Mientras granaderos rasos aprendían a dominar las armas, los oficiales se entrenaban para unificar las voces de mando de una manera sencilla pero muy eficaz. Alrededor de una mesa, el de mayor graduación gritaba una orden y los subalternos —uno a uno, de acuerdo con las jerarquías— la repetían en voz alta. Este ejercicio simple sería clave en la batalla. Hasta antes de la llegada de San Martín a nadie se le había ocurrido que fuera importante practicar el grito de órdenes. Sin embargo, era esencial ya que solían generarse confusiones fatales en medio del combate. El ejercicio de gritar una misma orden alrededor de una mesa salvaría muchas vidas en las guerras de la Independencia. Los tres primeros pasos en la instrucción consistían en: coordinar las voces de mando, lograr que los hombres se movieran en bloque y que manejaran el sable con solvencia. Hasta ahí, todo marchaba más que bien. Pero existía un serio inconveniente. El Escuadrón de Granaderos a Caballo no tenía caballos. Llegaba la hora de incorporarlos. Para conseguirlos fue necesario apelar a las donaciones. Se solicitó a los vecinos que colaboraran con animales o, en su defecto, con dinero. Pueyrredon, Rivadavia y Chiclana aportaron cada uno seis caballos. Bouchard, uno (que él mismo usó), al igual que Carmen Quintanilla, la mujer de Carlos María de Alvear. En cambio Vieytes, Azcuénaga, Álvarez Jonte, Sarratea, Posadas y Guido, entre muchos otros, cedieron dinero. Fueron las ciudades de Buenos Aires y Luján las que dotaron al cuerpo de los primeros animales. Cada granadero se ría el entrenador de su cabalgadura. Era una premisa vital contar con un caballo preparado para responder a las situaciones de combate sin asustarse.
PERFIL.COMTítulo: Historias de Corceles y de Acero
Autor: Daniel Balmaceda
Editorial: Sudamericana
Páginas: 352
Publicación: Febrero 2010
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