La noche del 24 de Diciembre, Guarderas después de haber deambulado durante todo el día por las calles del pueblo, buscando como lo tenía que hacer todos los días quien le diera un plato de comida, casi a la puesta del Sol, cansado resolvió irse a dormir.
El dormitorio era una caballeriza abandonada. propiedad de un Italiano muy caritativo que se había venido a América y cayó en Colombia, después de terminada la segunda guerra mundial.
El padre de Antonio lo había engendrado cuando ya estaba bastante avanzado en edad, viejo y enfermo, murió antes de que su hijo cumpliera los tres años, su madre, que nunca había gozado de buena salud, también murió poco después del nacimiento de Antonio, quedó pues, huérfano a temprana edad, su hogar fue siempre la calle, una anciana que vivía sola en humilde vivienda vecina a la caballeriza, era la única persona que de vez en cuando le daba a Antonio de comer, cuando a ella le quedaba algo de la comida que el italiano le mandaba.
En el recorrido que Antonio había hecho ese día por todas las calles observó como las casas estaban iluminadas con multitud de bombillas multicolores y arbolitos de Navidad adornados con bolas brillantes, muñequitos de todas clases y figuritas de papel de color rojo, verde y blanco donde se veía un hombre gordo de barbas muy espesas y blancas, lentes pequeños de monturas de oro, vestido con saco y pantalones también rojos con blanco, gorro de este mismo color y un cinturón ancho ceñido a la cintura y botas negras de charol.
Los niños de la barriada alborozados, comentaban con los padres las peticiones que por medio de cartas les habían hecho al Niño Dios o, directamente se lo habían manifestado al señor gordo de barbas blancas como premio por su buen comportamiento y las excelentes notas obtenidas en el colegio.
Para Antonio Guarderas todo aquello era un misterio, él no había tenido la ocasión de escribirle ninguna carta al Niño Dios, pues no sabía escribir y ni manera de acercársele al señor gordo vestido de rojo y de barbas blancas, porque sucio y mal vestido como estaba, era imposible abrirse paso entre los niños bien vestidos y llevados por sus padres ante el viejo barbado para que le manifestaran que deseaban que les trajera el Niño Dios.
De manera que se acostó bien temprano sin esperar nada al día siguiente un regalo de parte de nadie, pues no lo había pedido y aún si lo hubiera hecho, su petición no le habría llegado al oído del Niño Dios dado que este no le conocía y en caso de enviarle algún regalo, no tenía la dirección en donde hacérselo llegar
Sobre su petate sucio y raído se durmió profundamente y se puso a soñar que se había convertido en un pájaro de color verde y pico blanco con patas amarillas, dentro de una jaula poco cómoda para su tamaño. En un instante, sopló un viento tan fuerte que sacó a la jaula con él dentro por una ventana, el viento despedazó la jaula y él quedó libre, sin mover sus alas, fue conducido a través de un chorro de luz a una ciudad donde todo era blanco. Alli fue recibido por un coro de niños vestidos de blanco y con unas alas que batían al compás de una hermosa canción.
Los niños alados, lo condujeron a una plaza inmensa cubierta de nubes que dejaban de trecho en trecho ver una bóveda de color azul, aturdido y sin saber que hacer, pues nada entendía, de pronto se le presentó un hombre de barba negra, cubierto con una túnica gris y un largo bastón en las manos, este hombre lo tomó de la mano, caminaron un poco y entraron a un lugar muy iluminado donde una mujer hermosa de tez blanca cargaba en su regazo a un niño de cabellos dorados y rizados pero finos, de ojos azules y vivaces. El niño cuando lo vio, tendió sus manitos y le acarició la cabeza, seguidamente volvió a su estado humano y se despertó.
Al levantarse de su lecho el día 25, corrió a la casa de la anciana y le contó el sueño, se sentía alegre como nunca lo había estado, no le importó ver a los niños del pueblo disfrutar de los regalos que les había traído el Niño Dios, porque aún despierto gozaba intensamente el sueño que había tenido.
La anciana le abrazó tiernamente y le dijo: “¡Hijo mío!, lo que viviste en el sueño, es el mejor regalo que te ha dado el Niño Dios, porque has pasado la Noche Buena con La Sagrada Familia”.
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