sábado, 9 de marzo de 2013


EL PRIMER BESO                                           Por Israel Díaz Rodríguez
                                                                              (Colombia)

F

ilomena no es que se  me haya olvidado  que estamos  casados, y llevamos ya muchos años de compartir nuestras vidas juntos,lo que me preocupa es el no poder precisar la fecha en que nos casamos, todo lo demás lo recuerdo sin que se me escape un detalle, inclusive  el día que te di el primer beso, lo que es más, recuerdo que no fue en la boca, sino en una de tus rosadas y lozanas mejillas.

¡Guidobaldo, por Dios! -¿como es posible que se te haya olvidado algo tan trascendental en la vida de un matrimonio?

No es para tanto mujer – responde Guidobaldo.

¡Cómooo!¿Te atreves a decirme que no es para tanto?

 Replica Filomena.

Si te has olvidado de la fecha de nuestro matrimonio mucho menos recordarás otras fechas en nuestra vida de casados que han dejado para siempre huellas imborrables e imperecederas.

Los ánimos se iban caldeando, todo auguraba una noche borrascosa a pocas horas de llegar la Navidad,no sería noche de paz ni de alegría.

Cuando la diatriba tomaba características incalculables,una lluvia intensa precedida por relámpagos y truenos, se inició con furia, como ambos le temían a las tormentas,por considerarlas como  “ira de Dios”, corrieron a abrazarse y así abrazados al cesar “la ira de Dios” se miraron frente a frente.

 Al unísono gritaron:

¡Dejémonos de necedades y más bien recordemos aquel 31 de Diciembre de 1962 primero de recién casados que pasamos en Chicago!

Sí – recordemos esa fecha – afirmó Guidobaldo, que aunque parezca un hecho inapropiado para el momento, esa noche que todo auguraba sería triste pues vivíamos en un apartamento de un edificio viejo, de una sola habitación con calefacción a vapor que el dueño, o el administrador  del edificio se encargaba de encender a las diez de la noche y apagar a las cuatro de la mañana,  sufríamos el frio riguroso  del crudo invierno como suelen ser los inviernos de esa ciudad.

Nos proponíamos   - siguió Guidobaldo - esperar que fueran las doce para destapar la botella de vino,  y cenar el arroz con pollo que era todo lo que habíamos podido comprardebido alaestrechez de nuestro presupuesto.

 

¡Claro! - exclamó Filomena - Cómo  olvidar esa noche fría en la cual dentro de nuestra escases,  yo, echando manos de un ahorrito que había hecho a escondidas tuyas,pudimos comprar la botella de vino y el pollo para la cena, y cuando por la radio y la televisión anunciaban que faltaban pocas horas para llegar el Año Nuevo, sonó el timbre de la puerta y tu saliste a averiguar quien era el que a esa hora venía a visitarnos?

¡Oh sorpresa!  Era nuestro coterráneo  y amigo Remigio, desamparado en aquella urbe, abandonado por su familia que se había ido a Guatemala a pasar Navidad  y Año Nuevo, envuelto en una ruana boyacense, llegó muerto de frío. Lo recibimos con alegría y compartimos nuestra escasa y pobre cena con aquel ser humano que no se cansaba de darnos las gracias por haberlo recibido en circunstancias tan precarias.

¡Ay! Guidobaldo -dijo Filomena - no me importa que se te haya olvidado la fecha de nuestro matrimonio, lo importante es, que hemos sido felices durante nuestros cincuenta y dos años de casados y  ese 31tuvimos la dicha de haber hecho feliz a Remigio y nosotros también lo fuimos. ¡Qué bello recuerdo!

Los dos ancianos fundidos en un estrecho abrazo, recordaron su primer beso, lo repitieron, esta vez sí en la boca, y se desearon: ¡FELIZ AÑO NUEVO!

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