El autor de La cena, que visitará por primera vez la Argentina como parte del contingente holandés invitado a la Feria del Libro, revela en esta entrevista cómo maneja el suspenso en sus novelas y cuenta por qué embate contra la corrección política
Koch comenzó a publicar libros en los años ochenta, pero el éxito internacional le llegó recientemente con La cena.. Foto: EFE / Alejandro García
Jekyll y Hyde. Quien haya leído las dos novelas traducidas al español de Herman Koch (Arnhem, 1953), y se dispone a encontrarse con él, aspira a que en su caso la segunda de las figuras, el poco recomendable y fantasmal Hyde, encuentre su válvula de escape en las páginas firmadas por el segundo, un amable Jekyll de carne y hueso.
En efecto, tanto La cena (2009) como Casa de verano con piscina (2011) tienen de protagonistas a personajes amargados, que despotrican contra el mundo y desgranan una acidez contagiosa. No sería recomendable lidiar, es de suponer, con esa clase de personas en la vida real. En la primera de las novelas, un par de parejas, compuestas por dos hermanos y sus respectivas mujeres, se reúne en un restaurante de lujo para discutir, comida mediante, qué hacer con el ominoso descubrimiento que acaban de hacer sobre sus hijos. En la segunda, un médico dado al cinismo se ve envuelto en unas turbulentas vacaciones mediterráneas con su mujer, sus hijas adolescentes y la familia de un actor pantagruélico y lascivo.
Koch, afortunadamente, tiene poco o nada de sus personajes literarios. Aunque comenzó a publicar a mediados de los años ochenta, hasta hace poco tiempo era más conocido como actor -gracias a su participación en un programa cómico de la televisión- que como escritor. El éxito de La cena , que superó las fronteras holandesas, trastocó el orden de los factores, pero no parece haber alterado la bonhomía del comediante.
El escritor se prepara para visitar Buenos Aires para la próxima Feria Internacional del Libro como parte del contingente de la ciudad invitada de este año: Ámsterdam. Mientras tanto, en el moderno departamento que habita con su mujer española, distante de los proverbiales canales del centro, Koch cuenta, en un fluido español punteado de expresiones castizas, que se encuentra terminando su nueva novela: la historia de un anciano escritor que es contactado por el protagonista del caso real sobre el que escribió décadas antes. En los días previos a la entrevista, la traducción al inglés de La cena ingresó en la lista de best sellers de The New York Times. La noticia lo tuvo un poco ajetreado, requerido por radio y televisión. "Es curioso -dice con ironía-. Por un momento tenía la impresión de que había ganado una medalla olímpica en algún deporte en el que los holandeses nunca fueron buenos."
-En los dos libros suyos conocidos en español hay una dosificación del suspenso bastante inaudita. ¿Se definiría como un escritor de género?
-Creo que si alguien llega a mis novelas creyendo que son de suspenso puede salir decepcionado. No hay policías que deben solucionar un caso. Las resoluciones, por lo demás, no son lo que de verdad importa, son apenas un extra. Me gusta jugar con ese tipo de componentes porque alguna vez advertí que las obras que leo, las películas que me gustan los tienen. Pero prefiero pensar que en lo que escribo hay una mezcla mucho más grande, muchos géneros al mismo tiempo.
-En su caso, el suspenso, la ansiedad por lo que sucederá a continuación, parece puesto al servicio de los personajes y la ambigüedad de su carácter. ¿La ambigüedad es condición fundamental de la literatura?
-Siempre me molestaron las novelas que guían al lector. Por eso tengo predilección por la primera persona. El narrador, ese "yo" que cuenta las cosas, presenta los hechos de una manera dada y no advierte necesariamente todo. El que lee tiene la posibilidad de notar detalles que el narrador pasa por alto y también de llegar a sus propias conclusiones. Al comienzo de La cena , Paul, el protagonista, anuncia que de ninguna manera va a referir algunos aspectos de la historia, que se va a reservar parte de lo que sabe. Yo mismo no sabía qué escondía. Mucho más tarde me di cuenta de que ocultaba, entre tantas otras cosas, un costado agresivo.
-¿Tiende entonces a improvisar la trama?
-Escribo en orden cronológico, pero sin saber hacia dónde va el argumento. Me gusta no saber qué va a pasar en el capítulo siguiente. Es común, entonces, que ocurran cosas inesperadas. La escena en que el narrador escucha el mensaje que la mujer dejó en el teléfono móvil de su hijo, que produce un desvío fuerte en la novela, no estaba planificada: ocurrió simplemente al momento de escribirla. De pronto pensé: ¡ella lo sabe todo! Ésos son los momentos de mayor felicidad al escribir un libro. Me acuerdo de que tenía que ir al hospital a hacerme unos análisis bastante serios y yo estaba, sin embargo, contentísimo. Creo que la sorpresa que me transmite a mí un descubrimiento de esa clase se traslada al lector. También hay excepciones, claro: enLa cena , la acción en el núcleo del libro, la de los chicos que atacan a una vagabunda, está inspirada en un caso real y la escribí al principio, idéntica a como quedó.
-¿Por qué personajes que al comienzo pueden resultar incluso simpáticos derivan hacia semejante oscuridad?
-Porque me llaman la atención mis lados oscuros, como me llaman la atención los de los demás. Yo podría haber tenido una conversación agresiva como la que se produce en la tienda de bicicletas, cuando Paul amenaza al vendedor. Lo que ocurre es que nunca pasaría a la acción, me limitaría a pensar algo así como: "Debería haberle dado a este tipo una buena hostia". Mucha gente tiene fantasías violentas, agresivas. En mi caso, tengo la suerte de vivirlas por medio de un personaje. Dejé de fumar hace años, pero mis personajes siguen fumando. Y los hago tomar mucho más alcohol del que tomo yo.
-También ocurre lo inverso: alguien que al principio tiene todo para ser el farsante perfecto puede revelarse honorable. No es común que en una novela contemporánea un político ocupe ese lugar.
-Al principio, la idea, como de hecho ocurre, era ridiculizar a Serge Lohman a través de la mirada de Paul, su hermano. Pero detesto las caricaturas. No quería convertirlo en un derechista a lo Berlusconi o Sarkozy. Por eso lo hice socialdemócrata, de centroizquierda, antirracista, con un hijo adoptado, de origen africano. Lo lógico era que actuara como un político clásico, que para salvar su carrera ocultara la posibilidad de cualquier escándalo. Pero fui en la dirección contraria. Mucha gente que lee La cena considera que es el único personaje decente, pero tiene también su lado equívoco: hay una minoría de lectores que se identifica con el resentimiento de Paul hacia él.
-Tanto en La cena como en Casa de verano ... abundan las "opiniones contundentes", para parafrasear a Nabokov. ¿Hasta qué punto las definiciones tajantes o lapidarias que proponen los personajes tienen valor de verdad?
-Las opiniones extremas obligan a pensar en las consecuencias de lo que se dice. La novela es un muy buen terreno para el choque de opiniones. Por eso les doy voz a juicios con los que no estoy para nada de acuerdo, aunque sí busco que sean inteligentes, provocativos.
-Un escritor, un colega suyo, me dijo que una de sus cualidades como actor era que poseía un talento natural para contar historias terribles sin que se notara si lo hacía en broma o en serio. ¿Se podría decir que a pesar de la negrura sus libros tienen un doblez cómico?
-Todo está tensado, exagerado a tal punto que puede producir hilaridad. En cierto modo, lo que hago es sátira. Me gusta "pinchar" al lector con críticas devastadoras a los restaurantes de lujo, los campings ecologistas o las playas nudistas...
-La causticidad por momentos recuerda el tono de Thomas Bernhard.
-Es un buen punto. lo leí bastante a mis veinte años. Me gustaban mucho esos monólogos contra todo y contra todos, aunque después de algunas novelas empezó a agobiarme. Hay algo de esa idea en lo que escribo. Por ejemplo: el intercambio que tiene Schloss, el médico deCasa de verano..., con su antiguo profesor sobre la necesidad de la naturaleza de eliminar a algunos de sus "monstruos".
-¿Cómo se toma en su país la acidez de esos comentarios?
-Cuando leo en público, la mayoría toma lo cómico como cómico; no lo ve como una crítica social seria o profunda. Nadie se siente ofendido excepto, claro está, el nudista solitario que pueda haber en el público.
-Sin embargo, la sociedad holandesa que surge de sus páginas está lejos de ser un lecho de rosas. En La cena aparece, apenas velado, el racismo, mientras que las críticas a sus connacionales en el exterior, que figuran de Casa de verano ... , son bastante directas.
-Sobre todo en los años ochenta, de manera políticamente correcta, los holandeses se autofelicitaron por su tolerancia, en especial en lo que atañe a la inmigración. Pero lo que se esconde en la idea de tolerancia es justamente un sentimiento de superioridad. En realidad no hay nada que tolerar. Basta con decir: "El otro es tan persona como yo". No hace falta tratarlo como si fuera un niño, buscar que se convierta en buen holandés, que hable el idioma. Me especializo en hacer preguntas incómodas. Si alguien que viene de Burkina Faso no quiere volverse holandés, ¿no tiene acaso derechos? ¿Alguien que viene de afuera no puede ser también un gilipollas? ¿Tengo que tolerar a un gilipollas sólo porque viene de África? Ése es el punto vulnerable de la sociedad holandesa: el conformismo de conformarse con las buenas intenciones.
A los que han leído los libros del autor disfrutarán de esta significativa nota realizada por el periodista Pedro Rey.
Y los que no, tienen la oportunidad de conocer el autor de dos excelentes libros.
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