Editorial: Caballo de Troya
Año publicación: 2012
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"Sin ti me moriría" ¿es una frase retórica? Decir: «Te quiero más que a mi vida» ¿compromete a quien lo dice? Esta es la historia de una emergencia médica ocurrida a una escritora chilena fuera de su país. Es la historia de un derrame, primero en un ojo y después en el otro. Es, entonces, la historia de una ceguera vivida entre Santiago y Nueva York y por extensión una exploración subjetiva de lo que cada uno de esos lugares significa para la protagonista. Nueva York aparece como el lugar del inicio y acaso del final de una enfermedad, el sitio de las operaciones y de una recuperación incierta. Una historia en donde el presente se deja invadir por el pasado y por, lo más terrible, por un futuro incierto. Pero es también y sobre todo la historia de la extraña relación amorosa que surge en esa situación límite y la pregunta sobre la incondicionalidad de eso que llamamos amor. Una novela en la que el amor se hace pregunta y el lector o lectora debe arriesgarse a dar respuesta.
La escritora Lina Meruane
Foto: Mariana Garay
¿Qué tiene esta novela que ha entusiasmado a la crítica y a los editores al punto de publicarla en forma simultánea en España, Argentina y Chile? Lucina, una chilena avecindada en Nueva York, queda repentinamente ciega. Lucina es escritora y firma sus libros con el seudónimo de Lina Meruane, pero Lina Meruane no es el personaje de una novela, sino una escritora chilena de carne y hueso que vive en Nueva York y ha publicado cinco novelas. La última de ellas se titula Sangre en el ojo y narra el tortuoso viaje de una escritora que repentinamente queda ciega y que tiene miedo, mucho miedo de perder a su pareja, de perder la visión para siempre y para siempre quedarse en el lado oscuro de la vida y de las personas que la rodean.
P: Un lector generalmente se hace la pregunta sobre cuánta ficción y cuánta invención hay en un libro. En Sangre en el ojo te dedicas a jugar con ese límite difuso entre la biografía y la ficción. ¿Cómo se te ocurrió hacer eso?
R: Pienso ahora, retrospectivamente, que siempre me he movido por esa frontera, porque mi escritura profesional fue el periodismo, mientras mi escritura personal era la ficción. A propósito de una experiencia límite vivida hace una década me propuse desandar el camino y hacer algo distinto, torcerme la mano y ver qué pasaba con escribir desde un género que no había pensado nunca ensayar: el de la memoria. Y aunque no soy una lectura asidua de memorias ajenas, sí tenía como modelo dos libros de enfermedad que me impactaron en su momento: Esa Visible Oscuridad, de William Styron, el relato de la severa depresión que sufrió el escritor, y La Campana de Cristal, de Sylvia Plath, que narra la depresión de esta poeta durante varios intentos de suicidio. Me interesaba la intensidad de esos relatos, y la pregunta fue como construir desde la realidad, que suele ser tan plana, un texto muy tenso e intenso.
P: Tú eres al mismo tiempo el personaje principal del libro y la autora del libro, ¿cómo concilias ambas cosas?
Yo me pienso como la autora del libro, no como el personaje. La protagonista de la novela se llama Lucina y usa como nombre literario el de Lina Meruane. Yo tengo un solo nombre: Lina Meruane, por más que a alguna gente pueda sonarle a seudónimo. No se trata de un mero juego de palabras al interior del texto, sino de una clave, o, si quieres, de una alerta al lector: la Lina Meruane del relato es pero además no es la Lina Meruane que firma el texto. Todo texto es una construcción y yo quería avanzar en la idea de que llame como se llame el personaje, la identidad real del autor siempre se oculta y se muestra. Aunque me propuse escribir una memoria, a medio camino vislumbré que iba a ser incapaz de ser fiel a los hechos, que el texto estaba vivo y se iba deslizando, desbordando, conduciéndonos, al lector posible y sobre todo a mí, por un laberinto a oscuras donde no hay señales de esta posible bifurcación.
P: En Sangre en el ojo, como en anteriores novelas tuyas, tratas el tema de la enfermedad y del mal o la perversión. ¿Qué te atrae de estos temas?
He abordado este tema en mis libros de ficción pero también en el libro de ensayos que viene en camino, Viajes Virales (Fondo de Cultura Económica), donde trabajé el impacto del sida en la literatura contemporánea… El cruce entre la enfermedad y la sexualidad como problemas me importan, me parece que ahí, en el cuerpo enfermo (el cuerpo no sano) o el cuerpo visto como enfermo (el cuerpo resexualizado), se calibra y se entiende nuestra sociedad actual. Toda escritura es, pienso, una investigación y una reflexión sobre la contingencia, y toda contingencia es concreta, no abstracta, está atravesada por lo que le ocurre a los cuerpos, lo que se le hace a los cuerpos de los ciudadanos.
P: Tus personajes siempre descubren que son menos blancos de lo que pensaron y que alrededor de ellos sus afectos son también bastante más oscuros. A pesar que vives fuera de Chile hace muchos años, ¿hay algo chileno en esa forma de mirar?
R: Creo que no, que cada escritor no se representa más que a sí mismo, o apenas una parte de sí mismo, apenas una manera de pensar el mundo en ese momento. Volviendo a esa oscuridad que tú ves en mi escritura, lo que mas bien pienso es que haber salido me dio otro ángulo para pensar Chile, un ángulo que yo no tenía y que adquirí al mirar y comparar lo chileno desde lejos.
P: Me contabas que aquí todos te dicen, ¡ay!, ¡qué bien vivir en Nueva York!¿Cuánto te ha costado siendo mujer, escritora, académica, vivir en una sociedad como la neoyorquina y qué placeres has encontrado?
Pienso que en Chile la idea de Nueva York está demasiado idealizada, hay una imagen cinematográfica, glamorizada. Es cierto que ofrece mucho a nivel cultural y artístico, porque aquí convergen muchas gentes, ideas y obras extraordinarias pero a veces también patéticas. En la medida de mis posibilidades (parte de esta oferta resulta económicamente imposible, y tampoco dispongo de tanto tiempo, porque hay que ganarse la vida con el sudor de la frente, y acá se suda bastante), aprovecho esa oferta lo más que puedo porque enriquece mi forma de pensar y mi escritura. Por supuesto, he tenido experiencias felices y difíciles acá, como escritora desconocida y estudiante de bajo presupuesto cuando llegué, y como escritora y académica ahora. Pero esta ciudad, por ser moderna, es una ciudad vieja, desvencijada y muy compleja, llena realidades contrastantes y superpuestas, donde se experimentan contrastes y extremos que nunca vi en Chile. Aquí conviven las fortunas más obscenas y ciegas con una pobreza y una miseria que está más allá de la cuestión económica. Mucha gente es despedida de la ciudad porque ya no puede pagar su techo, para muchos la atención sanitaria es muy pero muy deficitaria. Hay homeless y enfermos mentales abandonados a su suerte que viven en las calles, en los parques y en el metro, en estado de alienación, y uno viaja con ellos a diario. Para mí es un cable a tierra porque me recuerda que estos son algunos de los efectos del capitalismo y ese cable a tierra es un sensor con el que yo trabajo.
P: Un lector generalmente se hace la pregunta sobre cuánta ficción y cuánta invención hay en un libro. En Sangre en el ojo te dedicas a jugar con ese límite difuso entre la biografía y la ficción. ¿Cómo se te ocurrió hacer eso?
R: Pienso ahora, retrospectivamente, que siempre me he movido por esa frontera, porque mi escritura profesional fue el periodismo, mientras mi escritura personal era la ficción. A propósito de una experiencia límite vivida hace una década me propuse desandar el camino y hacer algo distinto, torcerme la mano y ver qué pasaba con escribir desde un género que no había pensado nunca ensayar: el de la memoria. Y aunque no soy una lectura asidua de memorias ajenas, sí tenía como modelo dos libros de enfermedad que me impactaron en su momento: Esa Visible Oscuridad, de William Styron, el relato de la severa depresión que sufrió el escritor, y La Campana de Cristal, de Sylvia Plath, que narra la depresión de esta poeta durante varios intentos de suicidio. Me interesaba la intensidad de esos relatos, y la pregunta fue como construir desde la realidad, que suele ser tan plana, un texto muy tenso e intenso.
P: Tú eres al mismo tiempo el personaje principal del libro y la autora del libro, ¿cómo concilias ambas cosas?
Yo me pienso como la autora del libro, no como el personaje. La protagonista de la novela se llama Lucina y usa como nombre literario el de Lina Meruane. Yo tengo un solo nombre: Lina Meruane, por más que a alguna gente pueda sonarle a seudónimo. No se trata de un mero juego de palabras al interior del texto, sino de una clave, o, si quieres, de una alerta al lector: la Lina Meruane del relato es pero además no es la Lina Meruane que firma el texto. Todo texto es una construcción y yo quería avanzar en la idea de que llame como se llame el personaje, la identidad real del autor siempre se oculta y se muestra. Aunque me propuse escribir una memoria, a medio camino vislumbré que iba a ser incapaz de ser fiel a los hechos, que el texto estaba vivo y se iba deslizando, desbordando, conduciéndonos, al lector posible y sobre todo a mí, por un laberinto a oscuras donde no hay señales de esta posible bifurcación.
P: En Sangre en el ojo, como en anteriores novelas tuyas, tratas el tema de la enfermedad y del mal o la perversión. ¿Qué te atrae de estos temas?
He abordado este tema en mis libros de ficción pero también en el libro de ensayos que viene en camino, Viajes Virales (Fondo de Cultura Económica), donde trabajé el impacto del sida en la literatura contemporánea… El cruce entre la enfermedad y la sexualidad como problemas me importan, me parece que ahí, en el cuerpo enfermo (el cuerpo no sano) o el cuerpo visto como enfermo (el cuerpo resexualizado), se calibra y se entiende nuestra sociedad actual. Toda escritura es, pienso, una investigación y una reflexión sobre la contingencia, y toda contingencia es concreta, no abstracta, está atravesada por lo que le ocurre a los cuerpos, lo que se le hace a los cuerpos de los ciudadanos.
P: Tus personajes siempre descubren que son menos blancos de lo que pensaron y que alrededor de ellos sus afectos son también bastante más oscuros. A pesar que vives fuera de Chile hace muchos años, ¿hay algo chileno en esa forma de mirar?
R: Creo que no, que cada escritor no se representa más que a sí mismo, o apenas una parte de sí mismo, apenas una manera de pensar el mundo en ese momento. Volviendo a esa oscuridad que tú ves en mi escritura, lo que mas bien pienso es que haber salido me dio otro ángulo para pensar Chile, un ángulo que yo no tenía y que adquirí al mirar y comparar lo chileno desde lejos.
P: Me contabas que aquí todos te dicen, ¡ay!, ¡qué bien vivir en Nueva York!¿Cuánto te ha costado siendo mujer, escritora, académica, vivir en una sociedad como la neoyorquina y qué placeres has encontrado?
Pienso que en Chile la idea de Nueva York está demasiado idealizada, hay una imagen cinematográfica, glamorizada. Es cierto que ofrece mucho a nivel cultural y artístico, porque aquí convergen muchas gentes, ideas y obras extraordinarias pero a veces también patéticas. En la medida de mis posibilidades (parte de esta oferta resulta económicamente imposible, y tampoco dispongo de tanto tiempo, porque hay que ganarse la vida con el sudor de la frente, y acá se suda bastante), aprovecho esa oferta lo más que puedo porque enriquece mi forma de pensar y mi escritura. Por supuesto, he tenido experiencias felices y difíciles acá, como escritora desconocida y estudiante de bajo presupuesto cuando llegué, y como escritora y académica ahora. Pero esta ciudad, por ser moderna, es una ciudad vieja, desvencijada y muy compleja, llena realidades contrastantes y superpuestas, donde se experimentan contrastes y extremos que nunca vi en Chile. Aquí conviven las fortunas más obscenas y ciegas con una pobreza y una miseria que está más allá de la cuestión económica. Mucha gente es despedida de la ciudad porque ya no puede pagar su techo, para muchos la atención sanitaria es muy pero muy deficitaria. Hay homeless y enfermos mentales abandonados a su suerte que viven en las calles, en los parques y en el metro, en estado de alienación, y uno viaja con ellos a diario. Para mí es un cable a tierra porque me recuerda que estos son algunos de los efectos del capitalismo y ese cable a tierra es un sensor con el que yo trabajo.
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