"PARA MI ESPOSA EL DIA DE SU CUMPLEAÑOS "
Por. Israel Díaz Rodríguez
Nunca como hoy, me había detenido a recordar aquella primera vez que te ví, ¿será porque has llegado a la cumbre de los setena años?
No podría explicarlo, en todo caso repito las palabras del poeta enamorado: “pasabas arrolladora en tu hermosura y el paso te dejé, lo que sentí, no se que fue. Lo que si sé, es que algo en mi oído murmuró: “ESA ES”.
Desde ese instante, mi corazón se llenó de ilusión, de esperanza, de alegría, caí en una especie de embriaguez divina.
¿Acaso podemos olvidar aquel inesperado y furtivo beso que te di a bordo del “David Arango” en el preciso instante en que el barco soltaba sus amarras para enrumbar su proa hacia la ciudad de tu morada?
En la medida que la nave se alejaba, así crecía en mi corazón el deseo de volverte a ver y pensé que algún día, podrían nuestras almas confundirse en una sola, era un sueño, y en los días siguientes a tu partida, no hice otra cosa que añorarte.
Luego, vinieron días de angustia, de incertidumbre porque me sobrevino un complejo provinciano – ¿por que negarlo? – en noches de vigilia, pensaba que aquella mujer, criatura angelical educada en el extranjero, viviendo en una ciudad en donde se movía dentro de las elites sociales, bella y atractiva, hermosa, de una simpatía sin par, ya tendría un novio.
No me atrevía a darle rienda suelta al sentimiento y mandato de mi corazón, temía equivocarme, me sentí incapaz de establecer una lucha en donde eran muy pocas las probabilidades de ganar.
Afortunadamente, estaba equivocado, el destino ya lo tenía marcado, se había encargado de hacer la reserva del uno para el otro.
Nació y creció el idilio que nos llevó un 28 de enero, a arrodillarnos ante el altar de nuestra iglesia parroquial donde el padre bendijo nuestra unión matrimonial.
Fieles a sus palabras, nos juramos amor eterno, compromiso de vivir el uno para el otro hasta el final de nuestros días y constituir un hogar y formalizar una familia.
Tenías tú, veintitrés años, tu belleza se irradiaba en la frescura de tu rostro, en el brillo de tus ojos, en tu sonrisa permanente, en tu contagiosa simpatía.
Cuarenta y cinco años de vida matrimonial, juntos le hemos hecho frente a los embates de la vida, viendo nacer, crecer y educarse nuestros hijos que con nuestros nietos, nos colman de amor, felicidad y alegría.
Hoy 7 de Octubre de 2007, has llegado a la cumbre de los setenta años, te veo y para mí, en nada has cambiado, sigues siendo la misma mujer bella que me embrujó aquel día feliz en que tuve la buena fortuna de mirarte a través de los cristales de tu auto.
Ese adorno interior que son tus dones y virtudes, no se ha alterado, ni siquiera marchitado, permanece intacto, antes bien cada día rejuvenece.
¿Sabes por que no has envejecido? Porque tu espíritu no le da cabida a sentimientos negativos, no conoces el rencor ni la envidia ni el odio y tu alma está plena de ternura.¿Y sabes además? Cuando te contemplo “dormida, en el murmullo de tu aliento acompasado y tenue, escucho un poema que solo mi alma enamorada entiende”.
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