Por Julián López
28/01/13
Pocos saben que La noche estrellada o Los girasoles, los cuadros más famosos de una obra en su tiempo incomprendida, tenían el destino marcado: perderse en un desván sombrío de París. Pocos saben que la enorme obra del pintor postimpresionista, que transitó todos los estilos pero se hizo famoso por mutilarse el lóbulo de la oreja izquierda, pudo perderse. Que la pintura de Vincent Van Gogh viera la luz a comienzos del Siglo XX es gracias a otra obra monumental: la pasión y el compromiso de una joven que vislumbró, contra los pronósticos, el inmenso valor pictórico y cultural que legó el hermano de su marido Théo. Quien investigó estos misterios es Camilo Sánchez, periodista y poeta que acaba de publicar La viuda de los Van Gogh (Edhasa), una novela que en febrero tendrá su segunda impresión y cuenta la historia desconocida de Johanna Van Gogh Borger, cuñada del pintor holandés y responsable final de dar a conocer su obra al mundo.
- ¿Cómo supiste de Johanna?
- Por un documental de la BBC sobre Van Gogh, en el que decían que había sido la depositaria de su obra. Aparece una foto de ella, con un bebé en brazos y rodeada de los cuadros de Vincent. A los 28 años Johanna se queda con un gran legado de la humanidad: la pintura y la correspondencia entre los hermanos, ese libro de inmenso valor literario que publicó 25 años después de la muerte de Vincent y Théo.
–Una mujer decidida.
–Desde que empecé a investigar, la historia de Johanna me llevó por delante. Tiene una relación propia con los cuadros de Vincent; acompaña durante seis meses la agonía de su marido, atiende a su bebé, simpatiza con el feminismo, es investigadora del poeta Percy Shelley en el Museo Británico y, tras la muerte de Théo, se va a vivir sola y monta una casa en las afueras porque vislumbra la ley del descanso dominical por la que se estaba luchando. Un lugar para recibir a los trabajadores que no sabían qué hacer ni dónde ir a pasear: aprendían el ocio.
–Deslumbrante…
–Sí, una historia muy rica. Tras la muerte de Théo y con un bebé de ocho meses se contacta con las cartas. Eso lo emparento con mi historia, con el placer más lindo que me dio este libro, porque
para mí también Van Gogh fue antes un escritor que un pintor
. A los 15 años yo era pura lectura y pude conocer a este artista increíble. Eso puede leerse, sólo hay que asomarse al libro: hay cartas de gran riqueza literaria que Vincent le escribe a su hermano a los 22 años, mucho antes de empezar a pintar. Van Gogh también tenía un evidente destino literario.
–Pero Johanna es la primera que expone sus cuadros.
–Sí, una exposición modesta con mucho esfuerzo, apenas 15 dibujos en La Haya, una especie de justicia poética porque Vincent empieza a dibujar en esa ciudad, de la que lo echan de las escuelas de arte porque dibujaba mal. Pero hay un misterio ahí: ¿qué convalida a un artista?; porque Van Gogh nada más vendió dos cuadros en vida y a los dos años de su muerte ya está en el panorama de Ámsterdam. ¿Cómo hizo esta mujer para organizar seis muestras en sólo nueve meses?
–¿Por qué creés que ella vislumbró, antes que los críticos y especialistas, el valor de la obra de Van Gogh?
–Porque leyó las cartas. Y porque era la única que podía hacerse cargo.
Los que quedaban de la familia Van Gogh no lo valoraban
y creo que el gran error de Vincent fue dejarle todo a su hermano, que estaba en el mismo círculo de fuego que él. Pero
Johanna leyó las cartas y se dio cuenta de que ahí había un corpus teórico impresionante
.
-En tu novela ella parece enamorada de los dos...
-Ella lo dice; busca en las cartas saber quién había sido su marido porque nota que el vínculo pasional había sido entre ellos: Théo muere seis meses después del suicidio de Vincent y Johanna asume el lugar de intrusa, los pone en otro lugar de la historia y se da el lujo de enterrarlos juntos.
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