martes, 16 de octubre de 2012

" CARTA DE AMOR DE UN INMIGRANTE"

CUENTO CORTO DE OSCAR LUIS TABBITA . 9 de Julio (Prov de Bs As)



Año 1908, ciudad 9 de Julio. Luigi ordena cuidadosamente sus cosas. Por fin llegó a su

destino y mañana mismo comenzará a trabajar en la mansión del escribano, con suerte

no tendrá que limpiar los establos y quizá ayude al mayordomo en la casa, al menos eso

fue lo que dijo su primo Domenico que le había dicho su tío que es amigo de don

Francisco, que es el mayordomo.

Con mucho cuidado, lentamente, acomoda en el viejo baúl, abierto en el rincón a modo

de ropero, sus pertenencias, unas pocas prendas de vestir, todo lo que le ha quedado de

su largo viaje desde su amada Sicilia. Las ropas, humildes, limpias, emanan un tenue

perfume a flores de la campiña, proveniente de los pétalos secos, que su madre,

tiernamente, había depositado dentro de su valija al despedirse, junto a un rosario, un

escapulario y varias estampitas religiosas; el resto: besos, abrazos, recomendaciones y

lágrimas, no estaban en la valija, los traía en el corazón. El suave perfume despertó esos

recuerdos que trataba de evitar, pero no pudo contenerlos, tampoco las lágrimas que

brotaron tímidamente de sus ojos cansados. Él, como tantos otros inmigrantes, había

creído que hacer la América sería fácil, que no produciría dolor.

Por un tiempo compartiría el sombrío cuarto de la pensión con el primo Domenico, el

peluquero, que había llegado desde Italia hacía ya como 7 u 8 años, y sería su guía e

intérprete.

La primera vez que vio a María de las Mercedes, la hija del escribano, quedó

conmovido por su belleza y, viéndola 3 ó 4 veces por día, al poco tiempo su admiración

se convirtió en profundo y hasta doloroso amor. Solía verla bajar las escaleras o se

cruzaba con ella, mientras hacía sus tareas cotidianas, e impotente por no saber hablar el

castellano, sólo atinaba a balbucear un tímido buenodía y quedaba temblando de

emoción. Subido a una débil escalera, sacando brillo al ornamentado bronce de la gran

araña central que con sus 25 luces convertía en las noches, la gran sala, en radiante día,

la vio pasar, como deslizándose, y dirigirse hacia el gran piano de cola, en la sala

contigua. Con sus delicadas manos de marfil, la joven ejecutó un vals y Luigi soñó que

la tomaba de la cintura y bailaban y no existía nadie más que ellos dos, y entonces cayó,

cayó en la cuenta y cayó al suelo y despertó dolorosamente de su ensueño de amor y

comprendió que estaba realmente enamorado.

Entonces, un buen día decidió que era hora de declararle su amor y habló con su primo,

para que él, mucho más experimentado, le escribiera una carta en castellano haciéndole

saber cuanto la amaba y rogándole ser correspondido. Así las cosas, el siguiente

sábado, una soleada tarde de primavera, en un sombrío cuarto de una pensión sombría,

en los alrededores del centro del pueblo, Luigi dictaba en italiano y Domenico escribía

en castellano:

Señorita María de las Mercedes, yo soy Luigi, el ayudante del mayordomo, y le aseguro

que a nadie he amado como la amo a usted y que cada vez que la veo me duele el

corazón de los golpes que me da, y que es usted hermosa, aún cuando no se ha puesto

coloretes en las mejillas y que cuando sus ojos, negros como su pelo, me miran, me

siento mareado y sueño despierto, sueño que están cerca de los míos y que yo la beso y

que usted me acepta y que su perfume me acelera el corazón y todo eso porque la quiero

y yo quisiera saber si usted me permitiría que yo le diga a su padre que la amo y que me

quiero casar con usted, no me conteste enseguida,piénselo, piénselo bien y cuando usted decida yo seré su fiel enamorado.
 

En ese momento, Domenico arrojó la lapicera sobre la mesa y disimulando una burlona

sonrisa, simuló una gran emoción y dijo -Listo Luigi, es increíble la inspiración que

tenes cuando estás enamorado, ahora firma con tu nombre y se la llevas esta noche, yo

acá abajo le pongo que se la entregas en propias manos para que no dude de tu

sinceridad-. Cuando Luigi así lo hizo, observó con preocupación una gota de negra tinta

en la parte inferior de la hoja, -No es nada- le dijo, riéndose, el primo - Eso es una

lágrima del corazón, y da suerte!-.

Esa noche cumplió su cometido: golpeó a la puerta y pidió hablar con la niña María,

como entre nubes y remolinos la vio llegar, le entregó la carta sin decir una palabra y se

marchó corriendo avergonzado, qué podía decir si, de todos modos, ella no entendía el

italiano. El domingo nada, no existió, y el lunes, comenzó su martirio, la angustiante

espera. La cocinera le contó que la niña estaba enfermita, pasaron varios días sin verla y

los mismos días sin comer ni dormir, hasta que una mañana la vio, radiante, bajando las

escaleras grácilmente, al pasar a su lado, le dirigió una mirada cómplice, acompañada de

una picara sonrisa. Y eso fue todo. Pasaron los días, las semanas, y nada, apenas la

veía y ella lo evitaba con indiferencia. Luigi llegó a la desesperación, su primo

Domenico se había mudado de pensión y hacía ya varios días que no lograba

encontrarlo, él seguramente sabría qué hacer, o le escribiría otra carta pero...y siguieron

pasando los días... hasta que, una mañana, cuando llegó a la mansión, se encontró con

un revuelo de padre y señor mió... la casa era un caos, la señora lloraba y suplicaba

mientras era atendida por sus doncellas, el personal corría de un lado al otro sin saber

qué hacer, el Escribano maldecía y daba golpes al vacío en su escritorio y, de a ratos,

tomaba del suelo la nota que les dejara María de las Mercedes: queridos papá y mamá,

perdónenme, por favor, era esto o la muerte y no tuve el coraje, gracias por todo lo que

han hecho por mí, algún día les devolveré lo que me llevo, olvídense de mí, jamás les

pediré que vuelvan a quererme, jamás volveré a avergonzarlos, hagan de cuenta que he

muerto.

El primer gran amor de Luigi, se había fugado, llevándose gran cantidad de joyas y

dinero, con un aventurero que nadie sabe dónde conoció. Qué golpe! qué herida más

profunda dejó en su corazón! cómo haría para seguir viviendo, ya sin la esperanza de

que algún día fuera suya. Tan grande fue su aflicción que el escribano, al verlo tan

desconsolado, se conmovió pensando que era por él que Luigi sufría y abrazándolo

fuertemente le prometió que él sería, de ahí en más, su ayudante y lo mandaría a

estudiar y sería el escribiente, sería, por lo tanto, quien ocuparía en parte, el vacío que

dejara María de las Mercedes en los afectos del escribano quien, en ese momento, alzó

su potente voz y gritó, para que todos escuchen: -No la buscaremos, fue su decisión,

nunca más se vuelva a hablar de ella en esta casa, para nosotros ha muerto- y así se hizo,

las mucamas juntaron todas las cosas de la niña y las depositaron en un rincón del

altillo, con la tácita promesa de no tocar, de olvidar.

Pasaron los años y como ya es sabido, el tiempo cura las heridas, pero muchas veces, las

cicatrices también duelen...y eso le sucedía a Luigi, ahora Don Luis, cada vez que

entraba al altillo y percibía en el aire ese perfume, ese delicado perfume que había

dejado María de las Mercedes en las ropas, en sus libros, en todo lo que le había

pertenecido, inmenso dolor acompañado de ese sentimiento que lo mantenía en pie,

esperando que la vida le de, algún día, una explicación. Como tantas veces, subió al

altillo, lentamente, porque su menudo cuerpo se había deteriorado con el tiempo; los

pesados libros, además de su miopía, lo habían hecho encorvarse y tenía la clásica

figura de lo que era, un escribiente...

 

Esta vez, el perfume encerrado en la habitación, era más nítido que nunca antes. Miró

hacia el rincón, el de los recuerdos, y vio, con asombro, que algunas cosas no estaban en

su lugar, alguien, seguramente la nueva empleada, había estado revolviendo las cosas

celosamente guardadas. De pronto vio, caída junto a los libros, una hoja de amarillento

papel, torpemente escrita y con una mancha negra en la parte inferior, junto a la firma.

Esa mancha, pensó Don Luis, - ¡esa es mi carta!! !-

Tembloroso la tomó en sus manos, la besó, olió su aroma y volvió a besarla, era como si

besara a su amada...Entonces comenzó a leerla, ahora podía, ya dominaba el castellano,

apartó las lágrimas y leyó:

Señorita María de las Mercedes, yo soy Luigi, el ayudante del mayordomo y le digo, de

parte de mi primo Domenico, que él está perdidamente enamorado de usted y le pide

que por favor se encuentren a escondidas, ya que su padre no lo aprecia. Dice que se

muere por estar con usted y que no envíe ningún mensaje conmigo porque no quiere

comprometer mi trabajo, que le lleve una carta y la pase por debajo de la puerta de la

peluquería, dice que la ama con locura y que está dispuesto a cualquier cosa, hasta a

enfrentarse con el escribano, pero que mejor nadie se entere, por ahora. Dice que en

poco tiempo el hará fortuna y serán felices. También le dice que yo firmo la carta para

que usted sepa que es todo verdad lo que le digo.

Y yo le pido, señorita, que lo piense, que mi primo es muy bueno y que ha prometido

que por usted dejará los vicios y las juergas y además yo, Luigi, le deseo que sean muy

felices y que disimularé delante suyo y que seré una tumba. Adiós señorita.

Atónito, temblando y resoplando rabia, miró su firma y la mancha de negra tinta, la

lágrima del corazón...

La niebla humedecía las baldosas en la galería de la flamante estación del Ferrocarril

Oeste. Don Luis sacó pasaje hasta Santa Rosa y aguardó en las sombras a que el tren

llegara, el intermitente sonido del telégrafo fue superado por el pitido y el ruido del

motor de la potente máquina que pesadamente y llenando el entorno de vapor, llegó a la

estación 9 de Julio

Pocos días después, en un periódico de la capital de La Pampa, pudo leerse una noticia

poco común: En las inmediaciones del garito clandestino llamado la cueva, fue hallado

el cuerpo sin vida de Don Domenico, el peluquero, hombre de la noche y de dudosa

trayectoria, le dieron dos tiros en el pecho. Sus amigos están tratando de localizar a su

ex compañera y sus cuatro hijos que, hace unos años, se fueron hacia el sur del país,

cansados de pasar penurias.

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