de que esa tensión externa siguiera, por así decirlo, un curso paralelo a la otra, para no tener que renunciar ni a la señora ni al libra
Como la señora se había sentado apoyando la espalda en un escollo, él se sentó a su lado y le pasó un brazo por los hombros, con el libro sobre las rodillas. Se volvió hacia ella y la besó. Se separaron y volvieron a besarse. Después él bajó la cabeza hacia su libro y reanudó la lectura.
Mientras pudiera, quería seguir adelante con la lectura. Su temor era no poder terminar la novela: el comienzo de una relación de verano podía significar el fin de sus tranquilas horas de soledad, un ritmo completamente diferente que se adueñaba de sus días de vacaciones; y ya se sabe que, cuando uno está completamente enfrascado en la lectura de un libro, si tiene que interrumpirla para reanudarla al cabo de un tiempo, casi todo el gusto se pierde: se olvidan muchos detalles, uno no logra entrar corno antes.

El sol se ponía poco a poco detrás del promontorio cercano, y detrás del siguiente y del siguiente, dejándolos sin colores, a contraluz. De las anfractuosidades del cabo habían desaparecido todos los bañistas. Ahora estaban solos. Amedeo ceñía los hombros de la veraneante con un brazo, leía, la besaba en el cuello y en las orejas —le parecía que a ella le gustaba— y cada tanto, cuando la mujer se giraba, en la boca; después volvía a leer. Quizás esta vez había encontrado el equilibrio ideal: hubiera continuado así durante un centenar de páginas. Pero una vez más fue ella la que quiso cambiar la situación. Empezó a ponerse tiesa, casi a rechazarlo, y entonces dijo:
—Es tarde. Vamos. Yo me visto.

Esta brusca decisión abría perspectivas completamente distintas. Amedeo se quedó un poco desorientado, pero no se detuvo a sopesar el pro y el contra. Habla llegado a un punto culminante del libro y la frase de ella: «Yo me visto», apenas oída, se había traducido en su cabeza en esta otra: «Mientras se viste, tendré tiempo de leer algunas páginas seguidas».
Pero ella:
—Ten en alto la toalla, por favor --le dijo, tuteándolo quizá por primera vez—, que nadie me vea.
La precaución era inútil porque la escollera había quedado desierta, pero Amedeo asintió de buen grado, ya que podía sostener la toalla sentado y leyendo el libro que tenía apoyado en las rodillas.

Al otro lado de la toalla la señora se había soltado el sujetador sin preocuparse de que él la mirase o no. Amedeo no sabía si mirarla fingiendo que leía o si leer fingiendo que la miraba. Las dos cosas le interesaban, pero mirarla le parecía mostrarse demasiado indiscreto, seguir leyendo, demasiado indiferente. La señora no practicaba el sistema habitual de las bañistas que se cambian al aire libre, que consiste en ponerse primero el vestido y después quitarse el bañador por abajo; no: ahora que tenía el pecho desnudo se quitaba también el «slip». Entonces fue cuando por primera vez ella volvió la cara hacia él: y era una cara triste, con un pliegue amargo en la boca, y meneaba la cabeza y lo miraba.

«¡Ya que tiene que suceder, que suceda en seguida!», pensó Amedeo echándose hacia adelante con el libro en la mano, un dedo entre las páginas, pero lo que leyó en aquella mirada —reproche, conmiseración, desaliento, como si quisiera decir: «Estúpido, hagámoslo ya que hay que hacerlo, pero no entiendes nada, corno todos los otros...»—, es decir, lo que no leyó, porque no sabía leer en la mirada, pero advirtió confusamente, le provocó tal arrebato que, al abrazarla y caer junto a ella en la colchoneta, giró apenas la cabeza hacia el libro para comprobar que no acabara en el mar.
Cayó en cambio justo al lado de la colchoneta, abierto, pero habían pasado algunas páginas y Amedeo, aunque siempre en el arrebato de sus abrazos, trató de liberar una mano para poner la señal en la página justa: no hay nada más fastidioso, cuando uno quiere reanudar rápidamente la lectura, que tener que estar allí pasando hojas sin volver a encontrar el hilo.
El entendimiento amoroso era perfecto. Podía tal vez prolongarse más; pero, ¿acaso no había sido todo fulminante en ese encuentro suyo?
Oscurecía. Abajo los escollos se abrían en tobogán, formando una pequeña cala. Ahora ella había bajado y había metido la mitad del cuerpo en el agua.
—Ven tú también, démonos un último baño... —Amedeo, mordiéndose un labio, contaba las páginas que faltaban para el final
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martes, 22 de noviembre de 2011

NOCHE DE LIBRERÍAS

El 10 de diciembre desde las 20.30 hs. la calle Corrientes entre Callao y Talcahuano será escenario de Noche de las Librerías, un evento que es homenaje a las librerías y los libreros de Buenos Aires.

Luego de una apertura oficial en el tradicional Bar La Paz, que contará con la participación del escritor Álvaro Abós y de representantes de la industria, el público podrá participar de distintas actividades culturales, además de recorrer y comprar libros en librerías que atenderán hasta la 1 de la madrugada y ofrecerán precios promocionales.

Como invitada especial estará Graciela Borges.  Habrá charlas, presentaciones de libros y mesas redondas en espacios emblemáticos de la Av. Corrientes en los que participarán reconocidas personalidades de la cultura. La programación también dará lugar al teatro, la narrativa, la poesía, la ilustración y –en el cierre– la música, con conciertos de Darío Jalfín y Soledad Villamil.

Noche de las librerías es organizado por la Dirección General de Industrias Creativas, a través de su programa de apoyo a la industria editorial local Opción Libros.

Noche de Librerías
Miércoles 10 de diciembre, de 20.30 hs. a 1 hs.
Avenida Corrientes, entre Callao y Talcahuano.
Actividad libre y gratuita.
En caso de lluvia, la actividad se traslada al miércoles 17.
Mas información: 4126-2998 /
infoopcionlibros@buenosaires.gov.ar

Programación

20.30 hs.Apertura oficial
Con la participación de Alvaro Abós, Pía Gagliardi  (Cámara Argentina de Publicaciones) y Carlos de Santos (Cámara Argentina del Libro).
Bar La Paz (Av. Corrientes 1593).


21 hs.Buenos Aires literaria: así la vieron…
Un recorrido por la ciudad desde los ojos de sus grandes escritores.
Por Eternautas – Viajes Históricos.
Librería Gandhi Galerna (Av. Corrientes 1743).

Descubriendo el arte desde chicos
Cómo acercar el arte a los niños de manera divertida y estimulante.
Por Silvia Sirkys (Editorial Arte a Babor).
Librería Cúspide (Av. Corrientes 1316).

El libro y las nuevas tecnologías
Por Octavio Kulesz (Editorial Teseo)
Centro Cultural de la Cooperación (Av. Corrientes 1543).

22 hs.Una perspectiva actual de la dramaturgia en Buenos Aires
Con Alejandro Tantanián, Santiago Gobernori y Romina Paula. Coordina: Ignacio Apolo.
Bar La Ópera (Av. Corrientes 1799).

Presentación del libro El nombre del folklore, de Sergio Pujol, sobre la vida de Atahualpa Yupanqui
Participan Mariano del Mazo, Leopoldo Brizuela y José Ceña.
Cierre a cargo del guitarrista Carlos Martínez.   
Librería Zival´s (Av. Callo 395).

Mesa redonda “La narrativa argentina y sus protagonistas”.
Participan Guillermo Martínez; Federico Jeanmaire y Daniel Guebel. Coordina: Cristina Mucci.
Librería Hernández (Corrientes 1436).

22.30 hs.Diálogo del dibujante Liniers con Mex Urtizberea
Librería Losada - Teatro del Nudo (Corrientes 1551).

23 hs.Mesa redonda “La librería, una obra para tres personajes: el autor, el lector, el librero” Participan Pedro Mairal, Silvia Hopenhayn y Ecequiel Leder Kremer.
Bar La Paz (Av. Corrientes 1593).

La poesía que nos gusta
Leen a sus poetas preferidos Bárbara Belloc, Washington Cucurto y Cecilia Pavón. Coordina Santiago Llach.
Bar El Gato Negro (Av. Corrientes 1669).

23.30 hs.Darío Jalfín
Escenario principal (Av. Corrientes y Talcahuano).

24 hs.Show de cierre: Soledad Villamil
Escenario principal (Av. Corrientes y Talcahuano).

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lunes, 21 de noviembre de 2011



Natu Poblet comparte con los oyentes su lectura de Italo Calvino, incluyendo los tres cuentos hasta ahora inéditos en castellano, recién publicados por Siruela bajo el título La Entrada en Guerra. Festival para los amantes de Calvino.

Facebook "Leer es un placer" dirigido por Natu Poblet
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"La aventura de un lector" cuento ITALO CALVINO

Desde las " Ciudades invisibles" hasta "Seis propuestas para el próximo milenio", pasando por "El varón rampante o Ermitaño en París, la obra de Italo Calvino es un tejido monumental que abarca ficción, el ensayo y deliciosas páginas autobiográficas. Escritor fundamental del siglo XX, demuestran el gusto por la aventura, la prosa límpida que capta lo esencial en los detalles y una lucidez melancólica que hace de la observación de lo cotidiano un ejercicio de inteligencia y poesía. Sus numerosos cuentos " La aventura de una bañista", "La aventura de un soldado" , "La aventura de una mujer casada" y otros son un verdadero placer leerlos.

 Italo Calvino       (Italia, 1923-1985)



Escritor italiano. Nacido en Cuba, de padres italianos, Calvino se trasladó a Italia en su juventud. Después de la II Guerra Mundial, durante la que luchó contra los nazis en un grupo de partisanos, se licenció en Literatura y realizó trabajos editoriales. Su primera novela, El sendero de los nidos de araña (1947) era realista. Luego utilizó técnicas alegóricas en novelas como El caballero inexistente o El vizconde demediado (1952-1959). En obras posteriores, como Las cosmicómicas (1965), Tiempo cero ( 1966), Si una noche de invierno un viajero (1979) y Mr Palomar (1983), queda patente la original mezcla de Calvino de fantasía, curiosidad científica y especulación metafísica.
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viernes, 18 de noviembre de 2011

" JUANA MANSO NO ES SOLAMENTE UNA CALLE DE PUERTO MADERO"

18-11-11. Rescatan del olvido a las escritoras del siglo XIX: Gorriti, Mansilla, Manso y muchas más.
Por  Paula Jimenez

A fines de 1880 Juana Manuela Gorriti tuvo un proyecto: convocar a otras mujeres a que le confiaran sus preciados secretos gastronómicos, para integrar con todos ellos un libro guía de la mujer moderna. El libro se llamó Cocina ecléctica , y reunió, alrededor de las recetas, cuentos, diálogos y otros géneros literarios. Fue publicado en 1890. Más de un siglo después, este año, la editora cordobesa Daniela Mc Auliffe, decidió reflotar el recetario en Buena vista (editorialbuenavista.com.ar), su propio sello, y le pidió a la escritora Mariana Docampo que lo prologara. La idea de rescatar este texto interesó a Docampo, quien vio en la iniciativa de Gorriti la fuerza de un espíritu colectivo femenino capaz de buscar caminos alternativos a los propuestos por el “deber ser” de la literatura de la época.  Tiempo después, Cocina ecléctica devino el primer título de “Las antiguas”, una colección de narrativa de autoras del siglo XIX.   “Buscamos reponer una genealogía de escritoras argentinas, publicadas pero desordenadamente. Ver quiénes escribieron y qué –explica Docampo, la directora de la colección–. Nos gustaría publicar la mayor cantidad de textos posibles de manera desjerarquizada, para mostrar el panorama de escritoras del siglo XIX”.
Más de 230 autoras escribieron y publicaron durante la década de 1860. Y este índice fue aumentando considerablemente en los años que siguieron, tanto como para volver innegable la presencia de una literatura decimonónica escrita por mujeres. Sin embargo, en la Argentina, las escritoras parecen haber empezado a producir recién en el siglo XX y, salvo algunos nombres como los de Juana Manso o Juana Manuela Gorriti, la gran mayoría parecen haber quedado invisibilizados. Cuenta Docampo: “En torno a Eduarda Mansilla, por ejemplo, que fue rescatada hace pocos años por la academia, hubo durante mucho tiempo un gran silenciamiento. Sobre porqué pasa esto, hay hipótesis. La mía es que tiene que ver con una cuestión de género. No solo creo que no fueron reeditadas porque son mujeres, sino que también existen maneras “aprobadas” de escritura. Y muchas de estas autoras no las practicaban”.
Según Docampo, lo que conocemos como la literatura de aquellos años parece restringirse a “Mármol, Sarmiento, Echeverría, Lucio Mansilla y poco más”.
Más allá de los nombres hegemónicos, se pueden rastrear caminos alternativos de producción dentro de las letras argentinas: “Todo lo otro que se escribió bajo formas menos prestigiosas de relato, durante mucho tiempo no fue considerado. Pero en un momento como este, en el que a muchos escritores no les vasta la línea literaria tradicional, se necesita ampliar el panorama literario.
El lujo , publicada en 1891, de Lola Larrosa, propone algunas formas vanguardistas: dentro de una historia lineal, de repente, pone una página con una noticia periodística, como si fuera extraída del diario”.
Cada uno de los libros que integran Las antiguas lleva el prólogo de una escritora contemporánea. Docampo cuenta que “las invitamos a que sus palabras sirvieran como presentación para un público no especializado. Por eso también elegimos escritoras mayormente no académicas”. Los títulos de próxima aparición serán Recuerdos de viaje , crónica del primer viaje a Estados Unidos de Eduarda Mansilla con palabras de María Rosa Lojo; Stella , una novela de amor de Emma de la Barra considerada el primer best seller argentino, prologada por Cristina Piña; y Recuerdos de antaño , las memorias de infancia y juventud de Elvira Aldao de Díaz, prologadas por por María Teresa Andruetto. Hasta aquí, además del ya mentado Cocina Ecléctica , han sido publicados: Tierra Natal, crónicas de viajes de Juana Manuela Gorriti, con prólogo de Carolina Esses, Los Misterios del Plata , una novela de Juana Manso, sobre un personaje que vuelve del exilio causado por la tiranía de Rosas, con prólogo de Mercedes Araujo; y El lujo , la historia de una chica del campo deslumbrada por las luces malas del centro, de Lola Larrosa, con prólogo de Vanesa Guerra. “A Guerra, la estructura narrativa de El lujo la hizo pensar en los relatos orales de su propia abuela. Sin duda, se trata de otras formas de circulación de lo literario”, cierra Docampo.
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jueves, 17 de noviembre de 2011

"Nuevos concursos de cuento y poesía "

La Fundación Victoria Ocampo informa que se encuentra abierta la inscripción a sus dos concursos literarios anuales, dedicados al cuento y la poesía respectivamente

El 8° concurso de Cuentos "Nelly Arrieta de Blaquier" invita a participar enviando originales inéditos. El jurado está integrado por Jorge Cruz, Marcelo Gioffré y María Esther Vázquez.

El 4º concurso de Poesía "Alejandro Guillermo Roemmers" cuenta con un jurado integrado por Edna Pozzi, Horacio Armani, Antonio Requeni y Alejandro Guillermo Roemmers.

La recepción de originales para ambos certámenes está abierta hasta el 31 de enero de 2012.

Más información:

Sarmiento 1562. Mesa de entradas, de 9 a 19.

Teléfonos: 4382 6034 o 4804 1344.

fundacion@victoriaocampo.com
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"Con la tecnología estamos ganando lectores de libros"

 
NATU POBLET. PASION. HIJA Y NIETA DE LIBREROS, MANEJA “CLASICA Y MODERNA”.
17/11/11 - 02:07
Dice que a su local llegan con tablets o netbooks y se van con libros. Y que para leer se permiten todas las libertades.


Será tarea de la ciencia averiguar si el placer se hereda. Frente al ventanal de Clásica y Moderna Natu Poblet cuenta cómo se aprende (y de contar Natu sabe, y mucho). Nieta e hija de libreros, nació mientras sus padres terminaban de poner a punto el mítico local de Callao 892, inaugurado el 25 de Mayo de 1938. “Vivían acá”, confirma.
En aquella época Callao era una calle residencial y sin locales. “En el ‘43 nos mudamos a Callao y Lavalle, arriba de otra librería y papelería de mi papá. Podría decir que los Poblet siempre estuvimos sobre Callao y nunca cruzamos Corrientes ni Santa Fe”, sigue. Padre y abuelo, porque ella tuvo un período “de rebeldía” en Belgrano cuando se recibió de arquitecta. Ejerció durante 17 años hasta que a principios de los años ‘80 volvió para hacerse cargo junto a su hermano del negocio familiar. “Y me mudé al lado”, resume.
Hasta 1988, ese lugar que ahora además es café, restaurante, galería de arte, sala de espectáculos y sede de charlas era “sólo” una de las librerías emblemáticas de la Ciudad. Hoy integra las listas de bares y librerías notables y fue declarado Sitio de Interés Cultural.
“Crecer con tanto libro alrededor es un privilegio del que te das cuenta después. De chica me contaban cuentos, algo fundamental en la vida de alguien que se convierte en lector. En los comienzos como lectora aparece la colección Robin Hood. Alrededor de los 20 años me di cuenta de que a los 10 había leído Twain, Dickens, Stevenson”, enumera. La lectura fue ganando espacio y llegó a reemplazar cine, teatro y recitales. “Entre salir y un libro de esos que te dejan todo el domingo sin moverte...”, compara.
Natu lee, disfruta y difunde, con especial interés por las jóvenes promesas y los consagrados del siglo XX. Lo hace a través de su programa “Leer es un placer” (con Carlos Clerici y la participación de autores, editores y libreros) que se puede escuchar en www.leer-esunplacer.com.ar. Y en las pizarras en las que, cual menú semanal, apunta sus recomendados. ¿Con qué nos deleita hoy? Los puntos ciegos de Emilia (Cristina Feijóo), Nada es crucial (Pablo Gutiérrez), El ruido de las cosas al caer (Juan Gabriel Vásquez) y Al pie de la letra (Alvaro Abós).
Eso sí: que nadie le pida libros de verano. “No hay libros ‘de vacaciones’, por favor. Digamos que se dividen en el light, para despejarse, o el que estuviste empollando todo el año porque no tuviste tiempo de leer”, define.
¿Vale subrayar, saltear páginas, adelantar el final?
Me permito todas las libertades. Y las pregono. Cito Como una novela, un libro maravilloso en el que Daniel Pennac escribe el decálogo del lector. Entre otras cosas dice que el verbo leer nunca debe conjugarse en imperativo, como amar y soñar.
Siempre lleva un libro en la cartera y de los que le gustan “muchísimo” puede recordar dónde y en qué momento los leyó. “La Conjura de los Necios (John Kennedy Toole) antes de 1994, en horario de siesta en un hotel de San Nicolás, tirada en la cama y me reventaba de risa. Patrimonio (Philip Roth), hace unos cuatro años, un domingo a la tarde en un sillón muy cómodo de mi casa con una copita de vodka. Me reía y lloraba al mismo tiempo”.
Aunque prefiere el papel, dice que se lleva bien con la tecnología. “Estoy en Facebook, Twitter y ahora viendo qué pasa con el QR. El tema de los e-books y los derechos tiene un trasfondo económico y el desafío de los editores es aggiornarse, pero no es la muerte del libro, al contrario. Estamos ganando un caudal inesperado de lectores, tiene que ver con el consumismo y lo veo acá. Todos vienen con su BlackBerry, netbook, tablet. Van a encontrar los libros ahí y los van a leer”. Porque es un placer, claro.

Librería Clásica y Moderna
Premio Konex 2004: Letras / Mención Especial


Fundada el 01/12/1938 por Francisco Poblet, proveniente de una familia de libreros españoles, y su esposa Rosa Ferreiro. Instalada en Callao 892 hasta la fecha, se especializó en humanidades y para la década de 1950 era un punto de encuentro para los escritores vernáculos. A la muerte de Poblet en 1980, lo sucedieron en el negocio sus hijos Paco y Natu Poblet, quienes organizaron allí, en plena dictadura militar, presentaciones de libros y cursos con Horacio Verbitsky (PK), José Pablo Feinmann (PK), Juan José Sebreli (PK), Abelardo Castillo (PK) y Liliana Hecker (PK) entre otros. El 25/05/88 se reinaugura con un nuevo formato que incluía bar-restaurant, un sector para muestras de artes visuales y un café concert. Ese mismo año la Legislatura de la Ciudad la distingue como Sitio de Interés Cultural. Numerosos artistas actuaron y expusieron allí. En 1999, la Comisión de Patrimonio de la CABA lo declaró Bar y Librería Notable. Ese año, tras la muerte de su hermano, Natu se asocia con el empresario gastronómico Horacio Haran y siguió adelante con el local, nombrado Empresa PyME del 2006 por la CECRA
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martes, 15 de noviembre de 2011

" MUJERES TENIAN QUE SER : DESDE LOS ORIGENES HASTA 1930 "

HISTORIA DE NUESTRAS DESOBEDIENTES INCORRECTAS REBELDES Y LUCHADORAS

Autor PIGNA FELIPE
Editorial PLANETA

Hace más de dos siglos, Charles Fourier aseguraba que "los progresos sociales y cambios de época se operan en proporción al progreso de las mujeres hacia la libertad". La historia argentina, desde la conquista española hasta la actualidad, corrobora a diario la afirmación del socialista utópico francés.
Las mujeres representan hoy "la mitad más uno" de la sociedad argentina, pero han cargado y cargan con buena parte del peso de la historia del país. Como protagonistas en todos los aspectos construyeron su identidad a través del trabajo, la cultura, tos debates, las luchas políticas y sociales, la vida familiar, barrial y colectiva. Un papel que, por lo general, suele negarse o limitarse a la mención de unas pocas figuras a la hora de escribir la historia, en la medida en que estas mujeres se hayan destacado en tareas, roles, profesiones u oficios definidos como "masculinos".
Esta nueva obra de Felipe Pigna recorre el protagonismo de las mujeres en la historia argentina, desde las pobladoras originarias y su resistencia a la conquista europea hasta quienes obtuvieron las primeras victorias en su larga lucha por la igualdad. Describe su vida cotidiana, las condiciones legales, sociales y culturales en que la llevaban adelante, y la participación femenina en los procesos históricos, políticos y económicos, siempre mucho más destacada de lo que en general se ha difundido. Este valioso libro ilumina a las mujeres que diariamente cargaban sobre sus espaldas el peso de la historia, las que rompían los moldes que se les pretendían imponer, lo que se dijo de ellas y lo que ellas dijeron de sí mismas y del país y del mundo que contribuyeron a construir
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" FELIPE PIGNA en ESTA NOCHE LIBROS "

Como todos los  viernes el periodista Gerardo Rozín  en su programa " Esta Noche Libros" C5N recibió en esta oportunidad a Felipe Pigna, la consigna fue  "Guía de libros sobre Próceres ".
A través del interesante y ameno encuentro fueron presentados los siguientes libros a elección y opinión del conocido historiador.

-"Argentina 1516-1987" autor David Rock,  gran historiador inglés que trabajó muy bien la Historia Argentina, debidamente documentada. Su escritura es clara y accesible. Ideal para empezar. Muy completa.

-"La Argentina" autor H.S Ferns, Edit Sudamericana, un nivel de análisis interesante. Muy bueno.

-"Los que escribieron nuestra historia", autor Miguel Angel Scenna. Edic. La Bastilla. Gran reseña de los principales protagonistas de nuestra historia, que reseña para conocer parte de la historia.

-"Vida y Muerte de la República verdadera.1910-1930", autor Tulio Halperin Donghi, historiador argentino vivo que tenemos..Claves como se formaron las clases económicas en la Argentina y la construcción política comprendida en los años mencionados.

- "La era de Mitre" autor M Peña. un trabajo documental muy bueno.

-"Rozas" autor Lucio Mansilla, serie testimonial . Ensayo histórico Psicológico.

Por último en medio de la conversación del periodista e historiador, riquísima en contenidos , conocimientos y orientación, recomendó "Relatos de Mansilla" Siete platos de Arroz con leche.

Me pareció de suma importancia trasmitir a los seguidores de Un rincón de libros, las sugerencias que nos deja Pigna, con la salvedad que algunos de los libros puede no conseguirse fácilmente, pero se encuentran. Es mi deseo que les sea de utilidad .

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lunes, 14 de noviembre de 2011

"Sherlock Holmes vuelve después de 81 años con nuevo autor"

El famoso detective regresa con un nuevo caso a las librerías británicas, en la primera secuela oficial en 81 años, escrita por Anthony Horowitz.

La publicación The House of Silk?es todo un acontecimiento literario, ya que es la primera vez, desde la muerte en 1930 de Arthur Conan Doyle, el creador de este popular detective, que la fundación que gestiona sus derechos da el visto bueno a una secuela sobre su personaje.

Los editores, que han subtitulado el libro como ?la nueva novela de Sherlock Holmes, encargaron al guionista y escritor de literatura infantil Anthony Horowitz el reto de resucitar al infalible detective.

La novela transcurre en 1890, un año después de la muerte del detective, y en su inseparable doctor Watson, ahora envejecido y solo, que relata en primera persona una de las primeras aventuras que vivieron juntos.

Sus editores aseguran que el libro tiene ?toda la calidad del original, pero con un ritmo y una sensibilidad más moderna.
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domingo, 13 de noviembre de 2011

"José Saramago, camino al Oscar "

La película que relata dos años en la vida del Premio Nobel de Literatura portugués, fue seleccionada para representar al país en los Premios de la Academia. Intentará entrar en la terna de mejor filme de habla no inglesa o mejor documental.

El documental José y Pilar, sobre la vida del fallecido nobel portugués José Saramago y su esposa, la periodista española Pilar del Río,se presentó en Nueva York como parte de su carrera para ser nominada a mejor película extranjera en la próxima edición de los Premios Oscar.

"La película es novedosa en la forma de contar la historia, y a la vez es muy humana y universal, tiene toda la legitimidad para ser nominada e incluso para ganar", dijo ante la prensa su director, el portugués Miguel Gonçalves Mendes, sobre las posibilidades de la obra que dirigió.

José y Pilar, para la que se grabaron más de 200 horas de metraje, retrata la vida profesional y personal de la pareja desde comienzos de 2006 hasta finales de 2008, durante el proceso creativo, la elaboración y el lanzamiento de la novela El viaje del elefante.

"La película deshace algunos tópicos sobre la vida del escritor", valoró, por su parte, Pilar del Río, que también participó en la presentación. "No es la vida de glamour que muchos se creen que llevan, los espectadores se dan cuenta de la presión que hay", añadió.

Precisamente fue la vocación de cambiar la imagen que se tiene del escritor lo que llevó a Gonçalves a dirigir la cinta, con la que tenía la intención de "hacer un retrato intimista del autor".

"A Saramago a veces se lo ve como a alguien muy serio y yo no entendía cómo alguien que coloca ese grado de humanidad en sus personajes podía ser el que algunos decían que era", explicó el cineasta.

La película fue elegida por el Instituto Cinematográfico y Audiovisual luso para representar en los Oscar a Portugal, un país donde la cinta fue vista por 30.000 espectadores, mientras que 40.000 lo han hecho en Brasil, según dijo su director.

La cinta ya tiene distribuidora en los Estados Unidos y está previsto que se estrene en abril en este país, pero todavía tiene que ser seleccionada por la academia norteamericana para competir por la codiciada estatuilla, ya sea en la categoría de mejor película de habla no inglesa o a mejor documental.

A pesar de que representa a Portugal, en la producción de la película participa España, donde se rodó buena parte del metraje, ya que Saramago vivió durante muchos años en ese país.

Fue el carácter español lo que le hizo "aflojar el gesto a Saramago, ya que él era muy serio", dijo su viuda durante la conferencia de prensa en el Instituto Cervantes.

La ciudad de Granada o la isla de Lanzarote, donde el escritor y su mujer vivían desde 1993 y donde el autor de La caverna murió el 18 de junio de 2010, son algunos de los escenarios españoles que aparecen, aunque también se siguen los pasos de Saramago y su esposa por Argentina o México.
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