“Asocie libremente”*1, dice el Dr. Sigmund, mientras da una pitada a su pipa. Adelina F.*2, entonces, se acomoda en el sillón de Viena*3 y comienza a hamacarse en un vaivén de recuerdos y poesía. “¡Qué complejo es el tiempo y, sin embargo, qué sencillo!”. Lentamente, la paciente va entrando en una ensoñación diurna y se entrega al dolor de su seno extirpado; de su madre, en su lecho mortuorio, que sigue siendo ella misma*4, tomándola por la solapa de su traje sastre color gris y llevándose consigo su “pecho malo*5”.
Cuando uno se acerca a la obra de Juan José Saer, enseguida percibe, allí, un universo complejo de múltiples dimensiones: un juego laberíntico dentro de un mundo confuso de lobo-neurótico-estepario, con infinidad de yoes multiplicándose por infinidad de espejos en infinidad de escenarios. “Entonces imaginé a mi doble moviéndose en un círculo limitado, como era el círculo mismo en el que yo me movía. Nuestros círculos nunca se rozaban, salvo algún accidente inesperado”. Y entonces, aparece la palabra, herramienta fundamental, tanto en la narración como en el psicoanálisis, como eje principal de diversas perspectivas.
Uno tiene, pues, la sensación de estar frente a un autor que decide no ceñirse a la rigidez de los géneros literarios y encuentra, siempre, la manera de escabullirse. De ahí que su forma de concebir el relato sea a la vez poética, a la vez novelística. Surge, en su obra, la idea de continuidad, expresada a través de la repetición de los personajes, quienes dan cuenta de una experiencia caótica. El punto de vista de sus textos literarios está dado por ese lugar imaginario que él mismo ha construido. Es desde adentro hacia afuera. Como un reflector que gira todo el tiempo y, allí donde ilumina un objeto, se detiene. Puede ser en lo inmediato o en lo más lejano. Los personajes, los temas, las perspectivas se mezclan y condensan. Caótica, poética, repetitivamente: tal parece ser la naturaleza del universo saeriano.
*1. La asociación libre por parte del analizado, así como la atención flotante por parte del terapeuta, constituyen las premisas básicas de la teoría psicoanalítica acuñada por Sigmund Freud.
*2. Freud explica sus postulados, mediante ciertos casos clínicos que extrae de su experiencia profesional. Para preservar la identidad de sus pacientes histéricas, las nombraba solo con la inicial del apellido. Tal es el caso de Anna O., gracias al que elaboró –junto a Breuer- el material para sus “Estudios sobre la histeria”.
*3. Freud nació en el Imperio Austro-Húngaro, en 1856. Cuando tenía 4 años, se mudó a Viena, donde vivió, trabajó y desarrolló toda su obra, hasta poco antes de su muerte, en 1939, año que tuvo que emigrar a Londres, perseguido por el nazismo. Veintitrés días después de su muerte, estalló la Segunda Guerra Mundial. El “Sillón de Viena” saeriano alude, en este trabajo, al diván freudiano, elemento que sirve para atenuar esa construcción que todos hacemos de nosotros mismos, cuando estamos frente a un otro. El diván invita a la evocación.
*4. El “La interpretación de los sueños”, Freud los caracteriza como “la vía regia hacia el inconciente” que, por una “solución de compromiso” entre “voluntades contrarias” (la de la represión y la del inconciente), aparece “disfrazado”, velado y sufre ciertos fenómenos que él denomina de “condensación y desplazamiento”. De hecho, es Tomates quien le dice a Adelina: “¿Sabe? Se dice que usted tiene un seno de menos. ¿No piensa que usted misma lo ha matado?”. Y también: “Usted es la única artífice de sus sonetos y de sus mutilaciones”. Lo que se reprime, según Freud, es –básicamente- ciertas mociones pulsionales de la temprana infancia que tienen una índole sexual: “Usted debería fornicar más”. Por otra parte, así como ella se automutila, condensando y desplazando la culpabilidad en la figura (imago) de la madre, mediante el sueño, del mismo modo es capaz de escribir sonetos. En un trabajo llamado “El poeta (o el creador literario –según la traducción- y los sueños diurnos”, Freud se refiere a la creación literaria, al fantaseo y al juego como a actividades de sanidad. De alguna forma, en Adelina F., aparece la compensación.
*5. Es famosa la teoría conocida como “pecho bueno – pecho malo”, expresada por la psicoanalista de niños Melanie Klein. Sintéticamente, refiere a ciertas ansiedades que se pondrían en juego en el bebé, mediante las que experimentaría sentimientos ambivalentes de amor – odio hacia esa madre que, para él, estaría representada por un pecho, ya que ese es el primer vínculo que se establece entre ambos. El bebé recién nacido no puede percibir a su madre en su totalidad, sino mediante el objeto parcial “pecho”, que es uno con él. En el caso de Adelina F., todo lo malo y “pecaminoso” es puesto en ese pecho, todo lo inadmisible para la conciencia, de modo que hay que enfermarlo para, luego, expulsarlo de sí: “Cada uno conoce el significado de sus propios sueños, y sé que si mamá quiere llevarse mi pecho a la tumba, hay algo bienintencionado en ella”. Un mecanismo similar es el que opera en la sociedad: el objeto malo –que ella misma ha enfermado- se coloca en los locos, los presos, los viejos, que luego son encerrados para “preservar” a esta de “tamañas perturbaciones”. Diría Sor Juana Inés de la Cruz: “Hombres necios que acusáis a (los marginales) sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis”. O, tomando en cuenta las preferencias de Adelina , en materia de poesía: “Tú me quieres blanca, tú me quieres pura…” (Adelina-Alfonsina, hasta es cacofónico. ¿Será intencional?)
Juan jose Saer nació en Santa Fé (Argentina). Su vasta obra narrativa abarca cinco libros de cuentos y varias novelas. Entre ellas CICATRICES, NADIE NADA NUNCA, LA VUELTA COMPLETA. Publicó, además, narraciones y ensayos, con gran repercusión en la crítica. Su producción poética está recogida en EL ARTE DE NARRAR.