ESTAMPA VIVA DE MIS PADRES
Por Israel Díaz Rodríguez
Octubre 22 de 1990 - Este octubre lluvioso, mi madre cumplió noventa años, mi padre noventa y cuatro y setenta y uno de casados.
Como quisiera rendirles un homenaje que se perpetuara en el tiempo, algo del momento que sirviera para recordarles siempre, tal como son hoy.
Pienso en una fotografía, no sería nada difícil, solo bastaría oprimir el botón de cualquier clase de cámara fotográfica, para tomarles cogidos de las manos, cada uno en su sillón pulcramente vestidos, solo hay un inconveniente: no soy fotógrafo.
¿Hacerles un poema? Resultaría hermoso enumerar paso a paso sus luchas y desvelos en la crianza de sus hijos, alternando la vida dura del campesino que a la buena de Dios, cultiva la tierra, esperanzado en que le favorezca unas veces el sol, otras la lluvia.
O describir al severo maestro de escuela corrigiendo a sus alumnos, describirlos siempre tan unidos en la brega con el corazón lleno de esperanzas. Pero ahora me doy cuenta que no soy poeta.
¿Qué tal una pintura?
Dibujar el rostro adusto de mi padre de nariz chata y labios gruesos, pero radiante de una eterna simpatía.
La cara de mi madre, su piel tan fina de rosado tenue, sus ojos pequeños pero vivos y sus cabellos cortos, color gris ceniza, que en su juventud fueron tan negros. Sus manos de piel apergaminada que deja ver en transparencia sus venas azules serpenteando.
Pero es que no soy pintor.
Una cefalea intensa y un dolor en los huesos atormentan permanentemente a mi madre, el paso del tiempo ha deteriorado sus arterias y la osteoporosis implacable, ha menguado su esqueleto.
Mi padre, va perdiendo la lucidez del educador atento, ya su voz de timbre resonante, no se oye y sus piernas se doblan, sus músculos ya perdieron toda resistencia.
¿Qué puedo hacer?
Contemplarlos así, me declaro impotente, a veces me desespero, pero debo admitir que en ellos se ha verificado el ciclo de la vida, y pienso cuan hermoso sería si yo llegare a la edad de ellos, pero así rodeado del amor y los afectos de sus hijos.
Mi madre cuando llego a saludarle, pronuncia todos los nombres de sus hijos hasta que finalmente dice el mío, me toma del brazo reclina mi cabeza en su regazo y me da cálidos besos.
Al despedirme, ambos me abrazan, mi padre me da algún consejo, mi madre me vuelve a besar pero ya sin acordarse quien soy. Me retiro y prometo en tomarles una fotografía, pintarles y hacerles un verso.
Sencillo, pero cuanto sentimiento !!!! me transportó a tus padres con la imaginación .
ResponderEliminarRita
me siento identificado y conmovido. gracias por el recuerdo.
ResponderEliminarjuan cruz
Muy lindo e interesante tublog, smigsa. Da gusto conocer buenos contenidos como éste tuyo.
ResponderEliminarBeto desde Rosario
Realmente me conmueve el amor que existe de un hijo hacia sus padres, es un amor que perdurara por siempre. Excelente relato!
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